Por Xavier Reyes / @xavivire
–Señora, la habitación no tiene toallas… La mujer, de unos sesenta años, tenía la piel del color del chocolate. Ni blanca ni negra, ni de la costa ni de la sierra, ni alta ni baja. Se movía por la hostal a toda velocidad para alistar la última habitación que le quedaba libre, mientras en la puerta familias enteras buscaban dónde acomodarse a cualquier precio.
-Jóvenes, lo siento. No les puedo poner las toallas. No tengo.
-¿Y por qué?
-No me lo van a creer, pero siempre, siempre, siempre se me las van llevando… ¡Nunca las devuelven! Entonces he decidido ya no poner toallas…
-Vea, no sea malita…
Con ese argumento, no quedaba más que agradecer la excepción que, sin duda, había hecho con el papel higiénico y el jabón.
El costo por cada cabaña con una litera y una cama de dos plazas era de 40 dólares, ya sea que allí entren dos personas o un equipo de fútbol. La malla que hacía de toldo y protegía la ventana de los mosquitos estaba rota. Las aspas del ventilador giraban tan lento que más servían para acostarse y dejarse hipnotizar antes de dormir. El foco iluminaba lo suficiente como para no tropezarse.
Finalmente, la mujer cedió a las súplicas y consiguió una toalla grande y un babero.
***
Entre los manjares de la costa ecuatoriana está el cebiche de carretilla, de esos que se preparan en plena playa, sobre la arena –o, en feriado, junto a las cabezas y a los pies de los turistas–. “Si no se chupa los dedos, no le cobro”, decía un muchachón de unos quince años.
–Listo, estuvo rico. ¿Cuánto es?
–Son 8 del cebiche, un dólar de la porción de arroz y 3 de la cerveza. Total 12.
–¿No te parece que está un poco caro?
–Es que aquí en Tonsupa es así; además, estamos en feriado…
A más o menos un kilómetro de Tonsupa, en las playas de Castelnuovo, Kelly vende jugos de naranja. Puro vale 1,50. Con agua, un dólar. Ella es de esas negras que brillan por su vitalidad. Sabe tanto de fútbol como cualquiera de los que van todos los domingos al estadio, y no se da tanta vuelta con sus comentarios.
–Yo soy negra. Moreno es un apellido y el resto de palabras, esas que dicen afro, de color…, son puro invento. ¡Los negros somos negros y punto!
Entre la charla de los futbolistas esmeraldeños que triunfan y el debate sobre la negritud, salta obligatoriamente el tema de los precios, el terremoto del 16 de abril y la solidaridad.
–¿Por qué está tan caro todo por acá? Se supone que luego del terremoto se cayeron las ventas y hubo un llamado a la solidaridad para que la gente venga y así reactivar el turismo…
–Mire, yo solo hablo por mí. En los talleres del Ministerio, a mí me enseñaron a explotar al turismo, no al turista.
Su hija Milena le ayuda con los clientes. Ninguno se queja de esta pareja de negras que intentan sacarle provecho a su trabajo. Su competencia, a 40 metros, tiene más carpas para protegerse del sol, pero los jugos de naranja cuestan el doble.
***
A desayunar.
–Deme por favor, un desayuno con tortilla de camarón.
Pasan diez minutos y nada. Pasan 15 y llega un plato delicioso.
–¿Cuánto le debo?
–De la tortilla 3,50; del jugo un dólar y del café un dólar.
–¿No iba todo junto?
–No, señor, es que es feriado.
Llega la hora del almuerzo. Veinte minutos para encontrar sitio y compartir una mesa. La chuleta con arroz y menestra es bienvenida hasta que alzas a ver y en el techo un bicho igualito a una lagartija, con la transparencia de una limonada, como las gomitas de dulce, trata de comerse a las moscas que juegan a sobrevolar las cabezas de los comensales y a buscar alojamiento gratis en el tumbado. Salir de allí es empujar, deslizarse en medio de una multitud. Y pagar, otro dolor de cabeza para el bolsillo. Con la cola, son 9 dólares.
***
Han pasado cuatro meses desde el terremoto que, económicamente, casi quiebra a las provincias costeras de Esmeraldas y Manabí. Los llamados a la solidaridad para que los turistas acudieran a los sitios turísticos de las dos provincias se multiplicaron, tanto desde el sector público como del privado. Pero, por fin, luego del susto y con una fuerte dosis de hermandad, en el último feriado de agosto, los viajeros volvieron masivamente a sus playas.
Sin embargo, algo no cuadra. La correlación entre precios, atención, servicios y solidaridad no está atravesada por la correspondencia y calidad que todos esperamos. Se revelan de un lado los mismos problemas de toda la vida: en la Costa norte del Ecuador no hay agua potable ni tratamiento que garantice un mínimo de higiene y la luz eléctrica va y vuelve. Y cuando se va la luz no solo que quedas a oscuras, sino que las bombas de las cisternas tampoco funcionan. ¿Y el agua para Esmeraldas?
El Estado central y los municipios –que en la última década recibieron millones por la bonanza del petróleo– apenas si aparecen con las consabidas carreteras, aceras y paradas de buses ‘mejoradas’. Los operadores turísticos –dueños de hoteles, restaurantes, discotecas, triciclos, etc.– volvieron a respirar en este feriado desde la puerta de sus respectivos negocios, mas no como un conjunto que necesita que la reactivación sea sostenida y sostenible.
Es feriado y Esmeraldas lo sabe. Lo sabe tanto como Atacames, Tonsupa, Súa, Same… y demás centros turísticos. También lo saben Quito, Ibarra, Ambato, Riobamba, desde donde los turistas viajan a relajarse. Lo que parece que pocos saben –increíblemente y a pesar de las campañas– es que la reactivación es un tema en que el que debemos poner el hombro todos. Ni los viajeros deben creerse el cuento de que sus consumos son una obra de caridad ni los esmeraldeños de que estos feriados son la oportunidad para caer en los mismos excesos de antes.
Vivimos coyunturas difíciles: acabamos de enfrentar una catástrofe, atravesamos una fuerte crisis económica y nos espera un escenario incierto. De los políticos –dadas sus apariciones, más propagandísticas que cívicas–, poco o nada se espera. Pero de nosotros los de a pie, nos queda la seguridad de que los nuevos intentos de reactivación serán oportunidades mejor aprovechadas.