Por Santiago Roldós
El nazi que ama ha convocado a una rueda de prensa. Ahí explicará que fuera de matrimonio no ha tenido cinco, si no siete hijxs.
Al dar sus nombres completos, asombrará la reiteración de los mismos nombres una y otra vez, sobre todo los varones suenan como si cada uno fuera el extraño doble de algún otro.
“También podrían haberse llamado hijo 1, hijo 2, hijo 3”, pienso mientras veo el show.
Luego, el nazi invitará a que toda mujer que sospeche tener un hijx suyo se presente a la cola de las pruebas de paternidad, total: ya lleva 30.
La respetable audiencia ahí presente celebrará primero con risas y luego con un rumor de admiración genuina.
Seamos sinceros: ¿qué hombre, en Ecuador, no sueña con ser un semental?
En el éxtasis de su bufonada, con el público ya en su mano, el nazi endilgará su responsabilidad a las mujeres, y se disculpará con su santa esposa, “pobrecita, tan mal casada con un patán de noble corazón”.
Pero el nazi que ama nunca ha sido solo un patán y no resulta relevante si tiene o no buen corazón: lo que salta a la vista es su proceder, su capacidad casi infinita para aún en el día de su confesión volver a vulnerar a sus afectos más esenciales. Violencia de género ejemplar.
Junto a él comparece una mujer, su hermana mayor, entre asintiendo a lo que venga y lamentando participar en una exposición ilegítima, que atenta contra su propia salud mental y física. Cuerpo compungido y maniatado por décadas de sometimiento a cada uno de los hombres de su vida, y pese a todo el daño procurado, cuerpo con total predisposición a santificar al mismo patriarcado, solo gracias a una educación obsoleta y a una religión criminal y miserable.
Este es el problema político central de nuestra convivencia, que la democracia conservadora de izquierda y de derecha y la supremacía macha promovida aún por respetados artistas y literatos intentan reducir a nuevo puritanismo.
Pues no. Maltratada desde pequeña, enseñada a obedecer y a callar, la hermana del nazi que ama concluyó en su juventud que Mafalda era perniciosa para sus hijas, por irrespetuosa e impertinente, y por encarnar todo lo contrario a lo que debía ser una niña.
En la lectura sartreana, lo crucial de Hamlet no estribaba en lo que habían hecho con él, sino en el debate de qué hacer con lo que han hecho de ti.
Pregunta trágica fundamental para cualquier hijx de vecinx y de nazi.
Felicitaciones, todos excelentes artículos, crean consciencia, te llevan a pensar y a reflexionar, algo que parecería se está perdiendo.
Bien puesto en su sitio y depositado en el tacho d basura d la historia ese payaso q ama