La Barra Espaciadora.
Antes de que los pueblos amazónicos fueran contactados, el territorio waorani era muchísimo más extenso de lo que ahora es. Hoy, su territorio comprende el Parque Nacional Yasuní, la Reserva Étnica Waorani, la Zona Intangible Tagaeiri Taromenane y otros sitios de avanzada colona.
Aún con la violenta usurpación de sus tierras y con el arrinconamiento al que se los ha sometido históricamente, los wao habitan aún una zona de miles de hectáreas. Incluidos los campos del bloque 43, o Yasuní ITT. Sin estas extensiones inmensas de selva para vivir, cazar, pescar y recolectar, estas poblaciones no podrían sostenerse en sus mejores condiciones pues su cosmovisión no se los permitiría.
A los wao se los conoce como los caminantes de la selva. Esta característica ratifica el hecho de que estos pueblos no viven tan solo en donde se ubican sus construcciones para vivienda, sino que transitan por amplios territorios selváticos como parte de sus rutinas de caza, pesca y recolección. Estas características se replican en los pueblos que derivan del tronco cultural wao, como los tagaeiri y taromenane. Estos hábitos son los que constituyen su cultura y fortalecen sus ya profundos conocimientos sobre los usos de plantas y animales, tanto para su dieta habitual como en tratamientos medicinales.
Además, los wao se relacionan con su territorio de acuerdo a las alianzas que a lo largo de los años se han formado entre distintas familias y comunidades del mismo tronco étnico. Según la antropóloga Kati Álvarez, de acuerdo con las concepciones territoriales de los waorani, su residencia se establece en aquellos lugares de connotaciones de ancestralidad que contengan como vivencia la buena cacería, la buena vida, el compartir y el recuerdo épico de matanzas. Sin embargo, asegura, también se han sumado aspectos relacionados con los objetos que, a manera de chantaje, los empresarios petroleros entregan a los indígenas a cambio de que se les permita ingresar a explotar en tierras de su propiedad.
Un estudio inédito del Observatorio contra la Discriminación y el Racismo, de Flacso Ecuador, y la Fundación Pachamama, revela que se han contabilizado “hasta 6 residencias diferentes y distantes por cada individuo pero no necesariamente permanente”.
Esta alta movilidad registrada entre los pueblos wao se expresa también en las actividades festivas, que se extienden en tiempo y espacio, pues los miembros de las familias también se separan a determinadas edades de sus progenitores y vuelven a visitarlos, años después de la separación, en encuentros extensos. “En el primer caso al menos 8 de los 12 meses en el año son ocupados en estas reuniones, encuentros y visitas”, dice el estudio citado. Los viejos, es decir, los padres y abuelos, dejan huellas de su paso por el mundo selvático amazónico sembrando plantas como la chonta. Estas marcas sobre el tiempo son también marcas sobre un territorio al cual los más jóvenes vuelven pues saben que esos espacios les pertenecen.
En cuanto al tema agrícola, se ha esgrimido el argumento de que la mayor causa de deterioro de los suelos es la extensión desmedida de la frontera agrícola. Pues los pueblos waorani, por tradición, desarrollaron un sistema de siembra y cultivos que permitiera la regeneración de las tierras mediante la construcción de chacras que se mantienen en distintas edades agrícolas, con el propósito de cuidar la calidad de los suelos y aprovechar mejor sus nutrientes aprovechando los ciclos. Estas tradiciones se han visto mermadas tras los distintos procesos de colonización que incluyen a los forasteros mestizos así como a determinados grupos indígenas kichwa, que ya se han establecido en territorios selváticos desde hace décadas.
Como vemos, las relaciones entre el ser humano indígena amazónico y su entorno natural son muy complejas. Se diferencian muchísimo de las relaciones que los seres urbanos mantenemos con nuestros territorios en las ciudades y, por lo tanto, merecen también un tratamiento diferente desde el plano del derecho.