Por Milagros Aguirre A.

Nunca antes el país ha estado tan fragmentado, tan roto, como ahora. No parece fácil unir los pedazos. No, si se siguen viendo cucos, guerrilleros y comunistas por todo lado, como si ese fuera el problema del Ecuador.

Empeñados en buscar un culpable del descontento nacional el primer cuco parece ser el del comunismo, como si no hubiese caído ya el muro de Berlín. Siguiendo la tendencia mundial, parece que volvemos a instalarnos en la Guerra Fría, en los discursos binarios, en los extremos irreconciliables, con una polarización cada vez mayor, sin un centro capaz de hacer cierto equilibrio. El otro cuco es el correísmo. Algunos tienen nublada la vista y ven al correísmo en todas partes, como un fantasma causante de todos los problemas de la vida nacional. Demasiada importancia. Más de la necesaria. No se puede desconocer el peso de esa fuerza política ni sus simpatizantes y electores: la convivencia entre las distintas tendencias políticas, gústenos o no, es parte de la democracia. En democracia, disentir es también un derecho.

En esos pedacitos del país que quedan luego de que se ha roto, todos ven cucos por todas partes: los ricos ven en los pobres una amenaza; los mestizos en los indios; los indígenas en los mestizos; los pobres en los ricos…  todos se sienten atacados por el otro, ese otro que no se conoce y del que se ignora casi todo.

Los monstruos, los verdaderos enemigos internos a los que hay que enfrentar en realidad están en otra parte: en la pobreza extrema, en la desnutrición infantil, en la vivienda precaria, en la violencia doméstica, en el consumo de drogas entre niños y adolescentes, en la enorme brecha existente entre ricos y pobres, en la falta de educación de calidad, en los problemas en la atención hospitalaria, en el precario funcionamiento de algunos servicios públicos, en la precarización laboral y en la falta de empleo adecuado y desempleo, en el sistema de justicia. Esos monstruos son el caldo de cultivo para el descontento, para los reclamos, para el estallido social. En la miseria está la semilla de la violencia. Son esos monstruos y sus tentáculos (corrupción, penetración del narcotráfico en las instituciones) los que abren cada vez más la brecha de la desigualdad, de la inequidad y de la injusticia.

Viendo cucos por todas partes

Esos monstruos son más peligrosos que las banderas rojinegras, que los libros, que las lanzas tradicionales amazónicas y que los tambores o los escudos usados por manifestantes para protegerse del “uso progresivo de la fuerza”, de las bombas lacrimógenas y de las balas de goma. Mucho más peligrosos que la guardia indígena, una institución que es tradicional en la organización de las comunidades, a quienes ahora están judicializando, estigmatizando, haciendo “inteligencia” con ellos y listados con sus nombres y las comunidades a las que pertenecen. Mucho más peligrosos que los activistas de derechos humanos que también aparecen ya en listas negras. Más peligrosos que los ‘Hijos de mayo’, militantes del movimiento guevarista, que ahora están presos sin un proceso justo y juzgados de antemano por la opinión pública sin derecho a la defensa siquiera, saltándose la premisa de que las personas son inocentes hasta que se pruebe lo contrario. No es un delito la militancia o el activismo en un movimiento de izquierdas ni han sido los guevaristas un movimiento clandestino. Ya pasó con los 10 de Luluncoto, presos por ser militantes del PCMLE, que fueron acusados de terrorismo en las previas de las marchas por el agua, anunciadas para marzo de 2012. Si hoy el poder empieza a perseguir a gente de las izquierdas por sus militancias y activismos no se sorprendan si luego son perseguidos los de derecha y así, sucesivamente, en un continuo y perverso círculo de venganzas entre gobernantes y opositores. Nada más antidemocrático que la persecución por las ideas. El camino de la democracia no se construye sospechando de quien no piensa igual que aquel que, en determinado momento, tiene el poder.  

Las mesas de diálogo, si funcionan, podrían ser una oportunidad y una esperanza para empezar a pegar los pedazos del país, re-conocerse, tratar de entenderse y poner sobre la mesa temas comunes, pero para ello hay que dejar de ver cucos por todas partes y encarar al verdadero “enemigo interno”, que hoy por hoy es la pobreza, la exclusión y la deuda enorme con la educación.


Milagros Aguirre Andrade es periodista y editora general en Editorial Abya Yala. Trabajó en diarios Hoy y El Comercio y en la Fundación Labaka, en la Amazonía ecuatoriana, durante 12 años. Ha publicado varios libros con investigaciones y crónicas periodísticas.

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