Por Andrea Almeida Villamil / @aavillamil
Recuerdo que fue hace aproximadamente quince años, en el parque de la universidad, pero no recuerdo quién, ni si eran sus palabras o citaba:
«A lo largo de la jornada, diez veces tenemos que vencernos a nosotros mismos, eso produce un cansancio que es como opio para el alma; diez veces tenemos que volver a reconciliarnos con nosotros mismos, eso es amargo. Aquel que no se ha reconciliado, duerme mal.»
A los veinte, las entendía, sabían a verdaderas. Ahora, son un modo de vida. Cada instante trae autovencimientos y autorreconciliaciones. Tarea dura que se alivianó con un “truquito” rápido, sencillo y revelador, facilitado por mi exterapeuta (ex porque me ha remitido a un experto, formado en una prestigiosa escuela de psicoanálisis en Zúrich, a ver si sus conocimientos alcanzan con mi tanto inconsciente):
—Vamos a imaginarnos que tu vida es un cuento de hadas.
—¿Ajá?
—No te predispongas. Tomemos un cuento sencillo, para que te sea fácil.
—¿Ajá?
—Llega el príncipe azul a rescatar a su princesa, la sacará de la torre donde está prisionera del dragón. Describe cómo es el príncipe, cómo la princesa y cómo el dragón.
—El príncipe tiene una amplia sonrisa, a la vez que fortaleza. Se cuida a él, a mí, a los demás. Lo mejor es que conoce cuándo hacerse a un lado, cuándo insistir, cuestiones de libre albedrío. La princesa, algunos días es para sí, algunos es para otros; así lo disfruta. Teme y quiere al dragón, que, a su manera, la cuida. El dragón muta: a veces, pequeño; a veces, enorme; a veces, sombra negra.
—¿A quién identificarías con cada personaje?
—La princesa soy yo. —Respondí, sin pensar—. El dragón soy yo. El príncipe soy yo.
—(…).
—(…).
¿Qué me había escuchado decir? Era mi captora y cuidadora, por el dragón. Mi salvadora y protectora, por el príncipe. Mi rehén y desprotegida, por la princesa… Actuaba en mi contra y a mi favor. Todo eso, a la vez.
—(…).
—(…).
Entonces, si no hay más príncipe encantador que yo misma, y no hay más dragón captor que yo misma, y no hay más princesa desvalida que yo misma… La respuesta ha estado siempre en mí misma. ¡Sí, el tema era la cuestión de la mismidad!
Por el “truquito”, tenía la capacidad de reconocerme actuando en un determinado papel, y darle la importancia justa, no más, no menos.
La sombra negra desapareció. Hoy, tengo un hermoso dragón en el jardín trasero.
Vencerse y reconciliarse no es tarea fácil; es útil, mucho, percibir a qué nos estamos enfrentando. Y, aunque estos días se duerma mal, ¡aliento, que ya estamos en el camino!