Por Diego Cazar Baquero / @dieguitocazar
Raúl Vallejo –escritor, académico, exministro de Educación, diplomático– asumió hace apenas semanas el sillón ministerial para hacerse cargo de una cartera de Estado que se sostiene de tumbo en tumbo, que ha dejado que su presupuesto se reduzca progresivamente y que no ha sido capaz de mostrar decisión alguna para generar verdaderas políticas culturales que resuelvan estructuralmente las demandas de miles de actores y gestores.
Este es un momento particular para el sector cultural ecuatoriano, pues –luego de nueve años del gobierno de Rafael Correa, tras nueve ministros de Cultura, después de casi siete años de haberse presentado el primer proyecto de ley para el sector y de cinco meses esperando que la Comisión de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología de la Asamblea Nacional se pronuncie sobre el texto para segundo debate– se anuncia la promulgación de una Ley Orgánica de Culturas. Sin embargo, a menos de un año de que termine el gobierno de Correa, esta Ley podría ser aprobada y puesta en vigencia sin una socialización promovida debidamente a escala nacional, sin un Ministerio verdaderamente institucionalizado y, sobre todo, sin un Sistema Nacional de Cultura, aun cuando la Constitución del 2008 así lo demandó.
«La Ley de Cultura es una deuda», ha dicho el presidente ecuatoriano, en varias alocuciones, y ha exigido prisa a sus asambleístas. ¿Más vale tarde que nunca? Es que en nueve años, este gobierno ha dejado para el último todo lo que tuviera que ver con el sector y a estas alturas es difícil remediar su desdén. El descontento y la aversión a todo lo que provenga del Ministerio de Cultura y Patrimonio son crecientes. El agobio ante un Ministerio enredado en categorías discursivas y rimbombantes reflexiones infértiles pesa en el ambiente. A esto se enfrenta –y se muestra muy consciente de ello– el flamante ministro de Cultura y Patrimonio número nueve, Raúl Vallejo.