Por Javier Alonso / @javier12mayo
La magia del Universo se resume en matemática y fractales: el tiempo de apareamiento del caracol moteado, los patrones de generación de células de un liquen, el ciclo de vida de una enana roja, la distancia en kilómetros que alcanzan las feromonas de una polilla, la órbita de los cuerpos celestes…
Todo está conectado y si algo cambia, afecta a todo lo demás. Por suerte, yo no puedo cambiar ninguna de esas cosas, así que me limito a tumbarme sobre la hierba y, sin pensar en nada, trato de encontrar figuras en las nubes. Es lo mejor que puedes hacer cuando no tienes internet ni novia y estás en medio de la selva, a cientos de kilómetros de casa.
–Esa nube tiene forma de un ave con alas enormes, ¿lo ves? –le dije a mi amigo Ribas, señalando al cielo.
–Pues, a mí me recuerda a un destructor imperial de La guerra de las galaxias…
A este fenómeno de hallar formas en lo abstracto se le llama pareidolia, y depende sobre todo de la mirada de quien observa. Si un chino, un musulmán, un pastor presbiteriano o un ninja ven una misma cosa, de seguro van a apreciar cualidades diferentes. Y allí estaba yo, informático de profesión, ateo y heterosexual, al lado del Ribas, técnico de sistemas, ambos de igual credo y preferencias, con la espalda sobre una loma, en decúbito supino, observando el cielo.
–Ves eso porque eres un freak. Para un cura católico, esa nube puede ser el espíritu santo, o un menor quitándose la ropa, por ejemplo…
Ambos nos reímos. Por suerte, Ribas comprende mi humor negro y acerado.
–Sí, eso puede ser… Yo me pregunto si las nubes también nos miran para encontrar formas en nosotros. Seguro que a ti te ven con la forma de un pendejo…
***
Estábamos en la reserva de Cuyabeno. Habíamos aprovechando el feriado para contratar un tour estándar de cuatro días, así que viajamos en avión hasta Lago Agrio, de ahí en bus hasta la entrada en el puente del río, y luego en canoa motorizada hasta las cabañas donde nos alojamos. Buena comida, buen ambiente, cabañas cómodas y plena naturaleza. Un viaje turístico y prefabricado para gente con dinero y tiempo libre, un capricho que puedo concederme como burgués urbanita que quiere conocer al buen salvaje en su entorno natural, pero con tiquete para regresar el lunes a la oficina.
Era el último día antes de que el tour terminara y Demi, nuestro guía, nos estaba conduciendo por entre la selva. Llovía a cántaros y hacía un calor insoportable. De pronto, algo llamó su atención y nos hizo detenernos para mostrarnos lo que parecía un pequeño tallo brotando de la tierra, apenas más grueso que un hilo. Había un secreto oculto: un hongo parásito que nacía del cuerpo ya muerto y enterrado de una hormiga zombie.
Demi sacó su navaja y desenterró el cadáver del insecto del cual brotaba el hongo como un alien emergiendo del pecho de un tripulante de la Nostromo. El diminuto cuerpo de la hormiga presentaba notables deformidades causadas por su mortal invasor. El resultado de la autopsia era claro: muerte zombificada por hongo parásito.
-Una vez infectada, la hormiga zombie comienza a comportarse de forma anormal –nos explicaba el Demi–, ya que el parásito secuestra su sistema nervioso y el huésped termina sus días enterrado voluntariamente en un lugar fresco y húmedo, con las condiciones perfectas para la reproducción del hongo.
Al ver el cadáver deforme de aquella pequeña hormiga, me invadió un sentimiento de conmiseración hacia su desgracia y recordé una anécdota de mi niñez, jugando en el parque, cuando me asusté al descubrir que había puesto la mano sobre un hormiguero y un montón de hormigas comenzó a recorrer mi anatomía: desde mis manos, subiendo por mis brazos, sobre mi camisa, dentro de mi ropa, rozando mi pecho con sus patas, invadiendo mi intimidad… Traté de quitármelas de encima torpemente. Al sentirse atacadas, varias de ellas me mordieron. Para vengarme, traté de aplastarlas a manotazos y pisotones.
Los niños pueden ser muy crueles e irracionales a veces… Y cuando crecen, suelen volverse mucho peores.
–Al principio, las hormigas infectadas llevan una vida normal en sus nidos, interactuando con otras compañeras y alimentándose, pero al cabo de dos semanas, el hongo termina creciendo en su cabeza y libera esporas que infectarán a otras hormigas que tengan la mala fortuna de pasar por ahí.
Esas hormigas somos nosotros, pensé: auténticos muertos vivientes que caminan, sueñan, piensan y viven las ideas de otros; que esparcen sus prejuicios y su mediocridad infectando a sus hijos, familiares, vecinos y amigos. En nuestros trabajos, manejando el auto, en la iglesia, pasando el domingo en casa de nuestros padres, pagando la hipoteca, haciendo vida social, al ducharnos, al vestirnos, al dormir, al hacer el amor. Hormigas cumpliendo nuestro papel de esclavas, con un enorme alien creciendo en nuestras barrigas.
No podía seguir viendo aquello. Miré al Ribas y al resto de compañeros turistas de nuestro grupo que prestaban atención a los detalles de esa macabra historia, mientras sacaban fotos con sus dispositivos móviles. Tal vez sea fruto de una cuestión de tamaño, de cantidad o de apariencia, pero un insecto muerto no conmueve como un perrito o un gatito, cuya vida se haya apagado. No hablemos ya de un cachorro humano. ¡Somos así de idiotas y superficiales!
Esa noche, ya en el lodge, después de cenar, me acerqué al Demi para intercambiar impresiones sobre lo vivido.
–¿Sabes?, creo que nos parecemos mucho nosotros y los insectos.
–Bueno, tenemos ancestros comunes… Apenas nos diferenciamos de la mosca común en unos pocos genes.
–Si, pero no hablo de parecidos solo biológicos, me refiero a actitudes. Como esa hormiga que se comporta diferente al ser infectada; a nosotros nos pasa igual: vivimos esclavos de ideas y prejuicios. Tantos años de evolución del reino animal y seguimos cayendo en las mismas trampas.
–No te pienses que por ser más nuevos en este planeta somos mejores. Para ser justos, muchos insectos están mejor adaptados que nosotros, han tenido más éxito evolutivo. Y eso, sin mencionar que ellos son indispensables para que exista la vida, nosotros no podemos decir lo mismo. El equilibrio ambiental, la regulación de la biodiversidad, la polinización de las plantas, la transformación de la materia orgánica… todo es mérito suyo. En muchos puntos son mejores que los humanos, si acaso no en todos.
Conviene explicar que el Demi no siempre había trabajado de guía. De hecho, a lo largo del tiempo que duró el tour, nos llegó a hablar en múltiples ocasiones de sus viajes por el mundo, mencionando detalles como que estudió psicología en Europa, también ciencias naturales, arte y otras disciplinas del conocimiento que no llegó a concretar. Me resultó extraño encontrar a alguien tan formado trabajando como guía turístico, pero lo cierto es que constituía una fuente inagotable de información sobre la reserva, su flora y su fauna, y especialmente sobre esos grandes incomprendidos que son los insectos:
–Por desgracia, son pocas las personas que saben apreciar la grandeza de los insectos y los artrópodos en general, cuando resulta que ellos están aquí mucho antes que nosotros. ¡Qué injusticia… Imagínate que ellos ya trepaban por las patas de los dinosaurios cuando nosotros ni siquiera habíamos empezado a caminar erguidos. Y mucho antes de que existieran los dinosaurios ya depredaban a nuestros tatarabuelos, los peces, y también a nuestros lejanos ancestros los tetrápodos, en tierra firme. Si no hubiera sido por el cambio climático, probablemente ahora dominarían la Tierra. Y pese a todo, nos creemos superiores a ellos. Puro antropocentrismo….
La lógica del Universo se puede resumir en causas y probabilidades: si una hormiga se infecta, se puede infectar toda su colonia; si una mariposa agita sus alas aquí, se puede producir un tsunami en el mar de China Meridional; la temperatura desciende y la vida hiberna; un meteorito impacta en el planeta y hay una extinción masiva. Pero al final todo sigue igual, nada se detiene. Sub specie aeternitatis: cada segundo nacen y desaparecen planetas, nuestro mundo gira a la vez que las galaxias se desplazan en espiral, y el tiempo se curva, en un Universo que se expande y se contrae, según afirman los expertos…
Aproximadamente una hora más tarde, encendieron las velas y apagaron las luces del comedor, señal de irse a dormir. Ribas se excusó y se retiró al cuarto a descansar, y Demi me propuso acompañarle a su cabaña para mostrarme algo. Yo accedí sin pedirle más explicaciones, no sentía sueño y quería que me siguiera develando más secretos del mundo natural. Y vaya si lo hizo…
***
Me condujo por fuera del camino marcado de las cabañas, caminando sobre la hierba húmeda hasta un trecho alejado en el que había un pequeño quincho, que parecía una construcción aparte del lodge. Me invitó a subir las gradas hasta la puerta y me hizo pasar. Encendió solo una vela que dejó el resto de la estancia en absoluta penumbra; poco a poco, mis ojos se fueron adaptando a la ausencia de luz, y pude apreciar los detalles del lugar. Era una sola pieza separada en dos espacios por un tablón de madera; en uno de ellos, un colchón, una mesilla y libros apilados en el suelo; en el otro espacio, una mesa, una silla, una banca y algunos utensilios como cacerolas y herramientas que no pude identificar. En la pared colgaba un calendario con la imagen del Divino Niño, ajada y acartonada por la humedad. La mesa tenía restos de cera de velas, amuletos, una falsa calavera, imágenes de santos, una cruz y otros objetos extraños que parecían sacados de una película de terror.
–Siéntate –dijo mi anfitrión, señalando la banca. Obedecí, y luego él se sentó en su silla al otro lado de la mesa y sirvió sendos vasos de aguardiente de una botella que tenía en el piso. Bebimos de un trago y sentí el fuego en el estómago. Finalmente, la curiosidad me pudo y pregunté:
–¿Qué vas a mostrarme? –me ahorré cumplidos innecesarios y falsos del tipo ¡qué linda casa! y fui directo al grano. No me contestó, en su lugar llenó una cazuela con puntas y acercó un cerillo, de modo que el alcohol se prendió en llamas de color azul y rojo que cimbreaban frente a nosotros. Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y se puso a mirar el alcohol ardiendo, hasta que rompió el silencio:
–¿Qué ves en el fuego?
–¿En el fuego? ¿A qué te refieres?
–Observa el fuego, entorna tus ojos y deja tu mente libre… Igual que cuando miras las nubes. Dime, ¿qué ves?
“Igual que cuando miras las nubes”…
Me quedé observando las flameantes ondas que se agitaban como una marejada furiosa, hasta que mi vista se desenfocó y comencé a adivinar imágenes en el interior de las llamas. Primero colores vivos: morado, rojo, violeta, amarillo, verde, en formas geométricas, espirales y cuerdas que se agitaban, que giraban y cambiaban de forma y tamaño. Un rato después empecé a ver rostros de personas, de animales y bestias, que bailaban y gesticulaban, que ponían muecas imposibles, que se deformaban para convertirse en otras imágenes igualmente vivas, igualmente impresionantes. Las tramas de color se fueron distribuyendo como marquesinas con formas y colores que empezaban a resultarme familiares: tierra, naranja, marrón y beige, los colores del empapelado de mi habitación en la casa de mis padres, cuando era niño, antes de que mi tío Pablo pintara con gotelé de color blanco todas las paredes de la casa. Aquel era mi cuarto de cuando guambra. Estaba sobre mi cama, recostado, escuchando un murmullo que venía de la cocina. Eran las voces de mis padres, hablando sobre cosas que no entendía. Yo solo miraba el papel tintado y les oía, inmóvil, mientras veía cómo la trama de colores, que se distribuía como una ristra de cebollas, se transformaba en mi imaginación en cabezas de leones que rugían furibundos. Así que los leones comenzaron a gritar y a pelearse, moviéndose en la pared, emboscándose, amenazándose, lanzándose unos encima de otros, mordiéndose. No, no eran leones… ¡eran mis padres! ¡Mis padres estaban gritando, podía oírlo desde allí! ¡Mis padres eran los leones que peleaban!
–Me estoy viendo a mí mismo. Tengo… 8 años, creo. Estoy en mi casa, en mi habitación, sobre mi cama. Estoy oyendo a mis padres pelear. Mi madre está llorando, mi padre grita. Tengo miedo.
Miedo… no puedo moverme. Estoy inmóvil sobre mi cama. Los leones me amenazan, van a atacarme, no puedo hacer nada… Tan solo devoradme, no voy a pelear, no voy a rebelarme. Más llantos… Y ahora, suena un portazo.
–Mi padre se ha ido, y no va a volver. Se ha marchado para siempre.
Todo se volvió oscuro, guardé silencio.
–Dime qué más ves.
«Qué más ves, qué más ves…», sonaba en mi cabeza… «Qué más ves»…
Estoy en mi casa, en la cocina, sentado a la mesa, cenando sobre un mantel de hule con motivos de frutas, con mi hermana al lado. Lleva una minifalda roja y negra de cuadros, que a mi madre no le gusta porque dice que le hace parecer una puta. Hace tiempo que mi hermana y mi madre casi no se hablan. Ahora está escuchando música con unos audífonos al tiempo que cena, con mi madre encabezando la mesa, guardando silencio, mientras yo tomo la sopa aguada y sueño con estar en otro lugar, con irme de ahí, donde no haya más silencios, donde no haya más vacíos. Donde no haya leones al acecho esperando a lanzarse un zarpazo.
–Han pasado varios años. Estamos cenando. Mi madre apenas alcanza para comprar comida para los tres, tiene que trabajar todo el día para pagar las deudas y llegar a fin de mes. «Todo es culpa de vuestro padre», dice… «todo es culpa de vuestro padre», insiste. «Vuestro padre era una mala persona». “No seas como él”, me dice. “No seas como tu padre”, insiste.
Guardé silencio. Sentía una profunda tristeza. Sentía la ira de mi madre… su enojo, su rencor… Ella me educó en el desprecio a mi padre. Para ella todos los hombres son iguales: malos, violentos, déspotas, irresponsables, egoístas, alcohólicos, traicioneros… Así fue que me trasladó su odio y su desprecio. Por eso siempre he abandonado a mis parejas. Mi hongo parásito sale por fin a la luz. Ahora me empiezo a preguntar quién soy yo realmente. ¿Soy yo? ¿Soy mi padre? ¿Soy lo que mi madre me hizo portar como un parásito en mis entrañas?
***
Salí del trance y el Demi estaba allí, delante mío, observándome, sentado sobre el suelo con las piernas cruzadas, fumando un tabaco liado, grueso, de un olor fortísimo.
–¿Quién soy? ¿Quién carajo soy yo? –me pregunté en voz alta, se lo pregunté a él.
–No te preocupes por quién eres, eso no importa demasiado. Todo tiene su reflejo y cuando te miras a ti mismo solo ves el reflejo del mundo en que has vivido. Pero ahora vas a ver más lejos.
Se paró y abrió un oxidada lata de café que estaba en un estante. De ahí sacó una sustancia granulada que arrojó dentro de la cacerola y se mezcló con las puntas en combustión. Introdujo sus manos en la cacerola y las sacó con el líquido ardiendo escurriéndose entre sus dedos.
–Esto te va a ayudar a ver. Ahora, párate –me dijo, con sus manos en llamas, sin mostrar ningún síntoma de estar quemándose. Le obedecí y, ya en pie, puso sus manos sobre mi cara y me embadurnó con el alcohol los pómulos, mejillas, orejas, cuencas, mentón… El líquido ardía sobre mi rostro. Sentí miedo otra vez. Aquello era un auténtico bautismo de fuego. Ser bautizado, volver a nacer… Me pregunté si sería el mismo después de abrir los ojos. Pronto lo sabría.
–Ahora, dime qué más ves.
“Qué más ves… qué más ves”… Ahora veo una pradera con flores, un sitio en el que nunca he estado. Ya no era yo, era… ¿qué era? Era un insecto… Sí, era un insecto alado. Así me vi, volando sobre los árboles y campos. Apreciaba colores y sonidos desconocidos, sentía las partículas de polvo flotando en el aire, el calor sobre mi abdomen, el aire agitándose bajo mis alas, mi pelo acariciado por el viento, mi probóscide libando en el órgano sexual de la flor. Una vida libre y sin estar condicionado por nada. Todo parecía suceder a un ritmo extraordinariamente lento, mi cuerpo y mi cerebro parecían moverse a una velocidad vertiginosa. Perdí la noción del tiempo… ¿Cuánto dura la vida media de un insecto? Tres semanas, un mes, un año… toda una eternidad.
-Soy libre. Ahora soy libre. Soy libre… Soy libre…
Desperté de nuevo. Estaba en el suelo, moviendo brazos y piernas frenéticamente, como un epiléptico. Cuando me di cuenta de lo cómico de mi situación, me paré de un salto y sacudí mi ropa, disimulando, como si nada hubiera pasado. No me atrevía a mirar al Demi, pero entonces me habló y no me quedó otro remedio que fijar mi vista en él. Estaba sentado, tranquilo mientras fumaba su tabaco, inmóvil como una piedra, y su mirada me penetró como si entendiera perfectamente todo lo que acababa de suceder, lo que yo acababa de vivir. Tal vez él también se llegó a transformar alguna vez en un insecto.
–Seas el que seas y hagas lo que hagas, no olvides que todos venimos del mismo sitio y vamos al mismo lugar. Recuerda que todos vamos a morir, pero cómo decidas vivir, ¡ah!… eso lo cambia todo. No dejes que las ideas, las creencias y los prejuicios de otros, todas esas cosas que has acumulado y que no son tuyas, te entierren y te sepulten en vida.
«Recuerda que todos vamos a morir»… Memento mori.
Yo solo quería irme y acostarme en mi cama, descansar mi cuerpo y mi mente y dejar atrás toda esa experiencia. Olvidar que había vuelto a ser un niño asustado en mi habitación, que había vivido de nuevo la ruptura de mis padres, la soledad de un hogar roto, y que me había sentido más pleno siendo un insecto que un humano. Pero, por más que quisiera negarlo, toda esa mierda había sido real. Ahora entendía mejor todo lo que me dijo el Demi sobre el antropocentrismo y sobre creernos superiores en este planeta, en esta galaxia, en este universo.
Di por concluida la noche y nos despedimos. Por el camino de regreso a mi cabaña me sorprendí dándome cuenta de que ya nada me importaba realmente. Era la misma sensación que tuve al mirar las nubes al lado del Ribas, pero esta vez tenía respuesta a su pregunta: las nubes también nos observan a nosotros, y para ellas solo somos hormigas. Nada más que eso.
***
La naturaleza del Universo se puede traducir mediante números y ecuaciones: el ciclo reproductivo de las termitas, la trayectoria de la luz en un campo gravitatorio, los patrones migratorios de las aves en verano, la vibración del sonido que emite el grillo para atraer a su hembra…
Memento mori…
Recuerda que vas a morir…
Esa noche, antes de dormir, ya con los ojos cerrados, me acordé de mi padre, el vividor; de mi hermana, siempre cabreada; de mi madre, triste y ausente. Y sentí la más absoluta y sana indiferencia. Por fin me dormí y me olvidé de ellos para siempre.
EXELENTE!
Gracias 🙂
Somos Hormigas viviendo en una roca gigante!