Por Xavier Gómez Muñoz / @xavogomez
Han asesinado al ecuatoriano más veloz de todos los tiempos, en Guayaquil, a tiros, al estilo sicariato. De eso se habla en la prensa y en las redes sociales. Álex Quiñónez era un joven tímido, al menos frente a las cámaras y a las multitudes. Lo conocí en 2012, en la misma ciudad donde lo mataron. Debió ser a finales de agosto cuando viajé a Guayaquil para entrevistarle, luego de su participación en las Olimpiadas de Londres, donde compitió contra Usain Bolt y sorprendió al mundo —y a sí mismo— y se consagró como el séptimo ser humano más veloz en los 200 metros planos.
Mientras Jorge Itúrburu descargaba su cámara contra el velocista, en su estudio fotográfico, yo hablaba con uno de sus entrenadores, Jorge Casierra. Después, durante la tarde, pude conversar con Álex un par de horas y nunca más volví a verlo en persona. Álex Quiñónez era por entonces un chico de 23 años.
Supe por la prensa que luego se había retirado del atletismo y que había perdido el apoyo que recibía como uno de los atletas de alto rendimiento, y que regresó, como ya había hecho antes, luego de dos años y que ganó el oro en los Panamericanos de 2019 y el bronce en el Mundial de Atletismo, en Qatar, también ese año. Me alegré cuando me enteré de que estaba en la lista de atletas olímpicos que irían a Tokio 2020 —celebrado en 2021—, aunque al final no pudo competir por una sanción. Las últimas palabras que le escuché quedaron registradas en un video, en el que se disculpaba con el país por no poder competir: “Solo quería pedirles disculpas, y decirles lo siento… Lo siento de todo corazón y espero que esto continúe”. Lo dijo casi al final del audiovisual.
Este 22 de octubre, cuando lo mataron, Álex tenía 32 años. Leo en la prensa que fue padre y que su cuerpo fue llevado a su natal Esmeraldas, donde se organizó su despedida, mientras actualizo la entrada de esta entrevista, que se vuelve a publicar. No hay por qué disculparse, Álex. Al contrario: es el país el que debe disculparse con los que no tuvieron —y no tienen— suficientes oportunidades. Con aquellos, como tú, a quienes les quedamos debiendo tanto.
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Corría el año 2003. Corría la versión adolescente de Álex Quiñónez tras el sueño que representa en los barrios pobres de Esmeraldas un balón de fútbol. Y corrían también, en busca de futuros atletas, los entrenadores Jorge Casierra y Roberto Erazo. “Álex estaba jugando fútbol en su colegio, el Anexo Universitario de la ciudad de Esmeraldas —recuerda Casierra—, y pudimos ver que hacía desplazamientos explosivos, él era uno de los más rápidos de su equipo. Entonces nos acercamos y le propusimos que participe en los intercolegiales de atletismo”.
Fue ahí donde se manifestaron los primeros triunfos vaticinados por Casierra y Erazo. Álex obtuvo una medalla de oro en 400 metros planos, una de bronce en 100 metros y una de plata en 200 metros, competencia en la que 12 años más tarde se consagraría como el séptimo más veloz del planeta.
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—En Ecuador vimos por la TV tu participación en Londres, pero realmente no sabemos todo lo que pasó alrededor. ¿Cómo es el ambiente que se vive antes de cada carrera?
—Mira, antes de una carrera tú vas a una cámara de calentamiento, que es una pista en la que puedes trotar y calentar. Ahí hay hartísima gente. Están todos los competidores. En Londres casi todos ya se conocían entre ellos. Saludaban. Conversaban. Se reían.
—¿Tú les conocías a ellos?
—Bueno, sabía quiénes eran. Les conocía por televisión, pero no en persona.
—¿Y ellos te conocían a ti?
—No. Era la primera vez que competía contra ellos y ninguno me conocía.
—¿Hablaste con ellos antes de las carreras?
—Saludábamos, pero nada más. Además, cuando llegas a la primera carrera nadie te para bola, recién cuando pasas a la segunda carrera, todo el mundo te saluda. Y ya en la final todos te felicitan y quieren conversar contigo.
—¿Conversaste con Usain Bolt y los miembros del equipo jamaiquino?
—No. Ellos hablaban en inglés y yo hablo solo español. Nunca crucé palabra con ninguno de ellos. Escuchaba que ellos conversaban, se reían, pero no les entendía. Además, yo estaba muy nervioso y concentrado en la carrera.
—¿Tienes algún ritual antes de cada competencia?
—Escucho música, nada más. Me gusta escuchar salsa cuando estoy calentando. Eso me relaja y de ahí salgo directo.
—¿Qué pasaba por tu cabeza antes de cada competencia olímpica?
—Pasaban muchas cosas, que estaban ochenta mil personas ahí, mirándome, que me estaban viendo en Ecuador, en todo el mundo.
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El barrio Unión y Progreso, al que todos en Esmeraldas conocen como La Guacharaca, se reserva el privilegio de haber visto crecer a Álex Quiñónez, a quien más tarde bautizaría, por su velocidad y explosividad, como ‘La bala’. El entrenador que lo acompañó desde los 14 años comentó que la familia del deportista siempre lo ha cuidado mucho, de modo que en sus primeras competencias fuera de la ciudad les costaba mucho trabajo conseguir permiso para que él pudiera viajar. Pero todas esas carreras fuera de Esmeraldas -asegura Casierra- le hicieron ganar experiencia y convertirse en lo que es hoy.
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—¿Y ya durante las carreras cómo te sentiste?
—La primera carrera fue la más fácil, porque había muchos participantes. No conocía a nadie y nadie me conocía a mí. Ahí fue donde di la sorpresa. Clasifiqué a la semifinal e hice un tiempo de 20,28 segundos, imponiendo un nuevo récord nacional. La segunda carrera fue más difícil, porque todos los atletas querían pasar a la final y salieron con todo. Y la final definitivamente fue la carrera más dura. Ahí ya no estás tranquilo en ningún lado, todos te dicen: “Vamos, tú puedes conseguir una medalla”. Y eso te genera más presión.
—En la primera carrera hiciste 20,28 segundos, en la segunda 20,37 y en la final 20,57. ¿Sientes que la presión de la que hablas influyó en tus tiempos?
—Claro, es que con cada carrera me sentía más comprometido. La gente te pide cada vez más y más cosas. Fue duro pasar por todo eso.
—¿En qué pensabas mientras competías?
—Pensaba en muchas cosas, pero sobre todo en la cantidad de gente que me estaba mirando.
—Hablamos de 20 segundos, un tiempo cortito en el que no hay mucho espacio para pensar.
—Sí, pero te pasan muchas cosas por la mente. Es una cosa bien dura. En la semifinal, por ejemplo, me acuerdo que me estaba quedando atrás hasta que me dije: “No, yo también puedo”, y le puse más ganas y clasifiqué como mejor octavo. Y ya en la final me puse a pensar en que tenía que hacer las cosas bien, en que hay mucha gente ahí, mirando, gritando, y en lo que pensarían ellos de mí.
—¿Soñaste con el oro?
—En lo que más pensaba antes de ir a Londres era en estar en la final. Y solo dos personas sabían que yo iba a llegar hasta ahí, mis dos entrenadores, Jorge Casierra y Roberto Erazo. Alguna vez lo dijeron en público, pero nadie lo creía. Yo tampoco lo creía, decía: “Bueno, he de llegar a la semifinal y ya”. Tenía la capacidad, pero no sentía seguridad en mí mismo. En la semifinal corrí con todo, llegué a la meta y sentí que todo el mundo me miraba, pero yo no creía lo que había hecho. Sigo creyendo que habría logrado un mejor puesto en la final. Tal vez quinto o cuarto, no sé. Incluso podría haber peleado el tercer lugar, porque tenía las condiciones para hacerlo. Pero estaba ahí parado, antes de iniciar la carrera, y me sentía muy nervioso. Sabía que todo el mundo me estaba mirando y tenía ganas de dejarlo todo y salir corriendo de ahí.
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Un deportista, como cualquier otra persona en la vida —se sabe—, debe aprender a superar sus derrotas. Y eso fue lo que hizo Álex Quiñónez luego de participar por la selección de Esmeraldas en sus primeros juegos nacionales celebrados en Ambato. “No le fue bien en esos juegos, porque en esa época no tenía mucha experiencia ni técnica —recuerda Casierra—, pero siguió adelante y en su siguiente competencia, en Cuenca, las cosas cambiaron. En los Juegos Nacionales de Macas (2008) ya obtuvo cuatro medallas de oro y una de plata. Fue el mejor atleta del campeonato”.
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—¿Antes de la carrera hablaste con algún familiar o amigo?
—Eso fue lo peor. Dos horas antes de la semifinal me llamó el vicepresidente Lenín Moreno y me dijo: “Vamos, Álex, tú puedes, yo sé que puedes clasificar a la final”. De ahí, faltando una hora y media para la carrera, me llamó mi mamá, y a una hora me pasaron una llamada del ministro de Deportes, José Francisco Cevallos. Yo estaba tranquilo y concentrado, pero el rato que me llamaron se me fue todo al piso y me puse nervioso.
—También te enviaron algunos tuits Jefferson Pérez y Antonio Valencia.
—Sí, pero en ese momento trataba de concentrarme y no pude leerlos.
—Y ya después de la final, ¿cómo te sentiste?
—No creía que había quedado entre los mejores del mundo. Me sentía feliz, no por lo que había hecho, sino porque a la gente le hacía feliz lo que yo había hecho.
—¿Quién fue la primera persona con la que quisiste hablar después la carrera?
—Con mi abuela. Había hablado con todo el mundo menos con mi abuela y quería hablar con ella. Ella me dio sus bendiciones y me dijo que me ponga a rezar.
—Alrededor de tu participación en Londres se han originado varios rumores, por ejemplo, ¿qué hay de cierto en que corriste con zapatos prestados?
—Hubo una confusión bien grande con eso. Te voy a contar lo que realmente pasó. Antes de los Juegos Panamericanos (2011), donde logré la marca que me llevó a Londres, no teníamos (él y sus entrenadores) el apoyo de nadie. Entonces fui a esos juegos con unos zapatos rojos, dañados, rotos, que tenía. Yo miraba a los demás participantes con los mejores zapatos, miraba los míos, y me daba ganas de sacármelos. Así se dio la oportunidad, competimos y clasificamos a Londres. Pero lo que te cuento fue en los Panamericanos, no en las Olimpiadas, no sé de dónde sacaron eso de que he corrido en Londres con zapatos prestados.
—¿Y eso de que en Londres corriste con la bandera de Jamaica en tu calzado?
—La marca Puma confió en nosotros antes de que nadie lo hiciera. Cuando empezaron a auspiciarnos nos entregaron un par de zapatos que tenían en la parte de atrás la bandera de Jamaica. En el Campeonato Iberoamericano de Atletismo (2012) yo corté esa bandera y le pinté los colores de Ecuador. Pero eso fue en el Iberoamericano, no en Londres.
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Por la condición económica de su familia, Álex emigró a Guayaquil, donde vivió alrededor de dos años. “En esa época, él jugó en las divisiones inferiores de Barcelona —recuerda su entrenador, Jorge Casierra—, al mismo tiempo que trabajaba para ganarse la vida. Un día decidió volver a Esmeraldas, conversamos y lo convencimos de que volviera al atletismo. Después de su retiro Álex regresó más centrado y maduro, y luego de alrededor de seis meses de entrenamiento llegó a los Juegos Panamericanos de México, donde obtuvo la marca que lo llevó a Londres”.
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—Algo de lo que también se ha hablado bastante es de tu retiro del atletismo antes de clasificar a las Olimpiadas. ¿A qué te dedicaste ese tiempo?
—La mayor parte de mi vida la he pasado en Esmeraldas. Pero por problemas económicos me retiré del atletismo, más o menos desde los 18 hasta los 20 años. Ese tiempo estuve viviendo en Guayaquil, jugando fútbol en las categorías inferiores. Me tocó trabajar de todo, algunas veces pintando, en la construcción… En esa época conocí mucha gente, viví cosas que no se las deseo a nadie y que no me gusta contar. No hice cosas malas, pero conocí gente que sí las hacía. Entonces dije: “Esto no es para mí”, y me regresé a Esmeraldas.
—¿Crees que las adversidades que viviste, de alguna manera, te prepararon para Londres?
—Sí, creo que de los errores se aprende y que Dios sabe cómo hace las cosas.
—Hablemos de tus entrenamientos, ¿en qué consiste la preparación de un atleta de élite?
—Hay varios tipos de entrenamiento. A veces hacemos intensidades, carreras largas, series de 300 metros, o a veces hacemos circuitos de 800 o 500 metros. Entrenamos de lunes a viernes y a veces los sábados. Los entrenamientos duran unas dos horas, pero hay días que hacemos doble jornada, en la mañana y en la tarde.
—Según lo que se vio en Londres, los velocistas son medios tucos. ¿Hacen también pesas?
—Yo era el más flaquito de todos en Londres —ríe—. Sí hacemos pesas, pero con poca intensidad. En esto no puedes hacer mucha fuerza.
—¿Qué tanto influye la estatura en el atletismo? Te pregunto porque sé que mides 1,76 metros frente a los 1,98 metros de Usain Bolt.
—La zancada es diferente. Un paso de él pueden ser dos míos, o tres o cuatro de otra persona. Sí influye en algunas partes de la carrera, pero no es todo.
—Tu mejor tiempo en las Olimpiadas fue de 20,28 segundos. Y los tiempos de los jamaiquinos están por los 19. ¿Cuál es el proceso para llegar a esa meta?
—Nos falta bastante acá (en Ecuador). Eso no se logra de un día para otro. Los jamaiquinos han entrenado mucho, han viajado por todo el mundo, compitiendo y ganando experiencia. Acá nos falta eso: apoyo económico, médicos, terapistas, tecnología…
—Está claro que en el velocismo una décima de segundo hace la diferencia, ¿cómo se logran disminuir los tiempos?
—Para bajar una décima de segundo tienes que entrenar hartísimo. Debes confiar en tus entrenadores, hacer todo lo que te dicen, creer en ti mismo, en que puedes lograrlo.
—Otro aspecto interesante es el tema de los arranques. Dicen los entendidos que tu salida en las competencias no es la ideal, pero que la compensas con un remate potente.
—Bueno, ese es un problema que tengo. No soy tan bueno en la salida, pero cuando estoy ya en la carrera soy muy fuerte. Hay que entrenar más en las salidas. Eso influye mucho. Hay personas que ganamos las carreras desde atrás. Yo he tenido competencias en las que me he quedado atrás y desde ahí les he ido pasando a toditos. Pero para este nivel de carreras (las Olimpiadas) tienes que empezar bien desde el principio.
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Casierra hace un recuento de las trabas que tuvieron durante los entrenamientos de Álex: “Hubo veces que, por cuestiones económicas, no teníamos el material adecuado para trabajar en los arranques, prácticamente entrenábamos en los arranques solo cuando él participaba en competencias. Eso no le permitió asimilar adecuadamente la técnica. La cualidad de Álex siempre fue alcanzar grandes velocidades a lo largo de las carreras”.
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—¿También entrenas la mente y el espíritu?
—Soy bien creyente de Dios y, para cualquier cosa que voy a hacer, siempre le pido que me ayude. Me arrodillo, oro por las personas que quiero, por mi abuela, mi mamá, mi familia y por todos.
—¿Lees? ¿Te gusta el cine?
—Leo poco. Me gusta ver películas de acción, pero más escucho música. Me gusta la salsa.
—¿Algún salsero en especial?
—Escucho todo tipo de salsa, no tengo un artista favorito. Me gusta mucho la música colombiana, cubana, puertorriqueña…
—¿Y qué tal te llevas con la vida nocturna?
—Me encanta bailar. Cuando tengo tiempo, me voy por ahí, con mis amigos, a disfrutar. No te voy a mentir, cuando salgo me tomo alguna cerveza, pero no más. Eso sí, no fumo.
—¿Cómo ha cambiado tu vida después de las Olimpiadas?
—Ha sido una locura, algo que yo no esperaba. Viajar de aquí para allá, nunca estar en un mismo lugar, dar entrevistas, fotos y todo eso. Sabía que iba a pasar algo así, pero no esperaba tanto.
—Ahora todos queremos hablar contigo, ¿has sentido acoso de los medios?
—Sí. Los periodistas me ven y se me lanzan. Me gusta que se me acerque la gente y conversar con los medios, pero no al extremo. No me gusta estar viajando todo el tiempo, ni estresarme. Me gusta la tranquilidad. Yo quiero seguir siendo el mismo de antes, estar tranquilo con mi familia, mis amigos, y seguir entrenando, nada más.
—¿Qué es lo próximo en tu carrera?
—Mi plan es entrenar bien fuerte y llegar nuevamente a los Juegos Olímpicos. Quiero estar ahí, lograr un mejor puesto y, si se puede, una medalla. No te puedo decir cómo me veo en el futuro, porque nadie sabe todo lo que puede pasar.
—¿Y en la vida?
—Mi sueño es llegar bien lejos y ayudar a mis amigos, a mis compañeros, a que Esmeraldas sobresalga. En Esmeraldas hay hartísimo potencial en todo, no solo en el deporte. Solo hace falta apoyo. Ojalá que en las próximas Olimpiadas haya más de 36 ecuatorianos compitiendo y también más esmeraldeños.
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Casierra define a Álex como un deportista que se somete al trabajo y que ha ido mejorando de a poco. “Eso es lo que buscamos sus entrenadores —dice—, convertirlo en un atleta longevo. Los deportistas de estas características alcanzan su plenitud entre los 25 y 26 años. Creemos que en esa época (2015), él formará parte del selecto grupo de personas que han logrado correr los 200 metros planos en menos de 20 segundos. Mientras tanto, buscamos formar un equipo multidisciplinario, un médico deportólogo, un psicólogo, un nutricionista, un fisioterapeuta-masajista…, para seguir trabajando y poder soñar en las próximas Olimpiadas con una medalla”.
*Esta entrevista fue publicada en septiembre de 2012, en la revista Abordo, luego de la participación de Álex Quiñónez en los Juegos Olímpicos de Londres, durante ese mismo año.
Xavier Gómez Muñoz es periodista, docente e investigador especializado en nuevas y viejas narrativas, cultura digital, periodismo y medios. Compiló cinco años de periodismo narrativo en su libro Crónicas (Dinediciones, 2019).