Por Diego Cazar Baquero / @dieguitocazar

Ningún gobierno tiene por qué ser aplaudido por hacer su trabajo. Esa es su obligación. La tradición de que los gobiernos y sus funcionarios en Ecuador se hayan comportado como gamonales terratenientes o -con cinismo e indolencia- se hayan pasado de corruptos, incompetentes e inútiles no nos debe hacer perder la perspectiva.

Usar la tragedia humana en medio de una guerra para desprestigiar a un opositor político es miserable. Querer demoler las acciones de la Cancillería en la gestión de los vuelos humanitarios para que cientos de ecuatorianos pudieran salir de Ucrania y volver a Ecuador, sin argumento alguno, es irresponsable. Aprovecharse de un grupo de estudiantes que consiguieron escapar del conflicto y llegar a su tierra a bordo de un vuelo fletado por el Estado para posicionar mensajes políticos es miserable. Y es miserable también acribillar al muchacho que apenas había aprendido a repetir letanías para lucir rebelde. En medio de una guerra, nada es fácil para nadie más que para el agresor.

Y nada tiene solo dos visiones. Desde que al autoritario Vladimir Putin se le ocurrió que había llegado el momento de invadir Ucrania, el pasado 24 de febrero, activistas políticos convencidos de que son de izquierdas pero amantes de la hombría de sus ídolos comenzaron a hurgar en sus escaparates para ponerse de su lado y justificar las agresiones. Que es culpa de EEUU por promover la expansión de la OTAN. Que por qué nadie reclama cuando Washington ordena invadir países en nombre de la democracia. Que nadie dice nada cuando los soldados israelíes, aupados por la Casa Blanca, golpean y asesinan a ciudadanos palestinos… Sí, es macabro que el mundo entero haya entregado licencias a los sucesivos gobiernos estadounidenses para cometer crímenes como esos. ¡Macabro! Pero es igual de macabro lo que hace Putin y sus cómplices.

Algunos -no pocos- de esos activistas políticos se agazapan en medios televisivos, escritos o radiales de propaganda política y se disfrazan de periodistas. Proponen agendas con “lo que los grandes medios callan”, según ellos. Y de paso, aprovechan sus espacios engañosos para hacer oposición al Gobierno que no les gusta sin mayores argumentos que la cizaña. Eso no es periodismo. Como tampoco es periodismo simplificarlo todo al calificar a Putin como comunista y a EEUU como ejemplo de democracia y de respeto por los DDHH.

Puertas adentro, valdría la pena elevar la calidad de nuestros argumentos antes de esgrimir exabruptos amparados en el solo derecho a opinar. La opinión es un acto de responsabilidad con la especie humana y un gesto en favor de la vida sobre este planeta. Hablemos y digamos lo que nos plazca, para eso celebramos y defendemos la libertad de expresión. Pero no lo hagamos en nombre del periodismo cuando nuestros fueros representan la afinidad por alguna figura política violenta.

O estás de mi lado o eres mi enemigo

Un político de aire feudal y vanidad enferma, que pasó por el encargo de la Presidencia de Ecuador y se mantuvo ahí durante diez años, se la ha pasado aleccionando a periodistas de toda proveniencia, increpando sus líneas editoriales y censurando sus contenidos si no se ajustan a su gusto. Tirano frustrado de megalomanía incontrolable, ese personaje que permaneció días enteros callado desde que se inició la invasión rusa a Ucrania celebra ahora que en los medios que le acarician el ego se repita su guion y su relación filial con Nicolás Maduro, el artífice de la crisis humanitaria que llevó a Venezuela a un abismo que no parece tener pronto remedio, y que tiene a millones de seres humanos en la diáspora y en la pobreza.

Rechacemos la censura infringida en contra de los espacios proselitistas sostenidos por el Kremlin o por Caracas, porque censurar no es democrático. Pero no digamos que se trata de censura a la prensa. Las cosas por su nombre: eso es propaganda política, no periodismo. Así como simplificarlo todo y decir que Putin es izquierda, marxista, nazi o neonazi es todo lo contrario al periodismo.

Ya quisiéramos tener medios públicos que sean verdaderamente propiedad de los amplios y diversos públicos, como sugiere el nombre, pero eso no ocurre ni aquí ni en Rusia ni en EEUU ni en Europa. Es hora de exigirnos honestidad desde todos los flancos, al menos en la medida en la que nuestra flaca institucionalidad nos lo permita.

Así como criticamos con vehemencia que una cadena de televisión nacional invite al exvicepresidente Alberto Dahik como experto en asuntos de género, en lugar de hacerlo para cuestionarle sobre su nefasta gestión y sobre el mal uso de los fondos públicos, critiquemos a quienes hacen proselitismo en medio de una guerra usando canales de comunicación públicos a los que disfrazan de periodismo.

Así como nos parece ridículo e irresponsable entrevistar al expresidente Jamil Mahuad como adalid de la democracia en lugar de interrogarle sobre su responsabilidad en la debacle económica del Ecuador de los noventas, expongamos nuestro rechazo a los relatos binarios de sus adversarios, sea en lo público o en lo privado.

No se trata de tomar postura por Rusia o por Ucrania como si una guerra fuera un partido de fútbol. Si no somos capaces de condenar la violencia de cualquier gobernante en contra de cualquier pueblo del mundo, dentro o fuera de sus fronteras, no podemos creernos demócratas ni atrevernos a hablar de justicia.

O estás de mi lado o eres mi enemigo. Esa narrativa solo sirve para neutralizar toda capacidad verdaderamente crítica y para aniquilar cualquier pensamiento autónomo. Un antiyanqui conspiranoico, arrogante e ignorante es tan peligroso como dos ‘adolfitos’ y tres ‘pinochos’ juntos con todo el armamento de EEUU a su disposición. Y si ese antiyanqui oxidado tiene acceso a los micrófonos de una radio y poco temple para pensar por su propia cuenta, el resultado es tan ridículo como temerario. El rol de la prensa es el de la crítica siempre basada en argumentos, en datos y en hechos. Cualquier cosa distinta es proselitismo, propaganda o provocación.  

Rusia ordena invadir territorios soberanos hoy así como EEUU lo ha hecho decenas de veces en casi todos los rincones del mundo. Putin menosprecia hoy las vidas de cientos de civiles así como Bush padre justificó los bombardeos de sus tropas contra barrios residenciales y ambulancias en Iraq calificándolos de «efectos colaterales».

Hacen lo mismo. Ni siquiera les distingue ideología alguna, pues solo un ciego puede creer que estas guerras se desaten entre «comunistas» y «capitalistas neoliberales». ¡Vamos, qué eufemismo anacrónico ese! Esos binarismos sirven apenas para ver el mundo como si asistiéramos a una historieta de superhéroes con el calzoncillo sobre los pantalones.

Las guerras no atienden a los anhelos de los pueblos ni a los deseos de los soldados que están en el frente. Las guerras son delirios de tiranos que quizá no superaron frustraciones de su niñez. Si no somos capaces de censurar la violencia de esos tiranos, vengan de donde vengan, no osemos llamarnos periodistas.


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Diego Cazar Baquero es periodista, docente y cantante. Es director y editor general de la revista digital La Barra Espaciadora y es cofundador y miembro del consejo editorial de la revista LATE. Es parte de la Fundación Periodistas Sin Cadenas.


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Al Oído Podcast es un proyecto de periodismo narrativo de la revista digital La Barra Espaciadora y Aural Desk, en colaboración con FES-Ildis Ecuador y FES Comunicación.

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