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¿Por qué no nos sentamos a discutir?

Por La Barra Espaciadora / @EspaciadoraBar

El 12 de enero del 2015, la cadena BBC, de Londres publicó un artículo titulado ¿Tienen derecho los medios de burlarse de una religión? En él, el historiador Tom Holland nos remite al siglo XVIII para preguntarnos si los mártires solo nacen dentro de las religiones o si también la herejía tiene a los suyos. Un fragmento del artículo recuerda que:

“El 1º de julio de 1766 en Abbeville, norte de Francia, un joven noble llamado Lefebvre de la Barre fue condenado por blasfemia. Los cargos en su contra eran numerosos: que había defecado en un crucifijo, escupido imágenes religiosas y que se había rehusado a quitarse el sombrero cuando pasó una procesión de la Iglesia.

Esos crímenes, junto con la destrucción de una cruz de madera en el puente principal de la localidad, fueron suficientes para que lo sentenciaran a muerte. Tras cortarle la lengua y la cabeza, sus restos mortales fueron quemados y tirados al río Somme.

Entre sus cenizas estaban las de un libro que habían encontrado en el estudio de La Barre y consignado a las llamas junto con su cuerpo: el Diccionario Filosófico del notable filósofo Voltaire” (cita extraída de un artículo de la BBC).

¿Existe alguna diferencia entre este caso y lo que ocurre hoy en Francia, en Ecuador, en América Latina? Hace pocos días fuimos testigos de una tragedia: doce personas fueron asesinadas en Francia, la mayoría trabajaba en la revista Charlie Hebdo, una publicación de corte más bien anarquista y manifiestamente atea. Cuatro eran caricaturistas. Para unos, sus dibujos satíricos sobre las religiones (musulmana, cristiana, etc.) se caracterizaron por el exceso, por la denigración y por las burlas a la fe. Para otros, se constituyeron en una forma de ejercer la libertad de expresión para alterar un orden intocable de creencias, el establishment no solo político, sino cultural e ideológico.

De la información oficial divulgada, los asesinos se vengaron. No escribieron una carta a la revista pidiendo rectificación ni se refugiaron en el perdón de Dios para quienes lo ofenden. Nada de eso: llegaron a la revista y dispararon. Luego, la Policía los mató también. Desde entonces, se ha dicho mucho sobre Charlie Hebdo. Ya van toneladas de papel y millones de minutos al aire con personas brillantes (bueno, algunas no tanto) analizando, resumiendo, repitiendo y aconsejando, casi siempre, lo más obvio: que somos intolerantes. Y, sin embargo, ¿habrá sido suficiente?

Desde este espacio, condenamos la masacre, no celebramos ni compartimos los contenidos de la revista y, al mismo tiempo, defendemos su derecho a expresarse, a difundirlos y a proponerlos. Pero, ¡cómo la radicalización de posiciones deviene en una ola de fanatismos que, de modo sistemático, incansable, va destruyendo los pocos espacios que nos quedan para discutir! ¡Cuánta falta nos hace sentarnos a tomar un café y decirnos todo aquello en lo que no estamos de acuerdo, lo que no nos gusta del otro, lo que nos incomoda! ¡Cuánta falta nos hace charlar para conocernos y reconocernos, recuperar ese espacio para discutir!

Las reacciones más visibles ante la masacre se instalaron, maquilladas de indignación, en las mismas vías que llevaron a provocarla. De un lado, quienes se ponen la camiseta de “Yo soy Charlie” (que cuestionan el asesinato) y del otro lado los que dicen “Yo no soy Charlie” (que critican a la revista). Nos queda el consuelo de que, aun sintiéndolo, ninguno es tan estúpido como para justificar su implícita preferencia. Y así nos encontramos entre quienes somos y quienes no somos. Entre los de aquí y los de allá. Entre lo que es y lo que no es, en un mundo binario de elección simple: o estás conmigo o estás en contra.

En Francia, en Ecuador, en la izquierda o en la derecha, buena parte de la responsabilidad para impedir el extremismo recae sobre autoridades y referentes de opinión. Si nos ubicamos en Quito, ¿cómo se entiende que un gobierno que promueve un proceso en contra de un caricaturista (Bonil) se solidarice por la matanza de otros caricaturistas mucho más radicales?, ¿se van a poner Rafael Correa y sus funcionarios incondicionales la camiseta de ‘Yo soy Charlie’ mientras persiguen a los dibujantes de la prensa ecuatoriana o piden a la Secretaría de Inteligencia (Senain) que vigile a los tuiteros más sarcásticos?, ¿seguirá la firma Ares Rights bajando de la web toda sátira (que ni de lejos llega a la décima parte de lo que hacía Charlie Hebdo) dedicada al gobierno ecuatoriano o a sus funcionarios?

Del otro lado, ¿los medios seguirán buscando la quinta pata al gato con tal de joderle la vida al Gobierno?, ¿los periodistas, los reporteros, persistirán en su ridícula división de “los buenos” y “los malos” bajo el referente de su antipatía o su afinidad con los políticos o autoridades nacionales y locales?

Es posible que el relato del joven llamado Lefebvre, en la BBC, esté repitiéndose dos siglos y medio después, incluso, en la sala del comedor de nuestras casas, en el colegio, en la esquina del barrio, en el trabajo, en aquellos sitios donde, insistimos, ya no hay espacio para el debate. Y, justamente, ese tira y afloja de ideas, por inocente que parezca, es el motor que necesitamos para caminar con la certeza de que seremos escuchados y sin el miedo a decir frontal y valientemente lo que pensamos y cómo lo pensamos.

2 COMENTARIOS

  1. Lo de Charlie Hebdo más que libertad de expresión, me parece que se trata de incitación al odio a quienes sostienen una idea de dios. Incitación al odio cultural y religioso, odio que está siendo capitalizado por políticos con un historial pavoroso.

    Pero no es este la causa, sino el efecto. El odio viene madurando en Europa desde siempre, aunque desde hace unos veinte años se constituye en el caballo de batalla de la política: el odio al extracomunitario, al islam, a medioriente, a Rusia, a la sociedad civil organizada, etc. Cada día me convenzo más de que Europa está muerta. Aquel espíritu que ha marcado la historia de la humanidad, convalece en el odio, la corrupción y la mentira.

  2. Y al final nos quedamos en la ambigüedad del ser o no ser. En un correcto acto de libertad yo digo NO Soy Charlie

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