Por Pablo Orbe
En La biblioteca de Babel, Borges dijo que ese lugar era interminable, que los espacios recónditos que la formaban a su vez se componían de un número indefinido de galerías. No estaba tan lejos de lo que él hallaba en la Biblioteca General de Buenos Aires ni lo que los lectores de esta ciudad hallan en algunas de sus bibliotecas preferidas.
Como en La biblioteca de Babel, los infinitos espacios constituyen a las librerías de segunda mano en Quito y, con sus puertas abiertas, los bibliotecarios –que por cuestiones de azar o malevolencia divina, como diría Borges– inoculan un virus en el lector curioso. Uno de ellos es Mauricio Ponce Montesinos.
Mauricio esperaba en una esquina, cerca de su librería ubicada en las avenidas 12 de Octubre y Francisco de Orellana, con un stand improvisado bajo la luz abrasadora del mediodía quiteño. –¿Cómo le va, amigo –me dijo–. Vea, le tengo unos libros nuevos que están buenazos. ¡Aficiónese! Hay en su librería un lugar propicio para charlar. Las estanterías han desaparecido, los libros bordean el techo apilados uno debajo del otro. Un caos completo, pensé, y sentí que en ese pequeño mundo podría perderme para siempre, igual que en La biblioteca de Babel.
¿Qué significa ser un librero de libros usados?
Es una profesión útil que, sobre todo, permite difundir la cultura y la lectura.
Y la difusión de la cultura crees que se da más por medio del libro físico o en el formato digital…
Es muy diferente el libro a una imagen digital. El libro tiene su historia y su tradición. Es una verdadera institución cultural.
La Biblos Mauricio empezó hace nueve años. Pero como vendedor de libros tú empezaste hace más de quince. ¿Cómo te las arreglabas para vender antes?
Como vendedor de libros tengo ya más de treinta años. Empecé en la calle y también visitaba clientes.
¿Esos clientes eran tus amigos?
No, yo veía el libro que me llegaba y buscaba una persona que en realidad lo apreciara, que tuviera interés por el libro, es decir, buscaba a las manos apropiadas.
En la sociedad de la era digital, ser un librero de rarezas y tener una librería con ejemplares de segunda mano es ser desplazado, en cierta medida, por la tecnología. ¿Cuál ha sido el sacrificio que has hecho y cuál el motivo que te ha empujado a continuar con el oficio?
El desplazamiento es una falacia, una mentira. Y, a pesar de que mucha gente no aprecia ni valora los libros, siempre hay alguien que delira o se fascina por la lectura. Ese es el mayor motivo.
El ser librero, como una vocación de servicio a la cultura, acompaña a varias generaciones. ¿Cómo ves la reacción de los jóvenes ante los libros antiguos, ante la literatura clásica o ante las mismas rarezas bibliográficas?
Primero pensé que las generaciones jóvenes no apreciaban la lectura, pero, después, me di cuenta de que sí lo hacen. Tengo una demanda grande de jóvenes que aprecian esta clase de libros. Es una mentira que no leen, porque a toda edad se lee. Hay que entender que la lectura es una necesidad física.
¿Por qué?
Porque el hábito de la lectura es alimento para el alma y quienes no aprecian la lectura no saben de lo que se pierden. El momento más feliz de la vida puede estar en la lectura.
La librería es un espacio cultural de la ciudad, pero la librería de segunda mano es casi imperceptible a los ojos de los más jóvenes lectores… ¿Qué propondrías tú ante esto?
Subvencionar, concientizar y sobre todo apoyar a la lectura, que es algo único y valioso.
La librería es el punto de encuentro de los lectores con la tinta, con el papel, y tú eres su intermediario de una u otra manera. ¿Cómo se concibe la relación del lector y el librero?
Hay una química realmente buena. Posventa, las conversaciones son muy importantes e interesantes. Le doy al cliente una orientación de la lectura para que sea más agradable y comprensible.
¿Cómo te sientes hoy con tu librería?
Me siento atorado en el espacio: tengo muchos libros y poco espacio, pero así mismo salimos adelante.
Para terminar, había leído que eres considerado el Hugh Hefner de los libros. ¿Qué piensas de esto?
(Ambos estallamos de la risa en una y, él, responde) La verdad es que si soy conocido como librero y, tal vez, lo dicen por las chicas que me ayudan en la librería, pero siempre hay que saber guardar las distancias.