Por Xipali Santillán / @xipali
Entiendo que un país democrático tenga la tonta idea de que una sola persona sea capaz de administrarlo, aun cuando su población no es más grande que una alcaldía en otras latitudes. Es una idea tonta y falsa, pues este líder nunca está solo, se sostiene en el poder gracias a un grupo de personas que monopolizan su figura, que lo utilizan como escudo y lanza de combate para asegurar privilegios.
Un país que sustenta su poder en el monopolio sobre los mecanismos para ejercer violencia y control es también una idea tontísima, pues su líder -tarde o temprano- ejercerá violencia sobre el resto de la nación. Violencia manifiesta en insultos, hostigamiento, humor barato, falacias, juegos de palabras e irrespeto. Hemos dejado en manos de un grupo de personas los mecanismos de control y de ejercicio de violencia y no hemos tenido la precaución de poner en marcha un solo mecanismo democrático que los supervise. Un descuido tonto, tontísimo, además, porque podría ocurrir que no haya forma de detenerlos.
En esta absurda organización social que hemos creado, los poderosos pretenden monopolizar las ideas, decidir qué se puede decir, qué se puede pensar y, especialmente, qué no. Exigen que los ciudadanos dejemos de ser agudos, críticos, sarcásticos, pendencieros, desacralizadores de lo establecido. Pretenden castigar las ideas divergentes para hacerse del monopolio del pensamiento y conminar a la gente de a pie al inútil, al tontísimo monopolio del silencio, que se tiende como alfombra para que el poder desintegre nuestras palabras, nuestra ironía, nuestra rebeldía, nuestro pensamiento.
Tonta idea, imperdonable idea de país, aquella en la que un puñado de poderosos monopoliza la palabra. Resulta materialmente imposible evadir sus voces convertidas en un tapiz ruidoso y monótono, presentes en cada medio de transporte, en cada pared, en cada poste, en cada señal de radio o televisión. Esas voces buscan copar el espectro de nuestros sentidos, se convierten en gritos que pugnan por transformar nuestras palabras, por alienar nuestros cuerpos, por alterarnos de acuerdo a las necesidades del poder, que no es otra cosa que un producto nuestro, de lo que hemos sido capaces de generar como sociedad.
Esta serie de monopolios son ficciones silenciosas que existen porque creo en ellas, son solo eso: un invento, un acuerdo social. Al fin y al cabo el poder no es más que otra ficción, una cosa que necesita ser constantemente reimaginada, mejorada. El poder dedica tiempo, esfuerzo y dinero para mantener estos monopolios imaginarios que económicamente no nos benefician, que no son más que un pozo sin fondo donde se pierde la riqueza de las naciones, que no nos hace felices, no contribuye a nuestro bienestar ni nos enorgullece como nación.
Pero, entonces, un poder que se ocupa de tanta cosa inútil, ¿en qué momento del día cumple con el rol para el que ha sido elegido?, ¿o acaso esto es todo lo que somos capaces de imaginar?, ¿esta es nuestra contribución a la historia?