Por Diego Cazar Baquero / @dieguitocazar
A Alberto Salcedo Ramos le gusta contar. Cuenta historias así como cuenta chistes o anécdotas suyas y de otros, y cuenta sus historias con aire atrayente. Recuerda escenas de su paso por Buenos Aires, evoca episodios vividos en el campo colombiano o en el contaminado centro del DF, habla de los platos típicos de Quito o de las humitas que preparan en Guayaquil.
La memoria del cronista es una suerte de tejido mágico con vida propia. Y en las palabras del cronista habitan las texturas, los aromas, las emociones y, sobre todo, las formas de mirar el mundo. Alberto tiene siempre en la punta de la lengua los nombres de sus maestros cuando quiere sentenciar o cuando sospecha. Diría que él es un maestro siempre rendido ante el ejemplo de sus propios maestros.
El autor de El oro y la oscuridad. La vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé (2005) ha demostrado en su trabajo periodístico el afán por mimetizarse con los personajes que conoce, con sus espacios y con sus experiencias. El individuo en acción, el sujeto que hace cosas comunes y que de esa manera construye una parte de la gran historia humana es su objetivo como periodista.
Alberto nació en Barranquilla, el 21 de mayo de 1963. Forma parte del grupo Nuevos Cronistas de Indias y es profesor de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano Gabriel García Márquez. Ha escrito libros de crónicas como La eterna parranda, De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho, Botellas de náufrago y el citado El oro y la oscuridad. Es columnista semanal del suplemento Papel, del diario El Mundo, de España. Dicta talleres de crónica y ha sido incluido en varias antologías, entre ellas: Mejor que ficción (Anagrama); Antología latinoamericana de crónica actual (Alfaguara, España); Verdammter süden, de la Editorial Suhrkamp (Berlín, Alemania), y Atención, de la editorial Czernin, (Austria). Obtuvo el Premio a la Excelencia de la Sociedad Interamericana de Prensa en dos ocasiones, el Premio Ortega y Gasset de Periodismo, el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar de Colombia, en cinco ocasiones, y el Premio Internacional de Periodismo Rey de España. Su obra es reeditada en varios países del mundo y traducida a varias lenguas cada año.
Esta vez, Alberto Salcedo Ramos está en Quito para hablar de las escenas de una historia y de su importancia para el ejercicio periodístico. Su nuevo taller indaga en la escritura de escenas en el periodismo narrativo, como una herramienta vital para conocer la cotidianidad de un entrevistado.
Alberto, cómo escribir una crónica es algo así como la pregunta nodriza. ¿Por qué decidiste trabajar sobre un detalle específico en la escritura de crónicas: la construcción de escenas en el periodismo narrativo?
Porque la savia del periodismo narrativo son las escenas. Robert Louis Stevenson decía: «contar historias es escribir sobre gente en acción». Al ver cómo vive la gente en sus espacios, cómo interactúa con los demás, la conocemos más que cuando simplemente la ponemos a responder preguntas.
El tiempo es importante en el oficio de hacer periodismo narrativo, sobre todo en la crónica. De hecho, el tiempo está en su etimología. Pero, ¿cómo se pueden lograr piezas periodísticas memorables, capaces de trascender al impacto de coyuntura?
Todo el mundo sabe que crónica viene de «cronos», que significa tiempo. Pero pocos saben hacer sentir el peso del tiempo en los sucesos y en la vida de la gente. Algunos, cuando narran, hacen referencia a la hora de cada acción, pero hacer sentir la influencia del tiempo va más allá de dar las horas como si fuéramos relojes. También es bueno aclarar que en este punto nos referimos a las elipsis, que son claves en el proceso de contar historias. Hitchcock decía que el cine es como la vida sin las partes aburridas. Manejar bien el tiempo es construir un arco cronológico apropiado en el que solo se cuente lo justo, lo que la historia necesita
¿Qué representa para el periodismo narrativo el dato duro?
El dato es la savia del periodismo, de todo el periodismo. No conozco ni una sola buena crónica que carezca de datos reveladores. Lo que pasa es que no ponemos el énfasis allí, sino en la mirada y en el estilo, pero si lees con cuidado vas a encontrar información de valor en cada tramo. A mí no me interesa en absoluto una crónica brillantemente escrita pero sin datos.
¿Cuál es la importancia de poner de manifiesto las percepciones sensibles del periodista cuando cuenta una historia de largo aliento?
Eso es importante solo si ayuda a mostrar la realidad, a ponerla en contexto, a explicar algo que no podría ser explicado si prescindiera de mi percepción. No me gusta que el cronista hable de sí mismo en forma gratuita. Eso siempre debe estar justificado. Si la historia lo necesita, es bienvenido. Si no, es una pose ridícula.
¿Por qué el cine y la literatura de ficción son elementos fundamentales para comprender el ejercicio del periodismo narrativo?
No lo plantearía de esa manera. Diría que quien quiera ser un periodista narrativo debe tener una formación multidisciplinaria que incluya la literatura de ficción y el cine. Viendo cómo narran los maestros es como se aprende.
¿Acaso el periodismo actualmente ha vuelto la mirada a los géneros narrativos, como la crónica o el perfil?
Creo que ahora está en boga el llamado periodismo de datos. Los puristas siempre encuentran la forma de inventarse un rótulo que les haga sentir que pertenecen a una mejor familia periodística. Hacer crónicas es informar como periodistas para el momento y como forjadores de memoria para el futuro.