Por Diego Cazar Baquero / @dieguitocazar

Ambas candidaturas llegaron al 13 de abril pisoteando la democracia ante nuestros ojos. No solo hace un año y medio, no solo hace ocho años. Pero las necesidades cotidianas, la indignación y a veces hasta la rabia y el odio nos hicieron creer que eso estaba bien. Que si el político de nuestro agrado es capaz de insultar ‘mejor’ al político que nos desagrada, es porque debe ser un demócrata merecedor de nuestro voto. Y nos equivocamos. Nos equivocamos como sociedad. Hicimos del fanatismo nuestro día a día y transformamos la sagrada lucha por la justicia social en un reality show de la peor ralea.
Hasta que nos empezaron a colgar cadáveres de los puentes. Hasta que convirtieron cabezas humanas en balones de fútbol. Hasta que comenzaron a reclutar a nuestros hijos y a asesinarlos. Y, claro, continuaron violando a nuestras niñas, a nuestras madres, a nuestras abuelas.
En menos de dos décadas llevamos la ya tristísima historia de desigualdades de este Ecuador racista, clasista y colonial a extremos inéditos. Y no nos dio la gana de detenerlo a tiempo. Elegimos reemplazar ciudadanía por idolatría, comunidad por canibalismo y cooperación por venganza personal. Y así terminamos entregando el Estado y sus instituciones a un poco de usureros egoístas e ignorantes. Así hemos llegado a este momento.
Unos creyeron –y aún creen y seguirán creyendo– que defender la democracia consiste en proteger a su casta, sus fortunas y sus apellidos, desde el balcón acomodado de una residencia, desde las cifras macroeconómicas y los tecnicismos que resultan obscenos a la hora de llevar un pan a la mesa. Otros creyeron —al más torpe estilo robinhoodeano— que había que instaurar un campo de batalla entre villanos y héroes, y pretender quitarles a unos para darles a otros.
Los egos —machos, testosterónicos y poco iluminados— coparon los titulares mientras en la calle y en las plazas, en la selva, en los manglares, en los campos montañosos y en las costas, miles de familias trataron desesperadas de interpretar cómo debían comportarse para enfrentar esa confrontación ajena y obtener mejores días valiéndose de sus propios y limitados medios. Así es como se cultiva pobreza, miseria, dependencia y violencia.
Unos sacaron de su camino a funcionarios propios que les estorbaban, usando mañas repulsivas como el desprestigio, la persecución judicial, el acoso, e inventaron instituciones como el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, con el bulo de que nosotros participaríamos en el control de la administración pública, cuando el objetivo siempre fue tener bajo sus designios a los organismos de control. Otros también sacaron de su camino a funcionarios incómodos, incluida una vicepresidenta y una ministra de Estado, ningunearon a la Corte Constitucional, máximo tribunal en esa materia en el país, para salirse con la suya y decretar medidas que no han conseguido detener la violencia pero que sí han incrementado las desapariciones forzadas y la impunidad al más alto nivel. Allá, en las esferas de las élites que se reparten el país en cada contienda política.
Pero seamos claros: ni unos ni otros han planteado, por ejemplo, detener el avance del narcotráfico con políticas claras y eficaces, por ejemplo, para perseguir el lavado de activos. Es hora de preguntarnos: ¿A quién le interesa encubrir a los beneficiarios más poderosos del narcotráfico? ¿Quiénes financiaron ambas campañas y por qué el Consejo Nacional Electoral no cuenta ni quiere contar con mecanismos para reportarlo? ¿Cuáles son los grupos económicos que están detrás de unos y otros desde hace décadas? ¿Quiénes mueven los hilos de estos títeres políticos usando sus billeteras a cambio de contratos públicos u otros beneficios oscuros?
Unos violaron flagrantemente el derecho internacional al irrumpir en una embajada para detener a un delincuente sentenciado a quien los otros intentaron convertir en mártir, a pesar de tantas evidencias que prueban su perfil corrupto. Han intentado tapar, con sus frecuentes escándalos de telenovela de bajo presupuesto, casos que se procesan como crímenes de estado, entre ellos el asesinato del general Jorge Gabela. ¿O acaso hemos olvidado los asesinatos de activistas como José Tendetza o Bosco Wisum, en manos de fuerzas militares bajo órdenes presidenciales? Otros se vanaglorian de ser distintos pero en el fondo han perfeccionado esas mismas prácticas. ¿O acaso vamos a olvidar que hasta el momento se habla de al menos 33 personas víctimas de desaparición forzada, solo durante el 2024, incluidos los niños Josué, Ismael, Saúl y Steven, asesinados en Taura el pasado diciembre?
Unos violaron los derechos de 121 ciudadanos cubanos en 2016, expulsándolos mediante violaciones al debido proceso, criminalizándolos y acosándolos, dividiendo familias y traicionando incluso la Constitución que ellos mismos habían discutido y aprobado en 2008; y ahora han asegurado que migrantes venezolanos promueven la violencia y que quitan empleos a ciudadanos ecuatorianos. Y los otros han usado el poder para comprar conciencias y votos con bonos, dádivas, premios consuelo, para así hacerse del poder, porque de otro modo no lo conseguirían.
Los dos bandos se la han pasado llenándose la boca con la palabra democracia, con un cinismo nauseabundo. Y con ese cinismo recurrieron a la miserable práctica de desinformar 24/7, usando a periodistas y a medios sin escrúpulos para convertirlos en agentes de propaganda a cambio de dinero, desprestigiando gravemente la función nuclear del periodismo en una democracia: informar y ser contrapoder. Unos hicieron del Estado una macabra maquinaria de publicidad y otros han hecho del Estado una ridícula maquila de influencers. Miles de periodistas en todo el país sobreviven recibiendo dos, tres, cinco dólares por escribir una noticia y estos bandos en pugna solo han visto en ellos a sus serviles esclavos, se han aprovechado de su precariedad para beneficiarse, en lugar de crear estructuras que protejan el ejercicio periodístico crítico.
No importaba quién ganara el pasado domingo 13 de abril, digan lo que digan quienes confunden ciudadanía y democracia con feligresía. Los dos escenarios tuvieron de democrático muy poco. Casi nada.
Ahora bien, a pesar de que el Informe 2024 del Latinobarómetro sitúa a Ecuador en el tercer lugar de los países de la región que piensan que un gobierno autoritario podría ser preferible, también ese informe señala que el apoyo popular a la democracia está creciendo.
Por eso es necesario recordar que la vida real no es un juego de superhéroes y villanos. Con nuestros votos, los políticos solo reciben un encargo. Quienes mandamos somos nosotros, nosotras, la gente. Carondelet, el Estado y sus instituciones nos pertenecen.
Este debe ser el tiempo de la gente que cree de verdad en los principios de la democracia, en la justicia social y en la participación colectiva organizada, no en los dogmas ni en historietas de superhéroes de uno u otro bando. Este es el tiempo de la vigilancia crítica y frontal al poder.
Desde hoy, dediquémonos a exigir democracia por todos los medios que estén a nuestro alcance y no renunciemos a los derechos alcanzados. Recuperemos la dignidad colectiva para que el Estado sea verdaderamente esa estructura sólida que garantice derechos, paz y solidaridad.
Y ustedes, encargados ocasionales de ejercer nuestro poder, dedíquense a trabajar ya, porque sus cargos nos pertenecen. Porque este país es nuestro, tanto de quienes les dieron su voto como de quienes no. Para eso les pagamos, aunque algunos de ustedes ni siquiera necesiten esos salarios que a tantos cientos de miles de mandantes rescatarían para siempre del abismo.


