Por Xavier Gómez Muñoz

El rumor había llegado por anticipado. Francisco anunció desde el cielo, en una rueda de prensa a diez mil metros de altitud, su intención de visitar América Latina. Lo hizo en enero de 2015, para dar tiempo a los preparativos de los países por donde haría pasar su primera gira oficial a este lado del mundo y para sembrar expectativa entre sus fieles que, como se sabe, por acá son mayoría.  

El Vaticano hizo oficial la confirmación a inicios de abril. Ecuador tendría por segunda vez en su territorio al máximo representante de la Iglesia Católica (Juan Pablo II visitó el país en 1985), al “Primer papa latinoamericano”, al “Sucesor de San Pedro”, al “Santo Padre”, al “Mensajero de la misericordia”, al “Vicario de Cristo”, al “Obispo de Roma”, al “papa de la alegría, la esperanza, la renovación de la iglesia, de los jóvenes, de los ancianos, de los pobres”. Así lo etiquetaba la prensa y replicaba la gente en las redes sociales. Al mismo que banqueó en el torneo papal, una noche del 13 de marzo de 2013, al menos carismático Joseph Ratzinger, rompiendo con una tradición que no se había roto en siete siglos.

Ese día, el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio fue presentado ante la Plaza de San Pedro (y las cámaras, claro) como el líder de la Iglesia de Roma, una institución que sumaba sus bajas frente al agnosticismo y otras religiones, y que apostó por un sacerdote risueño, de buen verbo y pocos formalismos, hincha de San Lorenzo, tuitero, alineado a los tiempos actuales (y por lo tanto cercano a la gente) para refrescar su imagen y devolver las ovejas al rebaño. Así, desde el inicio mismo de su pontificado, Francisco empezó a generar titulares: “El papa es argentino”, “El papa rompe el protocolo (rechazó ornamentos tradicionales en su primera aparición)”, “El papa eligió llamarse Francisco (como Francisco de Asís, el santo de la austeridad y la paz)”.

A pocos meses de empezada su gestión, Francisco ya había sido elegido personaje del año por las revistas Time, Vanity Fair y The Advocate; esta última dirigida a la comunidad homosexual, que se entusiasmó con la frase: “Si una persona es gay, ¿quién soy yo para juzgarlo?”. Estuvo también en la tapa de The New Yorker, Esquire, ¡Hola!, Forbes (edición española). En 2014 Fortune lo seleccionó como el líder más influyente del mundo. Y ese mismo año apareció en la portada de Rolling Stone. La publicación internacional que reserva ese espacio para los mayores íconos de la cultura pop mostraba a Francisco en su faceta de rockstar.

Prende la tele y me encontrarás

“La gira papal de Francisco llegará a Ecuador” fue noticia in crescendo desde el anuncio mismo de su visita, en abril de 2015. Que arrancaron los preparativos para la visita del papa. Que el representante del Vaticano ha pedido para sus recorridos un vehículo abierto y que no sea blindado. Que ya está listo su itinerario. Que dormirá en la Nunciatura y no en un hotel de cinco estrellas. Que se necesita más de medio millón de hostias para la comunión de sus fieles. Que más de dos millones de personas asistirán a las misas de Guayaquil y Quito. Que la Iglesia requiere tres millones de dólares para cubrir su visita. Que ya está casi todo preparado para recibirlo. Que Francisco esto, que Francisco aquello, se escuchaba día a día en los medios y las redes sociales durante los tres meses que pasaron entre la confirmación del Vaticano y su llegada, en julio.

Fue necesaria entonces la creación de una pieza de diseño que comunique de manera simple pero efectiva los atributos del evento: la creación de un logotipo. El primer logo oficial fue presentado por la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, y utilizado en sus comunicaciones y las del Vaticano. En él se muestra la imagen de Francisco al frente del mapa de América con una cruz que nace en el Ecuador y el lema: ¡A Evangelizar con alegría! El segundo logotipo (también oficial) lo propuso semanas más tarde la Secretaría Nacional de Comunicación, y destaca en vectores la figura sonriente del papa sobre el círculo multicolor de la marca país que se distingue en varias instituciones públicas. Lleva la leyenda “Papa Francisco en Ecuador. Bienvenido al país que ama la vida! (sic)”.

Conforme a otros símbolos que la cultura popular ha llevado a sus dominios, como la imagen del Che Guevara o la foto de Don Ramón, el segundo logo oficial de Francisco también fue profanado por la creatividad de las masas. Tardó poco en hacerse viral, en los mares incontenibles de las redes sociales, con frases como: “El encebollado debe tener arroz, limón, pan y chifle”. “Vendo iPhone 5”. “Se debe comprar cocinas de inducción”. “¡Todo, todito 35!”. Estos últimos como respuesta a mensajes políticos que intentaba posicionar el gobierno en esos días.

En menor proporción a lo sucedido con otras celebridades que tuvieron también su primera gira por el país (dígase Paul McCartney, Sting, Kiss o Justin Bieber), la visita del papa desató dos fenómenos recurrentes cuando de eventos multitudinarios se trata: 1) la falsificación y venta de pases (aunque se anunció que la entrada sería libre desde el inicio), y 2) la vorágine comercial de productos afines. Para la misa en Quito y su paso por El Quinche se entregaron acreditaciones oficiales a tres mil vendedores, y unos mil quinientos más fueron asignados para la ceremonia en Guayaquil. Francisco ya estaba, sin estarlo, en todos lados: en las portadas de los diarios y revistas, en la televisión, la radio, internet y vallas publicitarias. En las cruces de madera, fotos, banderines, rosarios, camisetas, llaveros, tazas, botones, esferográficos, globos, escapularios, gorras, afiches, peluches y discos compactos que se vendían en las calles de todo el país.

Más de media docena de artistas nacionales se animaron a escribirle una canción al papa. Los ritmos iban desde el pasillo Taita Francisco con fondo de instrumentos andinos de Jesús Fichamba, hasta el pop pegajoso del infaltable Damiano con el tema Bienvenido. Hubo también un himno oficial de su visita, como ya es costumbre en los países por los que pasa, una canción compuesta especialmente para Guayaquil promovida por el Municipio y un sanjuanito de autoría del padre Medardo Mora. Ninguna logró tanta popularidad en la web, sin embargo, como la que le hizo el grupo boliviano Saxoman y Los Casanovas con influencias de rock y charango. El video superó las seiscientas mil visitas en YouTube y fue uno de los que suscitó más risas y comentarios.

Un recibimiento apoteósico

La gente había comenzado a concentrarse en el último tramo que lleva al aeropuerto de Quito desde las primeras horas de la mañana, antes de que cerraran el acceso a la terminal aérea. Eran poco más de las dos con cuarenta del domingo 5 de julio, casi no había nubes en el horizonte ni espacios con sombra en la tierra, cuando entre el tumulto se escuchó una voz que decía: “Ahí está. Es él, es él”. No era un pájaro, era un avión: un Airbus A330-200 que descendía en trayectoria de aterrizaje, mientras centenares de fieles alzaban sus manos en señal de saludo, aplaudían, ondeaban banderines blancos o capturaban el tiempo en sus celulares.

Cerca de trescientos policías resguardaban las vallas que impedían la entrada al recinto, en donde estaban suspendidas las operaciones por la visita del pontífice, y otros diecinueve mil estaban listos para los operativos programados en Quito y Guayaquil. Se abrieron las puertas de la aeronave. Francisco voló acompañado de ciento seis tripulantes, treinta del séquito papal y setenta y seis periodistas con diferentes pasaportes. Entre la muchedumbre que esperaba en los exteriores había gente que viajó desde Colombia, Perú, Ibarra, Ambato, Latacunga, Santo Domingo de los Tsáchilas y otras ciudades cercanas a Quito. Solo unos pocos lograron verlo pisar suelo ecuatoriano. Los que no, encontrarían consuelo después de las dos horas de bienvenida protocolaria, cuando salió en un modesto Fiat Idea gris, escoltado por una caravana de treinta vehículos, entre motos y carros. Esos sí más sofisticados, con vidrios polarizados y sirenas encendidas.

Más de mil ochocientos periodistas y trescientos cincuenta medios de todo el mundo se acreditaron para cubrir la visita de Francisco. Televisión, radio, prensa escrita y redes sociales contaron al unísono los pormenores de sus recorridos. Multitudes salían a las calles a recibirlo. Gritaban su nombre. Le lanzaban flores. La efervescencia creció cuando inició su trayecto en el vehículo que lleva su nombre de oficio: el papamóvil. Hubo quienes, tras superar el cerco de seguridad, levantaron a sus niños en brazos con la esperanza de conseguir una bendición. Otros le arrojaban peluches, camisetas, bufandas, cartas, objetos personales. Un hombre lanzó hacia el vehículo papal dos palomas blancas que, para mala suerte suya, no alcanzaron las manos del pontífice.

Para ese momento, Facebook, Twitter, Instagram y los portales digitales de comunicación, que días atrás rebosaron de protestas contra el gobierno, estaban llenos de imágenes y palabras religiosas. También de fotografías de los que estuvieron cerca del recorrido y los que tuvieron el privilegio de hacerse una selfie con Francisco. La noche del domingo 5 de julio, centenares de fieles se congregaron afuera de la Nunciatura de Quito (fue el inicio de un ritual que se mantuvo durante los cuatro días de su visita). Corearon su nombre. Invocaron, hasta bien entrada la noche: “¡Queremos bendición! ¡Queremos bendición!”. Y el papa salió a complacerlos:

–Les agradezco la paciencia de esperar…

–¡Gracias a ti! Santo Padre. Gracias, señor, gracias.

–Mañana voy a Guayaquil, y a la tarde ya estoy de vuelta…

–¡Bravooo!

–Y pasado mañana también estaré en Quito. Así que nos vamos a ver, pero antes de que se vayan a dormir… 

–¡Te amamos! ¡No nos vamos!

–Y a dejar dormir a los vecinos…

Risas.

–Les voy a dar la bendición.

El clímax de la papamanía

Con lluvia y el termómetro alrededor de los seis grados centígrados, cientos de fieles acamparon la noche anterior a la misa de Francisco en el parque Bicentenario. La mañana estuvo nublada. Ocho mil voluntarios estaban listos para colaborar con la logística del evento; dos mil sacerdotes y ministros extraordinarios preparados para repartir la comunión; noventa y cuatro músicos de la Orquesta Sinfónica Nacional en tarima; doscientas cuarenta voces en el coro… Y desde el templete, con micrófono en mano, los encargados de animar a las multitudes voceaban: “¡A ver, dónde están los católicooos! ¡Esos jóvenes que tanto quiere el Santo Padre! ¡Los niños, los ancianos, toda esa gente que se ha reunido en este día maravilloso para recibir al papa Francisco! ¡¿Estamos listos para seguir alabando?! ¡No se escucha! ¡Más fuerte! ¡Papa Francisco tas tas tas tas (con las palmas)! ¡Papa Francisco tas tas tas tas!”.

Pasadas las diez con treinta la misa campal se había iniciado. Las autoridades decretaron feriado en Quito para permitir la llegada de las más de un millón de personas que asistieron a la segunda y última eucaristía de Francisco en el país (la primera, en Guayaquil, reunió a casi otro millón de personas). Francisco lucía el rostro pálido y una actitud seria, desprovista de la sonrisa carismática, cálida, enternecedora (de hombre de setenta y ocho años) que lo distingue en las caravanas, cuando bendice, saluda o se despide de las cámaras. Decía en ese momento, con su acento argentino y ese tono parsimonioso al hablar, cosas como: “Evangelizar es atraer a los alejados”, “Es impensable la unidad si la mundanidad espiritual nos hace estar en guerra entre nosotros”, “Esa es nuestra revolución, porque nuestra fe es siempre revolucionaria”. Y la gente aplaudía. Asentía con la cabeza y aplaudía. 

Para la consagración de la eucaristía, muchos se arrodillaron frente a alguna de las veinte pantallas gigantes que se instalaron en el parque para seguir la misa desde atrás. Hubo quienes lloraron, otros cerraron los ojos para orar (se supone). Había además algunos que cuchicheaban o reían con disimulo, como pasa en todas las misas y como seguramente también pasaría al día siguiente en la visita de Francisco al santuario de El Quinche y en su despedida en el aeropuerto de Quito.

A tres días de la primera venida de Francisco, no se había logrado limpiar del Bicentenario toda la basura que solo pueden dejar más de un millón peregrinos. Y ni hablar de las baterías sanitarias instaladas en el parque o de los productos con su imagen que alimentarían la religiosidad de los que estuvieron en la liturgia más multitudinaria y mediática que se recuerde en este país de apenas diez y seis millones de habitantes, que irían a parar a alguna vitrina empolvada o a un contenedor de desechos.

*Este texto fue publicado originalmente en 2015, en la revista Soho Ecuador, y forma parte del libro Crónicas (Dinediciones, 2019).

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