Por Milagros Aguirre A.
Hemos perdido la confianza en el país, en los gobernantes, en la justicia y en otras cosas más. Tener confianza significa tener fe. Creer. Y en algunos casos, creer ciegamente o creer porque no queda de otra. La confianza es una cosa muy delicada: la tiene el pasajero que se sube al bus y espera llegar a su destino o el que se sube a un avión y confía en que el piloto sabe volar. La confianza es ciega cuando entramos al quirófano y esperamos que el médico y el anestesista hagan bien su trabajo. No queda más que confiar en ellos para salir con vida de la operación.
En el país ya no tenemos fe. En algún momento, no sé cuando, nos la quitaron, se esfumó. Y ahora no podemos confiar en nada ni en nadie. Sencillamente no tenemos confianza en ninguna institución. Razones para ello, por donde se vea:
¿Cómo vamos a confiar, por ejemplo, en las fuerzas del orden, si vemos a policías y militares de chacota con los don Nazas, don Marquito, don Dieguito y quién sabe con cuántos prestamistas envueltos en quién sabe qué otros líos y chanchullos? ¿Ellos nos van a dar seguridad?
¿Cómo vamos a confiar en las investigaciones de la función judicial, por ejemplo, si luego de cuatro años de la muerte de los periodistas de El Comercio —Javier, Paúl, Efraín— el vocero de la Fiscalía dice una tontería como la que se escuchó —en el Día de la Libertad de Prensa— que “jamás se ha analizado el papel del medio de comunicación en el caso”, dejando caer que, así como a la mujer violada se la declara culpable (y no víctima) por usar minifalda o por tomar un trago en una fiesta, así los periodistas han sido culpables por meter sus narices donde no debían, es decir, por hacer su trabajo.
¿Cómo confiar en que no se malgasten los fondos del Estado si los últimos contralores han sido como el lobo cuidando a las gallinas? Uno ha tenido 14 millones guardados, con esos dineritos ha pagado su fianza en EE.UU. para ser juzgado en libertad por sus trapacerías. El otro dice que ya está muy viejo para estar preso. Ambos debían ser probos ciudadanos capaces de llevar con transparencia las cuentas de todos los gastos del sector público y resultaron ser pillos de siete suelas.
¿Cómo nos fiamos de que en las tentadoras fauces del dinero fácil no hayan caído más militares, policías, jueces, alcaldes, prefectos, diputados, ministros, viceministros, fiscales? ¿Quién nos da la garantía? ¿Cómo podemos creer que el estado de excepción —decretado en feriado el mismo día que se anuncian las marchas de los trabajadores —va a calmar en algo la violencia desatada en algunas provincias del país? ¡Menos mal no hubo incidentes el 1° de Mayo, porque la confianza en la decisión habría sido aún menor pues el estado de excepción sonaba al pretexto ideal para justificar la represión o el “uso progresivo de la fuerza”.
¿Podemos confiar en que nuestros aportes al IESS serán nuestra garantía de jubilación o también van a desaparecer como desaparecen los dineros públicos, por arte de magia? ¿Podemos confiar en las ofertas electorales? ¿Cómo fiarse de la justicia si se aplica a dedo?
Ni los deportistas, que se supone son ejemplo a seguir para los jóvenes, han sido de fiar: ahí está, tristemente, el caso del futbolista que ha sido tiguerón…
De los medios ya nadie se fía tampoco. Hay medios y medios… en redes abundan ‘noticieros’ que cuentan medias verdades, con colegas que muestran sus filias y sus fobias, que no se ruborizan si les toca defender lo indefendible o que, debido a sus posturas ideológicas o causas personales, difunden falsas noticias sin rubor.
La falta de confianza da miedo. Y el miedo paraliza… recuperar la confianza en las instituciones parece imposible… y no debiera ser un asunto tan difícil… bastaría que cada uno hiciera bien su trabajo… sí, como el piloto o el cirujano…
Milagros Aguirre Andrade es periodista y editora general en Editorial Abya Yala. Trabajó en diarios Hoy y El Comercio y en la Fundación Labaka, en la Amazonía ecuatoriana, durante 12 años. Ha publicado varios libros con investigaciones y crónicas periodísticas.
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