Por Diego Cazar Baquero / @dieguitocazar
¿Cómo es hacer periodismo en el país de Nayib Bukele, el presidente que ha encarcelado a más del 1% de su población? ¿Cuáles son las lecciones aprendidas, las esperanzas y las frustraciones de un periodista que ha narrado la violencia de las pandillas y que ahora enfrenta a diario la persecución del poder político de un régimen sin contrapesos?
Amigo de la autocrítica y enemigo del silencio, Óscar Martínez (San Salvador, 1983) ha construido una carrera profesional narrando una de las etapas más violentas de El Salvador, de Centroamérica y de América Latina toda. Y lo ha hecho como parte del primer medio nativo digital de todo el continente, cuyo nombre no puede ser más atinado: El Faro. Una luz para el periodismo independiente en una región de democracias enfermas. Ahora, Óscar es el jefe de redacción de El Faro.
Autor de libros periodísticos indispensables y ganador de un sinnúmero de reconocimientos a escala global, este reportero y su equipo han puesto su mirada sobre Bukele para ayudar a comprender cuál es el precio de un país sin pandillas, como describió El Hilo podcast al modelo de ese mandatario.
“Han vuelto los tiempos de los tiranos -le dijo a la Deutsche Welle (DW), luego de recibir el Premio a la Libertad de Expresión 2023, que entregó esa organización alemana a finales de junio-, no nos abandonen, que seguiremos informando. No nos abandonen porque vienen por nosotros”.
Centroamérica, como el resto de América Latina, enfrenta el retorno de regímenes autoritarios, tiranías y abusos del poder sin precedentes. De las maras a la persecución estatal. De la delincuencia al crimen organizado. De la corrupción a los mercados criminales transnacionales. La política y sus caudillos amenazan con acallar todas las voces que les resulten incómodas en su afán de imponer sus delirios. A estas alturas, Óscar ya no cuenta las amenazas que recibe porque es víctima de ellas a cada rato. Ha decidido hacerse cargo de su destino y quedarse en El Salvador para dar batalla al poder, a pesar de que una celda podría ser su destino en cualquier momento.
Oscar Martínez estuvo en Guayaquil y se reunió con un grupo de periodistas ecuatorianos durante las Jornadas por un Periodismo Seguro, organizadas por la Fundación Periodistas Sin Cadenas, con el fin de compartir su experiencia y construir vínculos para la cobertura periodística regional.
Óscar, acabas de recibir un reconocimiento más por tu trabajo, esta vez en Bonn, Alemania. ¿Qué son los premios para un periodista?
Depende del momento en que te los ganes, te dan un ánimo individual basado en el autocariño. Te alegras naturalmente por el reconocimiento de la gente. Pero con el tiempo, en países tan pequeños y tan olvidados como El Salvador, te sirven como protección. Como le decía a la colega [hondureña, funadora de Contracorriente] Jennifer Avila, en Bonn, recibir un premio en el ex Congreso alemán, rodeado de un montón de cuerpos diplomáticos internacionales, que puedan escuchar con atención durante un momento tu referencia a los problemas que la prensa atraviesa en Centroamérica, es una oportunidad para tejer redes que te protejan en algún momento. A estas alturas del partido, y tal como lo hizo Jennifer Ávila, en su discurso al recibir el Premio Gabo a la Excelenci Periodística, todos los periodistas centroamericanos estamos usando los premios para intentar situar la debacle autoritaria contra la prensa independiente, como la de El Salvador.
Ahora existe una contraofensiva de parte de fuerzas totalitarias, del crimen organizado y a veces, incluso, de parte de las audiencias, producto de la profunda desinformación. Me refiero a los ataques a la prensa aprovechando el desprestigio de cierta prensa. Y esto ocurre en sitios donde es notoria la falta de instituciones o países bajo regímenes totalitarios. ¿Cómo lo vives tú y cómo El Faro enfrenta esta realidad?
El ataque a la prensa en Centroamérica lo estamos viviendo. En Guatemala, según su Sociedad de Prensa, ya tienen a 22 periodistas en el exilio, uno encarcelado, que es José Rubén Zamora, el más icónico periodista de ese país, fundador de El Periódico. Nicaragua tiene a más de 200 periodistas en el exilio. El Salvador ya tiene a 13 periodistas en el exilio, según la Asociación de Periodistas. Y hay muchos más que hemos decidido no irnos, pese a las acusaciones de lavado de dinero, de pertenencia a pandillas, acusaciones espurias por parte del poder. Yo creo que la naturaleza de atacar a la prensa se explica porque todos estos intentos autoritarios, en Centroamérica y en América Latina, ya encontraron la forma de tomarse todos los poderes. El poder judicial, que ya era corrupto en nuestros países, ha sido posible tomarlo a través de imposiciones del Legislativo. El poder de la Fiscalía, para términos de persecución estatal, lo hacen a través de la Fiscalía. Los poderes para eliminar los obstáculos para una reelección los hacen a través de cortes supremas de justicia impuestas: el modelo venezolano. A las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional Civil se las están tomando con ascensos y cargos. Pero no han encontrado una fórmula para truncar a la prensa independiente. Y lo han intentado mucho: han cerrado los canales de financiamiento a través de la publicidad comercial, amenazando a empresas; han hecho que los periódicos se reduzcan con persecución, exilio, encarcelamiento de sus miebros; han logrado cortar toda publicidad estatal para los medios de comunicación y han puesto a funcionar toda una maquinaria de desprestigio a través de medios e comunicación financiados por ellos, que están en circuitos más ‘pajeros’, como YouTube, otra línea de creaciones dentro de la prensa digital, y no lo han logrado. En Centroamérica no lo han logrado. Nunca había habido más medios independientes en Centroamérica que hoy. Confidencial, en Nicaragua; Divergentes, también en Nicaragua; Prensa Comunitaria, en Guatemala; Plaza Pública, también en Guatemala; Contracorriente, en Honduras; El Faro, en El Salvador; Revista Factum, también en El Savador. Un montón de medios independientes.
Y estos medios garantizan su independencia a riesgo de sus propia seguridad, ¿no? El Faro ha sacado de El Salvador sus gestiones administrativas como mecanismo de protección. Pero en Nicaragua los medios están operando desde fuera del territorio. ¿Cuál es el límite? ¿Hasta qué punto podemos soportar estas condiciones los periodistas latinoamericanos, mirando esta realidad que ya enfrenta Centroamérica?
Mira, esta es una combinación entre situaciones nacionales, posibilidades individuales y decisiones individuales. José Rubén Zamora, en Guatemala, por ejemplo, sabía que venían por él. Había enfrentado decenas de acusaciones desde el poder que buscaban meterlo preso y nunca se fue del país. Él sabía que venían por él. Lo sabía como lo saben algunos colegas más de Guatemala a quienes ya les han abierto investigaciones en el marco del juicio de él, y han decidido no irse. Y los colegas nicargüenses que se fueron se fueron porque sabían que, si no lo hacían, terminaban en la cárcel. No había más. Es una decisión individual apoyada -esperaría yo- por información práctica.
En El Faro hacemos un gran ejercicio de recolección de información para que el equipo esté enterado de cuáles son los riesgos que se vienen, en qué momento hay acusaciones de una fiscalía, cómo interpretamos las denuncias del presidente Bukele, en cadena nacional, de que somos un medio que lava dinero. Cómo están funcionando todos los juicios que Hacienda nos ha metido para tratar de justificar esa acusación presidencial. Pero, al final del día, uno tiene que tomar una decisión, si trabaja en un medio responsable, que te permita tener los recursos y el tiempo para tomarla. En El Salvador, en El Faro, ya se ha ido alguna gente, pero la mayoría de la redacción hemos decidido quedarnos. Toda la redacción tiene clarísimo cuál es la situación actual. Yo mañana vuelvo a El Salvador y si mañana Bukele me quiere detener en el aeropuerto, no hay nada que hacer. Y si mañana mismo quiere detener a alguno o a algunos de mis colegas que están en El Savador, no hay nada que hacer. No hay ningún contrapeso. Ya no somos una democracia. Somos un régimen híbrido, camino a ser una dictadura en febrero de 2024. Entonces, esa es la condena, esa es la espada de Damócles, pero no queda otra. Cada quien toma su decisión. Si alguien decide irse del país, como lo han hecho algunas personas que han trabajado en El Faro, lo respeto. Y si alguien decide quedarse, también hay que respetarlo. Al final, las consecuencias son personales.
Respetarlo y cuidarlo también…
Es muy difícil. El problema de estos regímenes de poder totalitario, como lo demostró muy bien Daniel Ortega, en su dictadura en Nicaragua, es que estos personajes, cuando hacen el intento de ir violando más y más los límites de la comunidad internacional, se dan cuenta de que la comunidad internacional no va a hacer nada. Que es posible estirar el hule, que se estira mucho. Entonces, ahora mismo en Guatemala ya metieron en la Lista Engel [listado de personas del Triángulo Norte de Centroamérica, es decir, Guatemala, El Salvador y Honduras, que han cometido actos de corrupción o acciones antidemocráticas] a los funcionarios de la Fiscalía que están acusando a José Rubén Zamora. Ya han dicho que es un juicio espurio. A José Rubén Zamora le quitaron diez abogados defensores porque les acusaron de delitos para que dejaran de defenderlo. ¿Cómo va a tener una defensa eficiente? Es inviable. Cuando caés en las garras del poder, lo que te queda es el apoyo internacional, la comunidad internacional que al menos esté pendiente de que sigás vivo en la cárcel.
Centroamérica ha sido un mal ejemplo, tristemente, de cómo se construye democracias. Pero Sudamérica, y en general, América Latina es una región que cuenta con un sinnúmero de ejemplos. Ahora que has llegado a Ecuador en tiempos difíciles, ¿cuál es tu lectura de este país, tanto a nivel político como en materia de inseguridad y de violencia?
Mira, no conozco profundamente Ecuador pero me voy sumamente sorprendido por la inquietante realidad que he podido constatar al hablar con los colegas en esta reunión de periodistas. Los relatos que hemos escuchado de algunos colegas de aquí de Ecuador son relatos que a mí me recuerdan al México del crimen organizado. Periodistas que ya entendieron que la autocensura es una necesidad vital, periodistas que ya decidieron y anunciaron a sus medios que ya no quieren cubrir nada relacionado con esto, amenazas directas, penetración del crimen organizado en algunos medios de comunicación. Todas esas son características que encontrabas en la Ciudad Juárez de hace una década. Son las que encontrabas en la Tijuana de principios del siglo. Son las que encontrás ahora mismo en Nuevo Laredo. El problema es que esto no se detiene por arte de magia. La penetración del crimen organizado siempre es la cooptación y sustitución del Estado en todos sus métodos de organización. Lo diré de esta forma: me voy con la sensación de que para ustedes está empezando una oscura noche. Ojalá logren detenerla un poco.
¿Crees que hay algún antídoto o que ya perdimos la oportunidad?
Mira, unos cosa sí te puedo decir: en todos los países donde yo he cubierto crimen organizado: Guatemala, Honduras, El Salvador, México, el crimen organizado ha penetrado mucho más rápido ante el silencio de la sociedad civil organizada y del periodismo. Cuando había una rendición rápida y dejaban de salir informes académicos o de la sociedad civil organizada, en lugares como Matamoros, donde incluso los tanques de pensamiento académicos se retiraban y dejaban de influir, y la prensa decidía rápidamente, por los enormes riesgos, dejar de informar, y la prensa nacional, por estar en las capitales, se olvidaba de esos sitios, en dos años esos estados eran del crimen organizado plenamente. Y el problema es que el proceso de toma del crimen organizado es acelerado, mientras que el proceso de arrebatarle al crimen organizao esos lugares es muy tardado. Ustedes están, ahora, en caída libre, al parecer. Ojalá logren detener esa caída, porque si no, el golpe va a ser brutal.
El debate público está polarizado y las posturas tienden a ser binarias. ¿Crees que estos problemas que vive la región y Ecuador, en particular, tienen que ver con un asunto entre izquierdas y derechas, buenos y malos?
La derecha en América Latina siempre ha sido la misma: la derecha de la concentración del poder en manos de los empresarios que tienen el control económico esencialmente; la injerencia de la empresa privada en la toma de la decisión pública y el nombramiento del estatus quo como tomador de decisiones, aunque no tenga cargos públicos. Son esencias muy sencillas.
Yo creo que la izquierda en América Latina se desnaturalizó. Una de las esencias de la izquierda era la repartición de la riqueza. ¿Lo hicieron? No. En Venezuela generaron cúpulas económicas empresariales. En El Salvador también, con el petróleo venezolano, y consiguieron un nuevo estatus quo que era igual de reducido y menos adinerado, porque tardaron, llevan décadas acumulando riqueza. Hicieron lo mismo. ¿Fueron progresistas? No. La izquierda latinoamericana no defiende los derechos de las poblaciones diversas ni de las poblaciones indígenas ni defiende la despenalización de las drogas ni el matrimonio igualitario. No tienen consignas progresistas. Entonces, ¿qué es la izquierda? Fue la instauración de programas sociales populistas, repartición de canastas de comida, donación de láminas para que la gente construyera sus pinches chabolas y siguiera viviendo ahí. La izquierda latinoamerina perdió la sustancia absoluta de las reivindicaciones de las revoluciones de los años ochenta. ¿Igualdad social? ¡Un carajo! No hicieron nada por la igualdad social. No había existido tanta brecha social en décadas en América Latina en países donde gobierna la izquierda. Cuba, Nicaragua, El Salvador, Venezuela: fracasos absolutos de la izquierda. Y yo creo que, como la derecha ha sido tan estable en su distanciamiento de las poblaciones comunes y la izquierda se encargó de decepcionar a todo el mundo que confiaba en ella (quedará algún soñador por ahí al que le guste todavía esa utopía del siglo pasado), entonces ahí es donde surgieron los caudillos.
¿Son corresponsables de la realidad que enfrentamos los miembros de esta clase política que gobierna la región?
Bukele es quien es. La responsabilidad es suya. Pero Bukele es el heredereo de una decepción absoluta de la política tradicional en El Salvador. ¡Nos saquearon! Cuatro presidentes: dos de derecha y dos de izquierda, se robaron hasta los vasos de Casa Presidencial. Y después aparece Bukele, alguien que se vende como un mesías, como un libertario.
Pero esto no es nuevo. Así apareció Hugo Chávez, con sus consignas de izquierda. Pero, más que todo, era un proyecto personalista. Hugo Chávez no era un proyecto de construcción. Era un señor con nombre y apellido. Así apareció aquí Correa, no era un proyecto colectivo, de mucha gente, era un señor, él aparecía en televisión, él mandaba, él amenazaba incluso a sus políticos cuando hacían lo que él no quería. Así apareció Bukele.
Son proyectos que, más que no tener ideología, entienden que la ideología es una peste actualmente, si la vendés así, porque te conlleva el lastre del recuerdo de los partidos tradicionales. Entonces, ahí surge el gran riesgo: al no construir con un conjunto de ideas sostenidas, históricas, empiezan a construir alrededor de su propia figura, y entonces todo se va al carajo. Construir a través de tu propia figura solo te lleva a una conclusión: que debés tener todo el poder. ¿Cuál es la otra conclusión, si la figura salvadora no consiste en la defensa de un ideal mayor sino en tu permanencia en el poder? Los proyectos personalistas en Latinoamérica son eso: yo voy a salvar a este país, yo debo tener todo el poder.
Ese es, sin duda, el modelo Bukele, y el modelo Bukele se ha convertido en una de las tendencias en todo el continente. Está dando de que hablar en todos nuestros países y es el más popular en toda la región. ¿Qué debemos entender cuando esa figura empieza a deslumbrar a los electorados desesperados y necesitados de un héroe salvador?
Mira, no solo es Bukele. El mejor ejemplo de este siglo fue Donald Trump. Tenemos que entender que la gente no vive la democracia, la gente no vive en países democráticos. Estados Unidos, cuando Joe Sacco y Chris Hedges van a hacer el libro Días de destrucción, días de revuelta, en el 2010, se encuentran a un EEUU del interior completamente deprimido, lejos del sueño americano, con poblaciones indígena y poblaciones del interior totalmente deprimidos, con índices alcohólicos terribles, con una desesperación absoluta. Estaban lejanos a la política del país de la libertad y de la democracia. Solo querían que llegara un tipo severo a prometerles algo que no fuera lo que tenían hasta ese momento.
En El Salvador, lo mismo. Cuando Bukele destituye a la Sala de lo Constitucional de forma ilegal, la gente no sabía lo que era la Sala de lo Constitucional, nadie salió en defensa de los magistrados, porque no entendían quiénes eran. Era gente que tiene que vender tomates en la mañana para cenar en la noche. Hemos construido sociedades antidemocráticas. La democracia es un lujo y un privilegio y en esas sociedades los caudillos prosperan como la amapola en la sierra alta.
Entonces, el periodismo tiene que hacer esfuerzos por un ejercicio más democrático. En primer lugar, descentralizar las coberturas. Pasamos hablando solo de las pinches capitales. Y la gran población que soporta a los caudillos está en el interior, en las zonas rurales, en las zonas urbanas empobreciddas. De ahí viene el gran apoyo a Bukele. Es decir, las clases intelectuales que son ínfimas, que han tenido el conocimiento, que conocen la Constitución, no apoyan a Bukele. Pero las clases empobrecidas quieren un mesías, viven de la desesperación.
La lógica de por qué los caudillos prosperan en América Latina es similar a la lógica de por qué los neopentecostales prosperan: la gente ya no quiere una religión que te obligue a escuchar y reflexionar, quieren gritar y bailar al ritmo de las voces de los ángeles. Están deseperados. Necesitan catarsis. Estos caudillos te prometen que con los militares van a resolver todo, te prometen que a balazos van a responder a la violencia y te regalan una canasta de comida.
Ahora, el periodismo está enfrentando, sin duda, una de las crisis más graves de la historia como institución de la democracia. A nosotros nos preocupa también la atomización de los gremios y periodistas en algunos de nuestros países, entre ellos El Salvador y, claro, Ecuador. ¿Cuál es tu reocomendación sobre el ejercicio del periodismo, tanto para periodistas como para sus audiencias?
Mira, nosotros como periodistas tenemos un enorme reto ahora mismo, porque los periodistas cargamos el lastre de un montón de colegas corruptos y eso no tenemos que olvidar. El periodismo latinoamericano ha tenido luces y enormes sombras. Abundan los periodistas vendidos al poder. Los periodistas genuflexos ante el crimen organizado o que ceden al crimen organizado. Los periodistas que trabajan por intereses políticos partidarios de pequeños grupos. Una de las obligaciones del periodismo es diferenciarnos de esa gente. Quienes hacemos periodismo independiente, aunque sea doloroso, aunque suene soberbio, tenemos que marginar a esa gente. Es hora de que no nos confundan con ellos, de que sepan que los despreciamos. Pero, por otro lado, también tenemos que generar unidad y conectividad sin esa gente. A esa gente, ni agua. Sin esa gente necesitamos generar gremios, porque solo así podemos cubrir en los lugares donde hasta ahora no se puede cubrir, aprendiendo del expertís de la gente que vive y sabe de ahí y que no puede cubrir su territorio.
Por otro lado, los únicos mecanismos de protección internacional tienen que ver con que cuando algo le pase a uno de nosotros reaccionen muchos. Una de las características de los regímenes autoritarios que nos persiguen es que tienen poderosas maquinarias de propaganda. Si solo tu medio habla de tu encarcelamiento, estás frito. Si solo tu medio se queja cuando desaparecés, si no hay un gremio sólido, con diferentes habilidades y herramientas, que pueda combatir esa potentísimas maquinaria de desinformación y ataque, estamos perdidos.
¿Cuál es la diferencia entre esa clase política a la que te has referido y el crimen organizado?
Depende. En algunos países llegó a ser nula. Por ejemplo, en México, cuando hablabas de crimen organizado hablabas de política, de gobernadores, de presidentes municipales, de policías, de gente con cargos federales. Cuando en Honduras hablabas de crimen organizado, ¿de quién hablabas? De aquel a quien están juzgando en Nueva York, que es Juan Orlando Hernández, ex presidente de Honduras, y lo están acusando de narcotráfico. En Guatemala, los extraditados y sus acusaciones son por narcotráfico. Es decir, el crimen organizado latinoamericano, para considerarse como tal, tiene que tener dos características: acumulación de dinero en niveles importantes y relación estructural con el poder central. Cuando digo poder central no me refiero a un pequeño alcalde. Ese es un crimen organizado menor. Me refiero a tener relaciones con gobierno central, con policía nacional. Si no, no es crimen organizado, porque el crimen organizado busca zonas de despeje y de control para diversificar el delito. Y para diversificar el delito en esas zonas de despeje necesitás controlar la cosa pública. Cuando en México el cartel de Sinaloa controla la frontera, la controla, logra establecer en qué momento pasan migrantes y en qué momento no lo hacen, para que su cargamento pase, y eso lo hacen de forma coordinada con el Instituto Nacional de Migración (INM). Le piden al INM que ponga retenes para que no se muevan los migrantes porque van a despachar droga. Entonces, tiene que haber control de la cosa pública para que el negocio funcione, porque, como te dije, se trata de la acumulación de grandes sumas de dinero y para eso necesitan manejar estados o países completos. No van a parar. Ténganlo claro aquí en Ecuador: esa gente no va a parar hasta que les corten el camino o hasta que tengan todo el control.
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