Por Fernando Escobar Páez
A vísperas de una nueva edición de El Carpazo, La Barra Espaciadora visita el cuartel general de la Fundación Música Joven, en pleno sector bancario de Quito. Desde su oficina, tapizada con carteles de conciertos, donde sillones y escritorios están saturados con discos que llegan de todos los rincones de Latinoamérica, y bajo la mirada tutelar de un afiche gigante de Morrissey, nos recibe Álvaro Ruiz, director de la fundación y baterista histórico de Mamá Vudú, banda de rock que –pese a haberse disuelto oficialmente a fines del 2013– sigue funcionando como motor de la escena independiente ecuatoriana.
Conversamos con Álvaro sobre su conversión de músico a gestor, los distintos avatares que enfrenta la producción de eventos de rock en nuestro país, el proceso para traer artistas extranjeros triple AAA, anécdotas del concierto de Morrissey, las polémicas que surgen alrededor de cada QuitoFest, y sobre sus expectativas ante este nuevo Carpazo.
Muchos te conocimos como batero de Mamá Vudú. ¿Cómo fue tu paso de ser músico de una banda de culto a convertirte en gestor musical?
Desde la época de Mamá Vudú me fui adiestrando sobre el terreno dentro de la producción de conciertos. Esto se dio al tener que nosotros mismos gestionar la banda, las tocadas y el dinero para grabar nuestros discos. Esa fue mi escuela. Las labores de carácter administrativas para el correcto funcionamiento de la banda siempre estuvieron a la par de ser músico, y de momento las baquetas están ahí en el clóset, en la casa de mi madre, y ojalá algún día mis sobrinos las usen. De momento estoy dedicado totalmente a la producción y gestión de eventos musicales.
¿Qué sientes al estar ahora detrás del escenario, cargado de carpetas y permisos en lugar de estar dándole duro a la batería? Recuerdo que en otra entrevista me comentabas que no te imaginabas tocando en otra banda que no fuera Mamá Vudú, pero supongo que se te mueve algo cuando ves a otros tocando y ya no hacerlo tú…
Claro, totalmente. Siempre queda nostalgia por todo lo que hicimos, de lo bacán que era tocar. Cuando veo a una banda nueva ecuatoriana que se va de gira yo quisiera estar en esos zapatos, tener veinte años y estar tocando. Pero todo tiene su tiempo, su momento, y ahorita el momento es producir, esforzarnos por darles a las bandas el mejor escenario y el mejor sonido en los eventos que hacemos. Me encantaría tocar en El Carpazo de este año, pero estoy dedicado a mi familia, a mis hijos, a trabajar para sacar adelante el evento, y tocar no es posible.
Cuando la Fundación Música Joven anunció el concierto de Morrissey, mucha gente hizo campaña en las redes sociales para que los teloneros fueran Mamá Vudú, pues consideraban que hubiera sido el marco ideal para el retorno de la banda… pero parece que esa nunca fue una opción, y optaron por invitar a Ignacio Izquierdo, “Elia” (solista quiteño radicado en Seattle), quien al final no pudo presentarse dado que Morrissey exigió el escenario para él solo…
Más fregado es reunir a Mamá Vudú que traer a Morrissey… ¡Jajaja!
Hablando de ese concierto, que no tuvo la acogida del público que se esperaba y se enfrentó a trabas a último momento de parte del Municipio de Quito –el cual amenazó con cancelarlo cuando el público ya estaba dentro del recinto–, ¿qué fue lo que sucedió?
Todo evento que hacemos como Fundación Música Joven lo hacemos bajo los parámetros establecidos por la ley, teníamos todos los permisos para que se dé en orden el show, pero lastimosamente siempre hay gente que quiere buscar la quinta pata al gato, funcionarios que asumen posturas intransigentes y que no actúan de forma lógica. La gente estaba tranquila, incluso cuando el artista pidió que los asistentes de las primeras filas se acercaran al escenario, pues a Morrissey le gusta sentir el calor de su público, es algo a lo que está acostumbrado y que hace en todos los escenarios del mundo. Esto no gustó a los funcionarios, y por ello me perdí el concierto y pasé las dos horas que duró el concierto tratando de explicarles que la gente estaba disfrutando de forma apasionada pero pacífica del evento, y que cancelar el show sería injusto. Considero que falta educación musical dentro de las entidades de control, las cuales tienden a estigmatizar a algunos géneros musicales. Basta contrastar su actitud permisiva en otros eventos masivos, como los partidos de fútbol, donde venden cerveza y suele haber peleas que incluso involucran a menores de edad. Pero como allí hay muchos intereses económicos de por medio, nadie dice nada. Ojalá llegue pronto el día en que estas entidades de control sean administradas por gente que tenga una noción de lo que es la cultura. Pero, hasta mientras, nos toca a nosotros seguir en la pelea.
Desde el punto de vista económico y tomando en cuenta que no se llenó el aforo, ¿fue rentable traer a Morrissey a Ecuador?, ¿cómo se dieron los contactos?
Perdimos en lo económico, pero como organización aprendimos bastante. Cuando por mayo del año pasado me enteré de que Morrissey iba a hacer una gira sudamericana, me pregunté: ¿quién será el arrecho que lo traiga a Ecuador?, y un día de septiembre acababa de regresar de un viaje agotador a Estados Unidos y me quedé dormido en la oficina. Entonces soñé con Morrissey y apenas me levanté llamé a un amigo que tiene los contactos y, por curiosidad, le pregunté cuánto costaría traer a Morrissey a Ecuador. Tomando en cuenta que estamos hablando de un artista triple AAA, el precio resultaba razonable y me decidí. En Chile, Morrissey cobró 500.000 dólares, pero al ser Ecuador la última fecha en ingresar, ya su gira sudamericana estaba más que amortizada desde lo económico y pudimos negociar un precio de ganga. Yo me emocioné mucho al ver que era factible tener a uno de mis ídolos musicales en Ecuador, de tener la posibilidad de ser parte de eso, y le aposté, más desde el corazón que desde la lógica comercial.
¿A qué atribuyes que mientras en el cono sur Morrissey llenó fechas dobles en coliseos enormes como Movistar Arena y Luna Park, en Ecuador la gente no respondió y no se pudo llenar el teatro de la Casa de la Cultura?
En el caso chileno, Morrissey tocó hace pocos años en el Festival de Viña del Mar, donde causó sensación y abrió el mercado. El haber tenido contacto previo con el público, sumado a la cultura musical que tienen en esos países, donde están acostumbrados a megaeventos, le garantizaban el éxito. Aquí, en cambio, Morrissey no suena ni en las radios; pese a que se trata de un artista legendario a nivel mundial gracias a su pasado como miembro de The Smiths, su obra como solista es prácticamente desconocida. Otro factor que sin duda influyó negativamente fue la fecha, que era la única disponible en su agenda, pero que en Ecuador coincidió con la semana posterior al feriado de difuntos, en el que la gente viaja y queda gastada…
¿Crees que conciertos como ese se puedan repetir en Ecuador más seguido?
De mi parte considero muy difícil que si Morrissey lanza otra gira sudamericana lo podamos traer, perdimos mucho en lo económico. En lo personal, me dejó una frustración grande el no poder disfrutar del concierto, Morrissey trajo un set list maravilloso y yo tenía tantas ganas de verlo en vivo, pero tuve que pasar afuera del teatro dialogando con las autoridades de control para evitar que suspendieran el evento cuando este ya estaba en marcha. Si lo hacían, la gente habría reaccionado negativamente y se podía generar una catástrofe.
¿Cómo fue el trato directo con Morrissey, quien tiene fama de ser un artista un tanto conflictivo y muy exigente en todo lo relacionado con el manejo de su carrera?
Todo artista de ese nivel tiene un rider o protocolo de hospitalidad que entrega a los organizadores previo a la firma del contrato, pero no siempre es cuestión del artista, sino más bien de la gente que lo rodea, quienes buscan garantizar su seguridad frente al público. De su parte Morrissey se portó muy carismático, no solo sobre el escenario, sino también en el hotel, a donde le siguieron varios fans y tal fue la euforia del show que Morrissey rompió su propio protocolo y firmó autógrafos y se tomó fotos. Como yo estuve dedicado a organizar todo, apenas pude interactuar con él, pero al tenerlo cerca constaté que se siente incómodo con las personas que no conoce, es muy cortés, pero respira un poco más fuerte de lo normal y da respuestas escuetas. Sus exigencias como artista son bastantes fuertes, por ejemplo, el día anterior practicó en el Teatro Sucre y exigió que solo estén presentes tres personas de seguridad y su crew, pero como yo estaba puliendo detalles del concierto me quedé en una esquina callado y tratando de pasar desapercibido durante la prueba de sonido lo vi hacer una interpretación fabulosa de This Charming Man. En sí, Morrissey no pidió nada extravagante, solo cosas muy puntuales en cuanto a su comida –él y su entorno son vegetarianos estrictos– y calidad de sonido. Considero que haber traído a Morrissey da a la fundación otro target a nivel internacional y una experiencia muy útil a la hora de negociar con los artistas.
¿Cómo funciona el circuito de festivales a nivel latinoamericano? Por ejemplo, veo que muchos artistas que tocan en Rock al Parque hacen escala en el QuitoFest y luego bajan a tocar en Argentina, o viceversa.
Una de las razones por las que creemos que la fecha ideal para realizar el QuitoFest es en agosto, no solo es por el clima de verano, sino para aprovechar la coyuntura de tener cerca un megafestival como Rock al Parque, en Bogotá. Esto ayuda a reducir gastos de traslado, porque en vez de tener que pagar viajes intercontinentales como sería el caso si solo vinieran a tocar en Ecuador, se pagan las conexiones, y –obvio- el caché como artistas. Tener a las bandas girando cerca facilita el contacto directo. Normalmente empezamos las negociaciones varios meses antes del festival, pero por ejemplo el año pasado cuando supimos apenas con un mes de antelación que Atari Teenage Riot iba a presentarse en Rock al Parque, vimos la oportunidad y la aprovechamos. Lo mismo sucedió en el caso de Los Pericos, ahí prorrateamos el costo de los pasajes entre los organizadores de los distintos países donde tenían su show. Para esto coordinamos con las agencias que hacen booking para las bandas, es decir, con quienes organizan los calendarios de las giras.
Tanto el QuitoFest como El Carpazo han tenido que cambiar de fecha a último momento por causas de fuerza mayor, que van desde desastres naturales hasta por motivos de coyuntura política, amén del perjuicio que significa aplazar fechas y cambiar el cartel a último momento, ¿cómo manejan eso?
Nos ha pasado de todo, desde lluvias de proporciones bíblicas en pleno verano quiteño que han tumbado el escenario hasta el 30-S, pero consideramos que la música independiente ecuatoriana necesita de espacios y cuando sucede una situación imponderable no tenemos tiempo para llorar: seguimos adelante con los eventos, aunque eso implique correr con gastos imprevistos y trabajar el doble.
Cada QuitoFest genera cierta polémica, sobre todo entre los seguidores de géneros musicales más extremos, que no se consideran representados en dicho espacio y que usan las redes sociales para denostar y vilipendiar al festival, ¿cuál es tu reacción ante ese tipo de ataques?
Sinceramente, he aprendido a no darle importancia a las críticas destructivas. Y no es que en el QuitoFest no se haya dado espacio al metal, hemos traído a bandas emblemáticas del género como Testament, la cual por cierto es la banda que más dinero nos ha costado traer para el festival. Considero que hay sectores que atacan con saña al QuitoFest por ser un evento gratuito y abierto a toda la ciudadanía. Esto queda en evidencia al constatar que nunca hemos tenido ese tipo de ‘críticas’ cuando presentamos el cartel de El Carpazo. La Fundación tiene un departamento de comunicación, donde profesionales se encargan de manejar las redes sociales y una de las premisas que manejamos es no caer en provocaciones ni debates estériles.
Hablemos de El Carpazo, ¿cómo surge este festival enfocado en el rock pop independiente latinoamericano?
Cuando hicimos el primer Carpazo, nuestra motivación fue la falta de espacios para que las bandas ecuatorianas tocaran ante un público nutrido, pues en bares y discotecas el aforo rara vez permite más de 100 personas. Entendamos que El Carpazo tiene una lógica muy distinta a la del QuitoFest, pues se trata de un evento privado donde se cobra una entrada pero no queda solo ahí: El Carpazo es vivir un día diferente, no solo un día de conciertos, pues ofrecemos otras actividades como son las ferias de diseño, juegos mecánicos, etc. El primer año lo hicimos en el Estadio de Chaupicruz solo con bandas nacionales, fueron 800 personas y nosotros esperábamos 2.000, lo cual nos representó una pérdida. Esto fue en el 2011 y tuvieron que pasar dos años para recuperarnos y volverlo a hacer, esta vez incluimos bandas extranjeras que le dieron un nuevo impulso al festival y desde entonces cada año sube la asistencia.
Teniendo un festival ya consolidado y conociendo de primera mano las dificultades que implica la producción de eventos de rock en Ecuador, ¿por qué corrieron el riesgo?
Lo primero es apoyar a las bandas nacionales y a nuestra corriente independiente en particular, aunque delimitar lo independiente es complejo en Ecuador, pues todos los artistas terminan siéndolo dado el escaso desarrollo de nuestra industria discográfica. Aquí necesitamos de más festivales, porque mientras a un concierto regular va la gente que sigue a una banda en específico, los festivales permiten que el público conozca nuevas propuestas y se enganche con ellas. El Carpazo nace de la necesidad de buscar un lugar donde tocar, en Quito no tenemos espacios aptos para un concierto de rock, o son muy grandes y costosos como el Coliseo Rumiñahui, o no presentan las garantías de seguridad necesarias, como el caso de la Plaza Belmonte. Ante esa realidad decidimos crear nosotros un espacio nuevo. Montamos una carpa por si llueve, lo cual de paso le dio su nombre e identidad al evento, y lo hicimos. La idea de El Carpazo nace junto a José Fabara, de Rocola Bacalao, quien también es parte vital de la estructura de Fundación Música Joven. En mi caso particular, yo tengo un título de Marketing, y si dejara de organizar conciertos tendría una vida mucho más tranquila, pero sin ninguna pasión. Le tengo mucha fe al Carpazo, siento que es un evento en constante crecimiento y soy feliz haciendo esto, viendo cómo mis amigos disfrutan de los conciertos, conversar de música con ellos, no me imagino en un trabajo de oficina convencional.
Un aspecto que diferencia a EL Carpazo de otros festivales es su enfoque ecológico. Cada año buscan crear conciencia entre el público por una causa, este año el evento va por las abejas, ¿qué nos puedes contar del tema?
Organizar eventos de este tipo implica una responsabilidad social. En el QuitoFest trabajamos bastante temas de educación sexual, pues la asistencia masiva da un marco ideal para ofrecer información, sobre todo a la gente joven que es la encargada de cambiar al mundo. En el caso de El Carpazo, José Fabara es ecólogo de profesión y utilizamos sus conocimientos para que el festival no solo sea ecológicamente sustentable, sino también para crear conciencia. El año pasado apoyamos a los osos de anteojos, una especie endémica en peligro de extinción, y para este invitamos a apicultores para que den charlas y ofrezcan sus productos, pues el público no conoce de la importancia de las abejas para polinizar las plantas que nosotros comemos. Un mundo sin abejas estaría condenado a la hambruna. Parte de lo recaudado en El Carpazo será destinado a la compra de semillas, las cuales serán sembradas en un terreno donde se pueda atraer abejas para que establezcan sus colonias. También se destinará una cantidad de dinero para apoyar a los damnificados por el terremoto en Manabí.
Este año se presentan varias novedades en el cartel de El Carpazo, ¿cuáles son los parámetros que toman en cuenta el momento de escoger a las bandas participantes?
Siempre buscamos un cartel que sea atractivo para el público, pero que al mismo tiempo ofrezca propuestas de vanguardia no tan masivas. Nos interesa que la gente salga de su zona de confort musical y se empape de las nuevas tendencias y del ambiente sobre todo, pues El Carpazo no es solo un concierto: es una experiencia total. De este año destaco a los chilenos de Astro, que hacen un pop psicodélico muy contemporáneo. También buscamos siempre contra con bandas nacionales clásicas que cuentan con un público consolidado. Este año tenemos a dos leyendas como son Guardarraya y Rocola Bacalao. Onda Vaga, de Argentina, está causando furor internacionalmente entre los cultores del reggae ska, 3vol es una banda joven que toca música fuerte pero con gran sentido de lo melódico, Mamá Soy Demente sorprende con su puesta escénica, Paola Navarrete es una cantautora brillante y te podría seguir nombrando características relevantes de todas las bandas, pues cada una aporta elementos distintos que van de la mano con la propuesta de nosotros como organizadores.
Interesante entrevista. Hay que decir que el trabajo de la fundación Música Joven, sin duda, ha cambiado la escena musical del país. Sin embargo, creo que hay ciertas categorías que deberían ser superadas, como la de «joven», o incluso la de independiente. Los que hemos superado los 30 ya no lo somos y fuimos los que vimos nacer el Quito Fest cuando si lo éramos. Lo mismo pasa con lo de independiente, no funciona. Supone que es independiente del mercado, pero ojalá hubiese un mercado para bandas como Biorn Borg, por ejemplo, y tantas otras que han ido desapareciendo en el camino. Creo que es tiempo de ver a la escena musical de forma menos categorizada y pretenciosa y entenderla desde una visión más universal y práctica.
Sobre las críticas al cartel del Quito Fest de cada año, pues creo que vienen de muchos más sectores que solamente de los extremos. Y creo que tienen mucha razón. Es evidente que ciertas bandas se repiten saltando un año. Si, hay una cierta argolla. Poniéndolo de otra forma la Fundación Música Joven son un ente legitimador de las bandas en la escena no comercial y han tenido el mismo defecto de casi todos los entes legitimadores con respecto a las artes que ha tenido este país, el ser extremadamente exclusivos y considerar solo el gusto personal. Con lo segundo no tengo ningún tipo de problema, por cierto, pero quizás si se lo deja un poco de lado se podría ver donde hay nichos de mercado y desde esa oportunidad crear una escena que llegue a tener un mercado, donde los músicos puedan vivir de hacer música. Otra vez, entender la música desde más allá de las categorías.
Llegué a este artículo por azar justamente buscando alguna nota crítica sobre el Quito Fest 2016. Creo que es sintomático que no haya ninguna, ni aquí ni en Plan Arteria, por ejemplo. Creo que es sintomático que el cartel del Quito Fest de este año lo desgastado que está el festival y el debate sobre el.
Con el paso del tiempo deje de estar en la escena y no porque pase de los 30 o porque tuve hijos, de hecho no los tengo. Me dejo de seducir y de emocionar. No así la música, incluso la de Mamá Vudú, una de mis bandas favoritas, a las siempre vuelvo.
Saludos,