Por Yadira Aguagallo
Se dice de la venganza que “es un plato que se sirve frío” (Pasquale Squitieri), que es un “manjar sabroso y condimentado en el infierno” (Walter Scott), que es “la prueba irrefutable de la existencia de dios” (Quentin Tarantino). Los dichos sobre la justicia son, en cambio, menos suculentos, menos placenteros y menos mitológicos. “Tarda, pero llega” (adagio popular). “Lo difícil es ser justo” (Víctor Hugo). “No espera ningún premio” (Cicerón).
La venganza es la gratificación instantánea, que nace desde el momento en que se la planifica, adrenalina pura, una descarga de sangre bombeando hacia la cabeza. La justicia, dados nuestros sistemas judiciales engorrosos, politizados y cooptados por el poder, es lejana, es ir por un camino cuesta arriba, pesada, dolorosa, es para los tontos.
Vista así, la primera parece más atractiva que la segunda; y, de hecho, cuando la vida coloca a un sujeto en una situación límite, los deseos de llevar a cabo el plan de vendetta se instalan en el oído como un susurro. El problema número uno con la venganza es, sin embargo, que nunca se limita a un solo acto, en ella no hay garantía de no repetición, es una sinfonía eterna; es como ese juego en el que la serpiente se persigue a sí misma y termina, inexorablemente, mordiéndose la cola mientras devora todo lo que se coloca en su camino.
El segundo inconveniente es que los desquites son adictivos y, una vez que la satisfacción inunda los sentidos, se crea la sensación de que no hay otra alternativa, que el camino es la revancha y que los que nos dañaron ayer deben sufrir hoy, igual o peor.
Hasta aquí, un purista de la venganza podría decir que solo se ha cumplido con lo que el Antiguo Testamento ordenaba: ojo por ojo, diente por diente. Pero, lo terrible de esta premisa es que en todo ajuste de cuentas hay inocentes.
Que no se sabía de ellos, podría ser la siguiente justificación, pero aquellos que pagan colateralmente dentro del círculo de la represalia siempre son visibles, solo que se catalogan como daños necesarios: “alguien tiene que sacrificarse” suele ser la excusa antes de mirar para otro lado.
Y los actos vengativos no se circunscriben solo a la esfera de lo privado, están también instalados en lo colectivo y en lo social; y parecería ser que la venganza obedece también a la ausencia del Estado y a la falta de confianza en las instituciones. Queremos portar armas para dar un escarmiento a quienes han cometido un delito, porque sabemos que ninguna entidad logrará controlar la inseguridad. Votamos por determinado candidato sin mirar sus propuestas y las estrategias para hacerlas realidad, como un castigo a su predecesor. Celebramos fallos judiciales de casos sin sustento porque creemos que la función judicial debe estar al servicio de nuestros caprichos.
Así, la venganza es el culmen de lo que Charles Taylor denominó “individualismo de la realización”; es decir, sujetos que se encuentran absortos en sí mismos, capaces de usar todos los medios disponibles para la consecución de sus objetivos. Pero, el efecto suele durar poco: en una sociedad armada es más probable que se cometan abusos y violaciones a los derechos. Las figuras políticas que llegan al poder solo por ser la antítesis de algún personaje generalmente desilusionan con sus decisiones. Los juicios mal elaborados y que responden a la necesidad de sangre en las calles devienen en indemnizaciones que debe asumir el Estado, que al final somos todos.
En la otra vereda va la justicia o al menos los intentos de que exista. Con más obstáculos, pero con más historia, con más sentido, con más memoria; con más posibilidades de crear procesos, de ser transformadora, de crear debate en torno a la necesidad de instituciones legítimas. Con más forma, con más aroma, con más contundencia. Este lado del camino exige más trabajo, más discernimiento. Y por eso mismo, cuando al fin llega establece un precedente, aumenta las posibilidades de evitar hechos similares en el futuro, moviliza y da paso a otros fenómenos, construye sociedades de la reflexión, sociedades auténticas, en dónde (volviendo a Taylor) los significados van mucho más allá del YO.
Por eso, ha sido la búsqueda de la justicia (no de la venganza) la que ha dado paso a los movimientos feministas, a los que buscan la reivindicación social, a los pacifistas, a los que plantean una tercera vía. En definitiva, ha sido la iustitia (del latín) y no la vindicta la que ha permitido sociedades más democráticas.
Yadira Aguagallo es periodista y experta en generación de contenidos para manejo de crisis y diseño de estrategias de comunicación para situaciones de alto impacto. Es magíster en Gestión del Desarrollo (PUCE) y tiene un posgrado en Comunicación y Cultura (Flacso Argentina).