Por La Barra Espaciadora
Cuando la Secom prepara cualquier producto destinado a las masas, no deja al azar ningún detalle: despliega todo un operativo casi marcial. Si el objetivo es descalificar a alguien, los servicios de inteligencia y de monitoreo entregan los insumos necesarios para que sus obreros de la comunicación armen argumentos, acomoden verdades e interpreten los hechos a su antojo… El fin justifica los medios, dirán, maquiavélicos…
Sun Tzu, en su libro El Arte de la Guerra, argumenta que la información no puede obtenerse gracias a fantasmas ni a espíritus, sino a quienes conozcan a fondo la situación del adversario. Como fieles peregrinos de Sun Tzu, la Secom ha montado dentro de su estructura todo un equipo de cuenteros que trabajan de sol a sol para tejer y destejer argumentos que lapiden a su siguiente víctima. Entre los más conocidos están los de la tropa de grafiteros a sueldo, quienes escoltados por las noches pintan consignas progobierno, aniquilando de un brochazo la función social del grafitti y su encanto como forma contestataria de arte callejero. Pero, sin duda, los más famosillos son los de la banda de trolls, los que cumplen la misma misión que la ladilla pero bajo el cobarde anonimato, y que por hacerlo, encima, cobran su respectivo salario.
Pero, ¿cuál es la diferencia entre un cuentero y un cuentista? El cuentero es el que afirma que el rey viste las sedas más finas del mundo, mientras el cuentista muestra su más humana desnudez.
Cuenteros que se precien de serlo desvían hacia la sombra verdades, desordenan la realidad para su provecho y en perjuicio del prójimo. Pero sus argumentos no son inapelables. Aunque pueden cautivar a los incautos, con el tiempo sus tácticas pierden efectividad y terminan delatándolos. Una vez descubierta la patraña, los cuenteros pierden credibilidad, despiertan desconfianza y sus cuentos terminan cojos.
Un cuentista, en cambio, transforma los componentes de la realidad para mostrar ciertos engranajes ocultos de la vida cotidiana, hallazgos incómodos para quienes ejercen el poder, pero que necesitan transformarse en historias comunes que queremos y merecemos conocer todos. Es ahí donde está la esencia del cuentista observador: en el traer a la luz lo que está en penumbras, en mostrar el tono de piel, las lacras y lunares que tiene el rey bajo esas sedas satinadas.