Por Luis Quiroz / @luisnapoquiroz
Ayer asaltaron el bus en el que iba rumbo a casa. Varios jóvenes armados con acento colombiano, o simulándolo, se llevaron los celulares y las carteras de los pasajeros. Lo hicieron con inexperiencia, torpemente, como si se tratara de niños forcejeando por un juguete. Yo, amablemente, le pedí al ladrón que me tocó en suerte que me dejara sacar el chip del móvil, pero el apuro de su tarea le obligó a ser descortés.
Bajaron rápidamente del bus y montaron las motos que les esperaban. Arrancaron y se perdieron en la noche. Enseguida, dentro del armatoste los gritos y los reclamos al chofer empezaron. Los pasajeros le exigieron cerrar las puertas y avanzar más rápido, como si temieran ser asaltados por segunda vez, en la misma noche y en el mismo bus. Después, un incómodo silencio. Un murmullo.
Mientras la chica junto a mí lloraba, pues acababa de perder la tablet en la que tenía su tesis, yo me hundí en reflexiones apresuradas. Muchos dirán que la inseguridad es culpa del anterior alcalde, otros acusarán al inepto actual. Algunos, incluso, dirán que es culpa del dictador que nos impone más impuestos y que nos sume en la pobreza, y creerán que todo eso lleva a la juventud a la delincuencia. También habrá quienes digan que la culpa es de esos «malditos extranjeros que vienen a quitarnos el trabajo y a robar». Habrá teólogo-científicos que dirán que esos asaltantes de poca monta, nerviosos y altaneros, son jóvenes descarriados provenientes de familias (no familias) sin valores religiosos, sin amor ni formación en el temor y la abstinencia, incluso podrían ser chicos provenientes de familias homoparentales degeneradas. O es culpa del emperador que no permite a los “buenos” andar armados para defenderse de los “malos”. Mucho dirán muchos.
Yo, en ese momento reflexivo, pensé en las fotos, la música y varios escritos que guardaba en mi dispositivo. Afortunadamente, el alivio llegó pronto, pues recordé que todo eso y tenía un respaldo. En mi memoria, en mi interior, están esos instantes, las sonrisas, las travesuras, las payasadas y las hazañas de mis hijas e hijos. Esas bellezas que emocionan aunque no tengan precios de venta al público. El objeto robado no merecía mi preocupación, pues lo más importante: mis recuerdos, no me los podrán robar.
Pero, la chica junto a mí, a quien lo que más importaba era su tesis, me mostró la diferencia entre valor y precio. Pensé en esos jóvenes ladrones a quienes convencieron de que lo que necesitaban para ser felices era dinero. Pensé en su felicidad, en que quizás durará pocos días después de este robo, y en el vacío que los llevará al siguiente. Cuando se den cuenta de su error, seguramente será demasiado tarde. Yacerán en alguna calle de la ciudad, junto a algún compañero o a algún héroe de esos que van armados. O, no…
¿Cuál es la diferencia entre pobreza y miseria? No es pobre el que menos cosas materiales tiene, sino el que cree necesitar más o cree que merece más. Por eso hay pobres con mucho dinero y ricos no contactados en la Amazonia. Por eso protestamos cuando tenemos que ceder algo nuestro en beneficio de quienes no tienen nada. A veces, nos rehusamos a perder nuestra comodidad en favor de la supervivencia de otros. No queremos ser más pobres (o menos ricos). La miseria va por dentro. Paradójicamente, lo interior crece y se llena cuando más entregas, y mientras más cosas de alto precio acumulas, menos espacio te queda para lo que tiene valor. Hay que deshacerse de lo valioso para hacerle espacio a lo costoso, y así, comienza a escasear la bondad, el respeto, el amor, le reciprocidad, la solidaridad.
Luego del asalto y de los consecuentes reclamos, el extraño silencio que inundó los pasillos del bus solo dejó que circularan las miradas. Unos pocos pasajeros que lograron conservar sus teléfonos, hacían llamadas para bloquear cuentas o para localizar celulares inteligentes. Pero, nadie, en absoluto, preguntó: ¿están todos bien?
Toqué el hombro de la chica a mi lado y le dije que me apenaba haberla conocido en tan triste circunstancia. No había modo de sonar más natural. Me despedí de ella esperando que estuviera bien, a pesar de todo. Ella secó sus lágrimas: «Gracias, chao…», contestó, apenas.
La controladora del bus -como fiel portadora de la mayor expresión de solidaridad de la noche- cobró el pasaje a todos y cada uno de los recientemente asaltados.
gracias por compartirlo, excelente
En que línea fue? Para cuidarnos. Yo regreso a la noche en aguila dorada o Catar por la Amazonas y por suerte no me ha pasado nada
La causa de lo que pasa lo dice en el mismo comentario, la falta de solidaridad. Nadie preguntó si al menos, se encontraban bien físicamente. Ese es el cáncer de nuestra sociedad.