Por Malena Bedoya
Eran las 3 de la tarde. En Quito llovía copiosamente y viajaba por la Ruta Viva, que estaba cubierta por una incipiente neblina. A lo lejos, cerca de un marcador de velocidad, alcancé a ver una enorme valla publicitaria con detalles rosados y una fotografía enorme. Reconocí su personaje: era Tránsito Amaguaña. En la leyenda no se describía nada, había una noticia vaga sobre quién era. Esa lectura, a 78 kilómetros por hora, era algo muy rápido, un consumo casi instantáneo. Medité por unos minutos en silencio e intenté imaginar qué idea absurda estaba detrás de llevar a Mama Tránsito a una valla publicitaria de esa manera.
Pensé en ella, Mama Tránsito, y recordé a las abuelas. Volví sobre la imagen y un suspiro inundó mi cuerpo. Evoqué las veces en que fotos o imágenes de las mujeres de nuestro pasado han sido puestas en los espacios públicos, bajo qué agendas, con qué objetivos, con qué fines. Esa valla era, sin duda, otra más de tantas que nunca nos dicen nada.
Decidí escribir estos párrafos para las abuelas y para Mama Tránsito. Este texto es un tejido de historias que cruzan la vida y la muerte; es, además, un escrito simultáneo de recuerdos de distintas abuelas, de muchas historias que he recibido de mujeres que han pasado por mi vida. Debo agradecer ese espacio abierto de intimidad.
Las abuelas son un lugar de refugio, aunque a veces son el del abismo. Son las que nos sostienen en la historia familiar o de la comunidad solo como una posibilidad. Existen porque seguimos hablando de ellas. Las abuelas son la historia de este país, pero en reversa. Cuando sus recuerdos llegan a nuestras vidas, solo imagino un tiempo inverso a lo que he aprendido de esa, la que es la otra Historia, con mayúscula. Ellas son historias que han sobrevivido y también las que han vivido. El tiempo de las abuelas está siempre suspendido en el presente, es inmanente.
Al lado de las abuelas, el verbo empoderar es complicado y confuso porque pierde la densidad al no tener el tiempo como soporte y sostén. Al lado de las abuelas solo está la posibilidad de resguardar, de entender que para el presente necesitamos de ellas, de su dignidad, de sus experiencias y de lo incierto. También necesitamos de sus miserias. Las abuelas se desfiguran en nuestro yo y se transforman en cada evocación de su nombre.
Las abuelas son los recorridos hacia la comida, la abundancia y la tierra. Son el alimento, el cariño, las habas, el maíz y los mellocos. También son los espacios de la etiqueta, del maltrato y del hambre. Su vida era el deber de la Escuela Doméstica, de la escuela de monjas o del trabajo de la hacienda. Las abuelas eran las huasicamas y con ellas deberíamos pensar el cuidado como un prisma donde se develan múltiples y complejas realidades. Ellas son quienes estaban allí para los nietos y nietas, para la defensa cuando el profesor les agredía, cuando el patrón les arrastraba. Las abuelas curaban las heridas y guardaban los secretos como una protección a futuro.
Una de mis abuelas fue una mujer recia, una sobreviviente del campo, de los hijos, de las cosechas, de la migración, del trabajo sin cesar, de su ausencia escolar, de las violencias de todo tipo, de la discriminación. Otra de mis abuelas es un silencio, un secreto, una soledad, en cierta medida siento su ausencia como una inquietud constante.
Para las abuelas no hay heroicidad. Para ellas, su devenir histórico fue una cadena de olvidos y negaciones. Han sido el clamor romántico para evitar el propio dolor. Las abuelas incomodaron al terrateniente, al Estado, al cura, a la reforma agraria, a la educación, a la familia. Como nuda vida siempre fueron incluidas por exclusión, y también ahora, a setenta kilómetros por hora, en vallas publicitarias que siguen la misma retórica, como un círculo perpetuo y vicioso.
No me atrevo a hablar de Mama Tránsito porque necesito aprender con su comunidad, porque ella vive en sus voces, porque ella es la abuela que resguarda sus luchas. Solo la evoco como una necesidad de entender ese mundo de donde vinimos nosotras y nosotros. Mama Tránsito nunca será una foto, ella es un constante hablar, un gerundio perpetuo. Esta abuela no necesita de un borramiento al estilo de pinkwashing de alta velocidad en una valla publicitaria. Ella es una multiplicidad de voces y colores que se replican incesantemente. Mama Tránsito está en los lugares más inesperados del recuerdo, así como cada una de nuestras ancestras.
Las abuelas siempre nos disputan en el presente nuestros privilegios. Ellas están en el espejo donde nuestro yo se transforma de mil maneras, porque las abuelas son una contingencia incierta que nos desafía ante nuestra propia muerte.