Por Pablo Salazar Calderón
¿Cómo van las cosas en el Perú, a propósito de las elecciones presidenciales? Estamos en medio de unas elecciones convulsionadas por efecto de la desconfianza y el miedo. Los fantasmas del pasado pululan entre los electores. Candidaturas como las de Keiko, la hija de Alberto Fujimori, el presidente más corrupto de la historia del Perú; Verónica Mendoza, a quien se quiere relacionar con el chavismo y los movimientos radicales de izquierda; Pedro Pablo Kuczynski y el pasado lobista que se le achaca en su paso por otros gobiernos, así como la relación que el candidato Alfredo Barnechea estableció con el APRA (partido del expresidente Alan García Pérez), por citar solo algunos cuestionamientos de los cuatro candidatos que se disputan los primeros lugares en las encuestas, generan resquemor entre los peruanos y terminan caracterizando como anómala –por decir lo menos– a esta cita electoral del domingo 10 de abril.
Las redes sociales se han convertido en un hervidero electoral desde el cual se evidencian las diferentes tendencias. Son una ventana que visibiliza las ideas, y eso es normal, sucede en cualquier elección de cualquier país democrático. Sin embargo, hay un elemento distintivo: la inclusión de Keiko Fujimori en las elecciones. Muchos tienen fresca las imagen de los Vladivideos, a través de los cuales se evidenció con total obscenidad las redes de la corrupción de aquellos años, la renuncia de Alberto Fujimori por fax, así como la de su nacionalidad peruana en favor de la japonesa. La hija de ese expresidente condenado a cadena perpetua, con muchos integrantes del gobierno del partido de su padre, como el nefasto Yoshiyama aparecido recientemente en la lista de The Panamá Papers, causan estupor en la comunidad nacional e internacional. Aparte, está el injusto trato del Jurado Nacional de Elecciones que tachó algunas candidaturas por dar dádivas o dinero a cambio de votos, y que no resolvió de la misma manera con otros partidos que cayeron supuestamente en las mismas faltas, lo que generó la sospecha y la observación atenta por parte de la OEA, y su declaración acerca de que estas elecciones presentan algunas irregularidades.
El daño generado por el gobierno de Fujimori –haciendo un breve resumen– ha tenido múltiples alcances: en lo político (la estabilidad e independencia de los poderes del Estado han sido vulnerados); en lo social (la polarización de la ciudadanía ha llegado a límites sui generis en nuestra historia); en lo moral (el acondicionamiento normal a actitudes corruptas como si no fueran delitos por parte de muchos sectores de nuestra población), y muchos etcéteras.
Estos hechos provocaron una marcha multitudinaria en la capital peruana y en otras ciudades del país. La pancarta con el mensaje: “No a Keiko” sintetizó el pensamiento general por la oscura posibilidad de que el fujimorismo vuelva al gobierno del Perú.
La fecha que se eligió para salir a las calles fue el martes 5 de abril, pues interpela a muchos peruanos (lamentablemente, no puedo decir que a todos), especialmente a los jóvenes (el segmento de la población que seguramente definirá el resultado electoral) a no olvidar que ese día se vulneró el estado de derecho en el país, con el autogolpe de 1992, cuando el expresidente Alberto Fujimori y las fuerzas armadas cerraron el Congreso e inauguraron una dictadura cuyas consecuencias se viven hasta hoy. La respuesta civil por parte de más de la mitad del país no se ha hecho esperar, no solo por intermedio de partidos de extrema izquierda –como algunos medios de comunicación quieren hacer creer–, sino por personas pertenecientes a otros partidos y organizaciones políticas alternativas.
La marcha del 5 de abril fue la expresión de eso. Quizá la cantidad de manifestantes no llegó a las cifras que alcanzaron en su momento las convocatorias en Ecuador por parte de la Confederación de Nacionalidades Indígenas (Conaie) en contra los expresidentes Mahuad, Gutiérrez o Bucaram, pero las 50 000 personas que se calcularon en Perú son, para un país no tan activo en las calles, un acontecimiento histórico para su vulnerada democracia.
Los diferentes colectivos que llegaron a la Plaza San Martín expusieron sus pareceres haciendo uso de diferentes medios: “FUJIMORI NUNCA MAS”, “DEVUÉLVENOS LA PLATA”, “SOMOS LAS HIJAS DE LOS CAMPESINOS QUE NO PUDIERON ESTERILIZAR”, “NO SOY TERRORISTA POR SER DE IZQUIERDA”, “PRENSA VENDIDA NUNCA MÁS”… En ese contexto se discute la posibilidad del cambio de modelo económico y del tipo de gobierno en el Perú, el cambio de constitución, una constitución limpia, sin la mácula de aquella que surgió en 1993, poco después del autogolpe de Fujimori, que obviamente beneficia a los grandes capitales y no recala en las necesidades laborales y económicas del resto de la población.
El domingo 10 de abril es decisivo en la historia del Perú. O bien retrocedemos a modelos que nos llevaron a un estado de corrosión moral, política y social que dejaron al país marcado por una catástrofe humanitaria sin antecedentes, o damos el paso que nos reconcilie con la mayoría de peruanos.