Por Mauricio Pino Andrade* / Foto: César Acuña Luzuriaga
Suele endilgarse a las personas que piensan en la eutanasia una suerte de mezquindad o desprecio por la vida. Nada más alejado de la experiencia. De hecho, es un gran amor por la vida, por la capacidad de percibir, de maravillarse, lo que les mueve a pensar en ella.
Cuando las facultades que hacen posible el contacto con el mundo se ven severamente limitadas, la decisión de descansar es una expresión consciente y libre. La muerte es ineludible y hay cierto dejo de ensañamiento en hacer que alguien más sufra innecesariamente para llegar a ella.
Paola Roldán, quien desde hace varios años padece de un trastorno neurodegenerativo, ha hecho llegar a la Corte Constitucional del Ecuador su demanda para acceder al derecho de morir con dignidad: en paz, conscientemente, con ausencia de dolor.
El lunes 20 de noviembre inició el proceso que abre espacio para que no solo Paola, sino toda persona que sufre de condiciones graves, pueda decidir cómo han de terminar sus días.
Una de las objeciones habituales a la eutanasia es la sospecha sobre el “mal uso” que se puede hacer de ella. Sin embargo, lo que se pretende con las propuestas favorables no es su promoción, sino que su ejercicio no sea penalizado; en concreto, que los médicos o personal que asistan en el proceso no incurran en un delito.
John Rawls, el célebre filósofo político, proponía un ejercicio mental que podría ser útil para pensar en esta situación. Lo llamó “la posición original tras el velo de la ignorancia”. Consiste en una situación hipotética en la que los individuos, despojados de sus sesgos, “ignorando” su riqueza, religión, etnia, estado de salud, etc. piensan en los principios más justos que ordenan la sociedad. Estos principios operan independientemente de los planes de vida que tenga una persona, y de los medios que use para dotarse de una vida buena. Libres de sesgos, los individuos podrán elegir sin distorsiones, por lo que intentarán establecer mecanismos que les blinden ante la posibilidad de las peores circunstancias. La posición original permite incluir la capacidad de decidir morir dignamente.
Que exista esta opción no implica que se la elija. Dada la pluralidad de modos de vida, es posible que en alguno de ellos sea una decisión libre y querida, y puede que en otro no lo sea. Lo importante es que toda la población puede gozar de la libertad de elegir, para lo cual debe haber opciones, y que en ningún caso una persona o colectividad pueda imponer un plan de vida a otras personas o colectividades.
Negar la posibilidad de la regulación de la eutanasia es imponer una forma de vida a una comunidad entera, es negarle la libertad de decidir. La experiencia parece ser bastante consistente: si las personas afectadas pudieran mantener una vida buena, no harían uso de la eutanasia. En tanto que no puedan hacerlo, es deseable que tengan opciones consistentes con sus planes de vida buena.
Nadie debería decidir por Paola. Su amor por la vida es tal que desea que esa parte tan trascendental de ella: la muerte, ocurra como un acto de amor para sí misma y para los suyos.
*Columnista invitado. Mauricio Pino Andrade es politólogo-internacionalista.