Por Xipali Santillán / xipali.wordpress.com
En una charla, una profesora explicaba a sus contertulios un hecho que, insólito para el grupo, requería de un contexto: antes, debemos comprender -dijo- que en Latinoamérica los niños estudian literatura sin escribir. El público de la sala se hundió en un silencio incrédulo. Ella añadió: Sí, sí, como aprender pintura sin tocar un crayón, así.
¿Y, por qué es importante que la enseñanza de la literatura se realice escribiendo? El mundo de las palabras también es el mundo de los engaños. Si no sabes desenvolverte con fluidez en él, es como deambular por un país cuyo lenguaje desconoces. ¿Cómo darte cuenta de que te están engañando?
Palabras malas, malas palabras
Haremos una prueba: utilizaré una serie de falacias y paroxismos para defender que Cristo es el Diablo y el Diablo, el redentor:
“Caballeros, ruego su atención pues una duda existencial me asalta desde que el sol tocó la ventana de mi cuarto. Amanecí razonando, pues, que un rasgo característico de conservadores y tradicionalistas es que se declaran católicos, lo mismo sucede con históricos líderes fascistas, y más gente que ocupa altos cargos de poder. Entonces recordé la profunda decepción que experimentó Judas Iscariote al esperar que el Cristo liderara una revolución en contra del status quo, y que, al contrario, recibió como respuesta la tan repetida frase: dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. No me dejarán mentir si digo que ahora y siempre, la Iglesia mantiene esa postura de dejar hacer, siempre que el poder mantenga intactos sus privilegios… Minutos después, si me lo permiten, tuve una digresión caprichosa mientras untaba con mantequilla el pan del desayuno. Recordé a Walter Schöller, uno de los más grandes maestros de magia negra, y su libro de 1932: La dignidad del hombre, en el que planteaba que los derechos de las personas trascienden los límites establecidos por la Iglesia y el Estado de entonces. El ángel caído, decía, simboliza al ser humano emancipado, que se lanza fuera del paraíso de absoluto orden, un paraíso en el que es inaceptable cuestionarse sobre lo que es bueno y lo que es malo, bajo la amenaza de perder la protección de quien detenta el poder universal.
Sus colegas, quizá habituados a estas elucubraciones, lo miraron atentos y contentos. Don Miguel prosiguió:
Los intelectuales de renombre que han respaldado las afirmaciones de Schöller, han sido además reconocidos defensores de derechos humanos, y de nuestra causa en particular. Esto no debe sorprendernos, pues si se compara el mencionado trabajo y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, firmada quince años después, notaremos que comparten los mismos postulados. Pensar en derechos universales y el papel de la Iglesia a lo largo de la historia, me trajo a la mente a quienes sostienen que el Cristo no es más que un invento del Imperio Romano para lograr la cohesión social, en respuesta a la presión ejercida por bárbaros y celtas. El cristianismo se edificó como una forma de vida refinada y culta, antagónica a los invasores, con clases sociales bien establecidas y el status quo afianzado. Dado que el ángel caído busca la emancipación del ser humano, y Cristo nos acalla en espera de una salvación que nunca llega, no podemos sino deducir que pertenece a este último la mano oscura que a lo largo de la historia frena nuestro desarrollo como sociedad, condenándonos a permanecer bajo la bota del César de turno. ¿Se han preguntado alguna vez por qué tanta desventura para los buenos, y tantos privilegios destinados a los malvados? [1]
¿Las pudieron identificar?: tuo quoque, ad verecundiam, ad hominem, ad ignorantiam, un toque de ad baculum por ahí.
Hablamos castellano y mentimos incluso cuando decimos la verdad. Nos ahogamos en palabras, paroxismos y falacias. Somos sociedades idiotizadas con una sobredosis de información y una pavorosa incapacidad de expresarse. Pero, la pregunta cae por su propio peso: ¿cómo precisar tu análisis de la realidad, tus aspiraciones, tus sueños, tus sentimientos, sin la contribución de las palabras?
En promedio, los hispanohablantes utilizamos entre 500 y 1 000 palabras para comunicarnos. ¿Los jóvenes?: 250. Los apasionados por la literatura llegan a usar 3 000. Los escritores empedernidos se acercan a las 10 000. En toda Iberoamérica, el promedio de palabras de uso compartido es de 88 000, a las que se suman 70 000 americanismos registrados. Sin embargo, estas son las palabras que impúdicamente se pasean por las páginas de los diccionarios y que miran por sobre el hombro a los colectivos de palabras huérfanas, o a las inexplicablemente lanzadas al olvido, o a las que con hiriente maledicencia los hablantes llamamos “malas palabras”; eso sin mencionar aquellas inventadas al calor del hogar y del beso…
Palabras desempleadas
¿Alguien podría negar la vigencia del verbo espejarse para describir la acción de mirarse al espejo? ¿O para definir la emoción al verse reflejado en otro ser?
¿Existe un mejor término que celícola para nombrar —literal y metafóricamente— a los habitantes del cielo?
¿Cómo puedes nombrar esa suerte de desfallecimiento extático tan propio de experiencias espirituales o estados alterados de conciencia, si no es con el término deliquio?
O aquel anglicismo tan antiguo y bello: esplín, para ese específico tipo de melancolía que de repente le pone a uno a cuestionarse sobre el sentido de la vida.
¡Me contagiaste la pereza!, decimos a veces. ¡Me emperezas!, sería la versión más corta.
O, el verbo trapazar, que ahora podría usarse en lugar del anglicismo bullying.
Compatía siempre me ha parecido más coherente que simpatía, aunque signifiquen lo mismo.
Desantañarse, usada como un adjetivo festivo, para quienes se esfuerzan en disimular los años que llevan encima.
O flagar, cuando algo resplandece como una llama sobre mí. ¿Útil para un sms, no? “Flaguea sobre mí, baby”
Expresarse es existir. Las palabras quizá caigan en el desempleo, en el olvido o en la censura, pero siempre necesitaremos expresarnos. Ahora das un clic, posteas la foto de un plato de comida o la de un buda sentado en loto o la de tu amiga con una mancha de pastel en la nariz o la del vecino orinando un poste. Basta el acervo cultural del pulgar para expresar la imagen de vos que quieres proyectar. En algunos contextos la carita feliz puede reemplazar adecuadamente a frases como: “estoy conmovido por tu generosidad”; o una carita triste para decir: “tu moralismo es intolerable”. La charla de sobremesa, las conversaciones en la plaza, la participación en los espacios sociales van siendo desplazados por un flujo incesante de neojeroglíficos que transforman la escritura tal y como la entendíamos hasta hace pocos años. (Me impuse la tarea de escribir un poema que únicamente utilice estos ideogramas. Preveo que el resultado se asemejará a una letra de Joan Jet o de Daddy Yankee).
Palabras libres
A ratos cuesta definir la libertad de expresión. Quizá valga la pena plantearse un escenario de su ausencia: el silencio cómplice. El mismo silencio que justifica que el chofer, la niñera, la empleada de casa o el albañil sigan siendo los mismos Chiluisa, Guamán o Chalá que vienen heredando esas ocupaciones desde la lejana y cruel colonia; el mismo silencio que permite que los medios -tácita o implícitamente- defiendan la preeminencia étnica del blanco (que quizás ya ni exista); el mismo silencio que mató al río Machángara de Quito y al estero Salado de Guayaquil. Ese silencio cómplice que está detrás de la transformación de la amazonía en un paisaje de pasto y vacas.
Sheena Monnin, Miss Pensilvania, tiene que pagar cinco millones de dólares por decir que el Miss Universo está manipulado. Hace unos días, cuatrocientas personas se salvaron de morir junto a las cerca de 1 500 víctimas en las costas italianas, en lo que va del año. ¿Y lo que sucedió en Kenia?, ¡bah!, queda tan lejos…
Cinco personas piden dinero, en promedio, en cada bus que uso. El transporte público es una tortura. En Japón, una guapa modelo masturba a los concursantes mientras cantan karaoke; quien dura más, gana. En Ecuador, con el decreto 16 el Estado se abroga el derecho de disolver organizaciones sociales. Pachamama es clausurada. Javier Ramírez, cabeza visible de la lucha antiminera y dirigente de la región de Intag, fue encarcelado por 308 días. En Ecuador, bloquear una carretera es asumido casi como si fuera un acto de terrorismo. Animadores de concursos televisados son nombrados como los más influyentes en la opinión pública. Kim Kardashian revienta las redes sociales con su trasero desnudo. Para el 2014, 6 de cada 10 mujeres ecuatorianas habían sufrido por actos de violencia de género mientras 7 de cada 10 niños ecuatorianos fueron víctimas de abuso físico, sexual o negligencia. Casi la mitad de la población económicamente activa tiene empleo “inadecuado”…
Me gustaría dar un like al noticiero que puso al frente a una presentadora afroecuatoriana, y otro a ella, cuya sonrisa casi me hace olvidar que da las noticias en lenguaje de señas. Y me gustaría que las redes sociales incluyeran el botón para poner unlike. ¿Alguna vez Giordano Bruno se imaginó ser el precursor del reggaetón?, ¿se habrá imaginado que al defender y ampliar las investigaciones de Galileo Galilei estaría abriendo paso a este descalabro emocional musicalizado?
La libertad de expresión es, además de un artículo en la Declaración de los Derechos Humanos, una ventana a la transgresión. Es la rebeldía la que mueve al mundo. A quien detenta el poder no suele gustarle que algún pelagato le despoje de sus privilegios, y eso aplica a la familia, a la escuela, al país. ¡Desobediencia civil. De eso estamos hablando! ¡Desobediencia que ni es violencia ni es torpeza! Hay que saber qué tierra pisamos. Yo, al menos, tengo pavor del burócrata que tras un escritorio teje sus redes de micropoder, que se deleita jugando con los derechos de las personas. Esa gente sí me asusta, y me asusta porque el concepto mismo de democracia está en quiebra. Esperar que los políticos la recuperen es tan necio como ver al verdugo resucitando al ejecutado.
Las redes sociales, la interconexión, la velocidad del intercambio de información, hacen que nosotros mismos seamos el medio de comunicación. Nuestro cuerpo, nuestra voz, nuestras palabras son el medio. Por eso nos rebela tan íntimamente cualquier restricción a la libertad para expresarnos. El poder no se da cuenta de que así desconoce nuestra existencia y nuestras divergencias.
Expresarse es existir, es encontrarse, es reconocer al otro como un igual. ¿Convertir la libertad de expresión en un monólogo, en un discurso sobre uno mismo?, ¿utilizar las redes sociales para lo que antaño servían los confesores y terapeutas?, ¿repetir como loras lo que otros dicen que digas que dijeron?, ¿extirpar de nuestra expresividad nuestro humor, nuestro sarcasmo, nuestra ironía para evitar incomodar al poder?, ¿convertir cada palabra en un desafío intelectual? ¿Cómo así?
Nosotros somos los nuevos medios de comunicación. Nosotros somos quienes podemos atizar el odio y el miedo y enterrar el espíritu humano en sus catacumbas, pero también somos nosotros los potenciales desobedientes, capaces de empujar a la humanidad más allá de las actuales fronteras.
1.- El 48% del empleo en Ecuador es calificado como “inadecuado”.