Por Juan Francisco Trujillo / @JuanfranT
A mis 27 años, es la primera vez que llego a la sala de una casa para hablar con una persona transexual. Es de mañana. Un sábado de junio. Hasta este momento, mis únicas referencias del tema fueron las peluquerías, la calle y las películas. Lo trans desde las generalidades.
Estrellita viste blusa azul y jeans. Lleva labial rojo y su cabello es de un rubio intenso. Tiene la mirada fija y saluda con cordialidad. Cuando se sienta, lanza una broma sobre el clima cambiante y acepta sumergirse en la conversación.
Dayris Estrella Estévez —Estrellita, como le gusta que la llamen— es la única transexual de Yaruquí, una pequeña población rural de la serranía norte de Ecuador. Nació hace 45 años, es la mayor de diez hermanos y ha vivido siempre en la misma casa, junto a sus padres. La familia, para ella, es el motor de su existencia: humildes, muy unidos.
Desde los 5 años, tenía una especial afinidad con las niñas. Se sentía una de ellas: “Algo pasaba conmigo, pero ni siquiera podía definir qué era. Con la adolescencia, llegaron los enamoramientos y se hizo más evidente que quería vivir como una mujer, aunque todavía no podía compartir la sensación con nadie”.
En 1996, se sometió al primer examen que la definió como una persona transexual y la declaraba apta para una cirugía de cambio de sexo. Fue el primer paso de un trayecto para decidir libremente una opción sexual, muy a pesar de un sistema por lo menos limitante.
“Hago lo que hago porque me nace y lo siento. Soy un ser humano común y corriente y mi activismo se acabará el día que deje de respirar”.
En su memoria, los años noventa fueron una época convulsa en la que un transexual se debatía entre el miedo y el anonimato. En una sociedad empeñada en censurar y en borrar, algo tan sencillo como una caminata o tan tedioso como un trámite bancario podían ser un viacrucis para alguien como Dayris. “A menudo, la policía me paraba en la calle para pedirme la cédula; al ver que mi nombre no coincidía con mi aspecto, empezaban las burlas y los insultos”. Era una forma de acoso que la comunidad trans debía soportar en silencio.
Su vinculación al activismo se dio de manera natural, sin afán de figurar o de ser reconocida como líder; como le gusta el contacto cercano, a lo largo de los años, hizo muchas amistades y empezó a tomar conciencia de que la comunidad trans vivía problemáticas aún más profundas. Estrella fue cofundadora y activa participante de las campañas emprendidas por la asociación Coccinelli y la Asamblea Permanente de Derechos Humanos (APDH), por la despenalización de la homosexualidad en Ecuador; una tarea articulada con el naciente movimiento LGBTI a nivel local, que terminó con una sentencia favorable del entonces Tribunal de Garantías Constitucionales, en noviembre de 1997.
La conversación avanza pausada. Ella hurga en su memoria, busca detalles importantes, intenta fijar el dedo sobre una enciclopedia.
Hace unos años, consiguió cambiar su sexo de masculino a femenino en la cédula de identidad. Fue un proceso largo. Primero, optó por presentar su caso ante la Defensoría del Pueblo y obtuvo una resolución favorable —que el Registro Civil se negó a aceptar en dos ocasiones—. Luego, presentó una acción de protección ante la Tercera Sala de lo Penal, de la Corte Provincial de Pichincha, que le dio la razón y reconocía que le estaban negando su derecho a la intimidad, la no discriminación por su orientación sexual y la igualdad ante la ley. El Registro Civil fue obligado a incluir el cambio de sexo. Así, el 22 de octubre de 2009 obtuvo su nueva cédula: «Sexo femenino». Este cambio le significó la posibilidad de cerrar un ciclo y sentirse en paz consigo misma.
Fue un hito que trascendió su propia historia. Estrellita cree que un punto a favor fue la coherencia de sus planteamientos legales y el hecho de agotar todas las instancias, con argumentos sólidos que no pueden cambiarse según circunstancias o asuntos políticos. “Siempre me he considerado una mujer y solo buscaba que se me reconozca como tal; nunca he dicho que soy homosexual o travesti. Vivo mi vida como una mujer, es lo que soy y la justicia lo reconoció. Este es un asunto de identidad, donde estaban de por medio mis derechos y lo he tomado así”, dice, imprimiendo un tono decidido a sus palabras, justo antes de beber un poco de jugo.
Muchas peticiones de casos similares todavía son negadas en Ecuador, porque no se ha declarado la jurisprudencia vinculante del caso, un detalle que facilitaría el camino hacia el cambio de sexo. Otro escollo se evidencia en el mismo sistema de justicia, que no aborda los casos sobre diversidad sexogenérica con el conocimiento suficiente, algo que se extrapola a otras áreas, como el acceso a la salud.
La reinserción laboral de las personas transexuales y transgénero continúa en el terreno de la intención y de la discusión en mesas de trabajo, más que en el de la realidad. En su caso, la estrechez económica y la necesidad de ganarse la vida la han llevado a hacer de todo: trabajadora en plantaciones de flores, mesera, secretaria… Hoy tiene un trabajo estable en una institución pública y puede afrontar sus gastos con mayor seguridad, pero sabe que su caso es una excepción a la regla. “En el sector público somos dos o tres, con un trabajo estable; más allá de eso, las opciones son las mismas: la calle, una peluquería o trabajos informales y mal pagados”. A veces las generalidades son señales que confirman un motivo más profundo.
“Como en todo proceso, siempre es bueno mirar la experiencia de otros países de la región, donde la comunidad trans está muy bien cohesionada”, me aclara Estrella, convencida de la necesidad de unirse. “El problema a nivel local han sido los liderazgos y la búsqueda de beneficios propios; a veces, el activismo se ha trazado como sinónimo de llenarse los bolsillos, lo que ha desunido a la gente y ha hecho que la comunidad trans se sienta utilizada y relegada, dentro de la misma comunidad GLBT”.
Hace unos años, se impulsó un proyecto para englobar a las asociaciones trans de todas las ciudades, pero no se concretó y hoy están dispersas. La rearticulación es una materia pendiente para el movimiento. Aún hay mucho por hacer.
El pasado 15 de junio, Estrellita fue postulada por un grupo de amigos, activistas y académicos al Premio Patricio Brabomalo, que el Municipio de Quito otorga cada año a personas destacadas de la comunidad LGBTI. Aunque no ganó, ella se siente honrada y agradecida por la nominación. Lo habría dedicado a todos esos compañeros de lucha que ya no están: “por ellos también estamos donde estamos, esto no es algo de Estrella Estévez sino de toda una comunidad. Solo cuando se vea reflejado en la igualdad total de derechos podremos decir que lo logramos”.
La voz quebrada ahora se escurre entre un breve silencio. Su amigo Patricio Brabomalo —en cuyo nombre se creó el premio, fallecido años atrás—, vuelve a su memoria. De él conserva libros y recuerdos de una lucha compartida en la calle. Su vida es el reflejo de los sueños y las ganas de hacerse oír, cuando lo más fácil es dar un paso al costado.
Claudicar, para Dayris Estrella Estévez, nunca ha sido una opción.
El almuerzo compartido sirve para hablar de sus sueños pendientes: estudiar Derecho, terminar de construir su casa y ayudar a su familia, a los sobrinos pequeños, con quienes comparte las tardes de los fines de semana.
Esta todavía es la lucha de una minoría, y aquella máxima de que los derechos no se mendigan sino que se toman se me hace carne gracias la experiencia de Dayris, de Estrella Estévez, la mujer de la igualdad.
Querido Juan Francisco Trujillo, para agradecerte a ti y a la Barra Espaciadora de la que eres parte por la publicación de la entrevista reportaje realizada hacia mi persona que no pudo ser mas que excelente como la as hecho, gracias mil gracias, un abrazo.