Por Daniel Orejuela / @daniel_orejuela
Cada quien tiene sus vainas, y cada quien tiene también sus prioridades. La prioridad de unos puede ser terminar una carrera, recibir un título, comprarse algo, sus hijos, su familia. La prioridad de otros, aquellos que quizá nunca se puedan dar el lujo de sentarse a leer cosas como esta, es amanecer con vida y que a ningún miembro de su familia le haya caído una bomba en la cabeza. A veces basta con tener qué comer, tener para llenar el tanque de gasolina, tener un lugarcito donde vivir y agua. Agua para beber, para cocinar, para bañarse. Mi prioridad en este instante es escribir esto. Nada es más importante ahora.
Pero, la prioridad de quienes deciden las prioridades de los demás es seguir siendo parte del Club de los Privilegiados, y para estar ahí tienen que priorizar sus privilegios por sobre el bienestar de los demás. ¡Cla-ri-to! ¿O no?
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A ver, dividámoslo. Lo podríamos dividir por países, colores, culturas o religiones, pero, si vamos a hablar de una diferencia que de verdad nos separe, mejor hablemos de clases, como nos lo enseñaron en el colegio, pa’que se me entienda mejor.
La prioridad del pobre (me refiero a la pobreza material) es vivir y ser feliz a diario. Intentarlo, al menos. Quizá por eso hay quien se contenta con un amanecer, con ver crecer una flor, con una sonrisa. Hay quienes todavía tienen la capacidad de ver la belleza en lo pequeño, en lo simple, en eso que consideran realmente valioso. Hace poco, alguien me decía que le asombraba ver cómo la gente que tiene menos es, precisamente, la que se muestra más dispuesta a compartir lo poco que tiene, más dispuesta a dar. Para mí está claro que se trata de personas cuya prioridad es ser feliz y no hay nada que pueda enriquecer y dar más felicidad al corazón como dar. ¿Le pasa, querido lector, querida lectora? Fíjese en ese extraño sentimiento que produce el dar, y luego me lo cuenta.
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La prioridad del menos pobre, en la medida en que van aumentando sus recursos materiales, es tener. Claro, siempre está presente la fuerte influencia de la religión, la educación, la televisión y tantas otras cosas que utilizan los del Club de los Privilegiados para manipular. Pero, si generalizamos y reducimos todas las prioridades de la que hace cinco décadas llamábamos la clase obrera, a una, sola prioridad, esta sería tener. Tener para sobrevivir, tener pa’l bus, tener para “ser” alguien, etcétera. Y así, en algún momento, subir de ‘categoría’. Muchas veces no importan los medios, así que no vamos a hablar ahora de valores, pues últimamente anda todo muy confuso. El asunto es tener dentro de una sociedad y de un sistema económico que se basa en la competencia, en la ventaja que podamos sacar uno del otro y esto, la mayoría de veces, refleja deshonestidad.
No sé porque se asombran cuando alguien que creció en medio de la violencia diaria que causan la ignorancia y el hambre, sale a la calle y asalta para tener. O para aparentar que tiene. Está repitiendo lo que aprendió por televisión o está cansado de ver que le tocó la peor parte. Y no lo justifico. Es solo que me extraña que nos asombremos. La deshonestidad es una cosa tan confusa, también… Porque, para robar no hay que ser pobre. Hay criminales de todas las clases. Es más, mientras más alto es el estatus, más gordo es el botín y más atroz es el crimen. En consecuencia, más alto es el grado de impunidad, también. Si usted se rodea de buenos panas y colabora con ellos y sus prioridades, a lo mejor hasta obtiene un premio Nobel de la paz.
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La prioridad de la clase media es aparentar (generalizando y resumiendo en una sola palabra, nuevamente. No tuerza la boca, espere, deme un chance…). En todo lado hay de todo. Seguro habrá quienes se impongan como prioridad conocer, expresarse con libertad, crear y esas cosas, sin que importe su clase social. Pero también hay (y bastantes) quienes hacen lo que hacen para que los demás se den cuenta de que lo hacen. Se venden. Viven para agradar a los demás. En este caso, aparentar que se tiene es más importante que tener. (También aplica para saber y otros verbos).
Entonces, no entiendo cómo queremos que continúe funcionando el sistema durante mucho más tiempo. ¡Que por favor me lo expliquen! Si los ricos se hacen cada vez más ricos y los pobres cada vez más y más pobres, ¿cómo queremos que siga rodando la rueda cuyo combustible es el consumo? Sin contar con que los recursos naturales del planeta son finitos y con que le pueden poner precio a todo, hasta al agua y al aire, ¿qué vamos a hacer cuando ya no haya de dónde exprimirle un centavo más a nadie?
Quienes producen lo que consumimos, las manos que trabajan, las mentes que crean, son quienes pagan los impuestos y mantienen a nuestras sociedades de consumidores empedernidos y ciegos. Quienes tienen el dinero, los ricos de verdad, quienes financian las guerras, quienes ponen y quitan presidentes en donde les dé la gana, a la buena o a la mala, ¡no pagan nada! Y aunque paguen, no se trata de dinero, ¡se trata de poder! Mientras nosotros pensamos que llegar a ‘ser’ alguien es tener dinero y nos preocupamos por acumularlo, ellos se preocupan por mantener el poder sobre lo que realmente necesitamos para sobrevivir. Mientras nosotros tenemos, ellos pueden. ¿Se ha dado cuenta de que los alimentos, los combustibles y la tierra son propiedad de unas cuantas corporaciones? ¡Hasta el agua para beber, cocinar o bañarnos podría llegar a serlo!
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La prioridad de la clase alta, los ricos de verdad, es continuar siendo ricos. Nada importa más que eso, pertenecer al Club de los Privilegiados. Para mantenerse ahí necesitan de usted y de mí. Necesitan pueblos que peleen sus guerras, obreros que produzcan en sus fábricas, consumistas que compren como empedernidos lo que ellos venden. O sea que el recurso más preciado del planeta, somos nosotros.
Las prioridades son muy difíciles de ocultar. Se puede mentir para cumplir un propósito, lo vemos a diario, pero las prioridades no pasan desapercibidas. Le pongo un ejemplo: para erradicar el hambre en el mundo se necesitan 30 000 millones de dólares por cada año. Ese montón de plata equivale a todo lo que Estados Unidos gasta en ocho días, en armas, militares, aviones, barcos, tanques y otros artefactos para hacer la guerra. ¿Se ha dado cuenta de que todos los días del año hay soldados gringos en guerra, en algún rincón del mundo?
Pero, bueno, cada uno con sus prioridades. Usted tendrá las suyas.
Ahora que he terminado de escribir esta vaina, mi prioridad será no llenarme de odio, ver si encuentro la paz en mi interior, porque allá afuera bien difícil está hallarla.