Por Karina Marín / @KarinaML17

Al conductor de la camioneta que transporta material de construcción sin medidas de seguridad y toma el volante con la mano derecha, mientras con la izquierda sostiene el celular pegado a su oreja. Si le haces un gesto de reclamo, porque va zigzagueando a paso de tortuga, gesticulará detrás del vidrio y sabrás que te insulta. Jamás dejará de atender la llamada que le ocupa.

A la mujer que interpela con tono autoritario a la señora de la frutería de la esquina, porque ya no vende los dos aguacates a un dólar, sino a un dólar veinte y cinco. Le dice abusiva, le dice vaga, le da un par de lecciones de ciudadanía y de cómo se construye un país con “precios justos”. Luego, le lanza un billete de manera ofensiva y le da la espalda, dirigiéndose a su toyota land cruiser color blanco. Mientras se aleja, sobresale su cabellera de un rubio cenizo que cae hasta media espalda y que ha sido recientemente intervenido en algún salón de belleza de esos que cobran $300 por balayage, hidratación y tratamientos de cristales de seda.

Al muchacho que ha agredido a su abuela en un exceso de ira. Ha chantajeado a su padre para que le consiga los últimos zapatos de moda, a pesar de los esfuerzos que él y su esposa hacen por procurar que les alcancen dos salarios mínimos. La abuela, que vive con ellos y que le ha pedido ser un poco más considerado, se ha ganado un empujón por parte del nieto, y la consecuente caída que le ha ocasionado una contusión en la cabeza que, a su edad, pudo causarle la muerte. El muchacho no se ha disculpado y le ha dicho a la madre que también ella debería cerrar la boca.

Al funcionario público, encargado de defender los derechos del pueblo, que en estado de ebriedad ha forzado a una mujer a salir de un ascensor, la ha agredido y ha montado un espectáculo bochornoso. Luego ha negado lo ocurrido y se ha aferrado por meses al cargo, a pesar de las pruebas en video que se hicieron virales, para que a nadie le quepa duda.

A la profesora de escuela que ha golpeado al chico con autismo y lo ha aislado de sus colegas. La misma que ha pedido expulsión para una estudiante venezolana, aunque no sepa aclarar los motivos y asegure que no se trata de xenofobia. La misma que ha dicho que hay estudiantes que no merecen siquiera cruzar el umbral de un centro de educación.

Al médico que grita al personal de su clínica de especialidades. Humilla a unas y a otros y usa términos descalificadores sin un mínimo de autocontrol. Les amenaza con multas y memorandos, golpea el escritorio mientras hace sus advertencias. No le importa que afuera haya pacientes esperando por atención hace más de una hora.

Al docente universitario que siempre camuflaba un cuchillo que dice que jamás usó, aunque sabía que intimidaba, sobre todo a aquellas alumnas a las que, durante años, acosó dentro y fuera del campus.

Al político de los cenicerazos, de los periódicos destrozados en cadena nacional, del vaso de agua arrojado a otro que es corrupto. El que llama a duelo de puños a sus contrincantes ideológicos. El político de todos los siglos.

Al dueño de la empresa que decide culpar a los obreros de la planta de producción por las pérdidas de octubre de 2019, y que les recuerda que tuvo incluso que enviar gente a la carretera para impedir que los indios, como les dice despectivamente, acaben con su trabajo de toda una vida. El mismo dueño de empresa que no estuvo en el país durante octubre, porque estaba en Europa, viendo la vida pasar.

Al hombre que, en un momento de ira, le propició a su pareja una cachetada y le dijo que la próxima vez le irá peor.

A la muchacha que fue violada por su padrastro alcohólico y que, ante el miedo a ser juzgada por un aborto, ha pensado seriamente en quitarse la vida.

A toda esta gente quieren darle armas. Permitirán que las porten y las usen bajo su responsabilidad. Argumentarán que lo hicieron en defensa propia. En un país en el que los jueces se compran y las condenas se negocian, nadie dudará de su palabra. Y luego se hará costumbre el disparo, la revancha sangrienta, el ajusticiamiento. Tendremos matanzas escolares, víctimas inocentes, tragedias sin nombre.

Les darán armas y les dirán que son libres. Les darán armas y les dirán que ahora la seguridad depende de ellos. Les darán armas para sembrar los campos de terror, mientras sus políticas neoliberales matan de hambre a quienes trabajan el campo. Les darán armas para dirimir sus desacuerdos en un tiempo en el que el disenso es pecado. Les darán armas para que el estado ya no sea responsable de la seguridad y de la paz.

Dirán que son pro-vida y portarán una HK en el cinto del pantalón.

Les darán armas para desentenderse, por fin, de la dignidad de la vida.


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Karina Marín Lara es escritora, crítica literaria e investigadora académica. Su trabajo gira en torno a los estudios visuales, la literatura y los estudios críticos del cuerpo y la discapacidad. Desde el feminismo, milita por los derechos de las personas con discapacidad.


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1 COMENTARIO

  1. Excelente!! un retrato en prosa de lo que està ocurriendo en el país. Quienes votaron y están a gusto con este modelo de gobernanza, podrían hacer una seria autocrítica.

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