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Preferimos la literatura sobre una cama de clavos

Por Diego Cazar Baquero / @dieguitocazar

En una sala de cine de Quito, con un microdocumental sobre la vida del escritor colombiano Hernán Hoyos, una puesta en escena teatral que recreó una de las primeras escenas de su novela 008 contra Sancocho, y una charla distendida e informal, se presentó oficialmente a El Fakir Editores, en Quito. La primera presentación la hizo su cofundadora, Gabriela Alemán, durante la última Feria del Libro de Bogotá. El encuentro en Quito fue también pretexto para hablar de censura, de control de contenidos en los medios de comunicación, de restricciones a la creación artística, y para putear un poco, como se debe. Al final hubo fiesta y sancocho para todos.

A Hoyos se lo leía a escondidas, allá por los sesentas y setentas. Porque Hoyos fue y, quizás sigue siendo, un autor incómodo para una sociedad hipócrita. Sus seguidores paseaban por las calles de Cali o Medellín cubriendo la tapa de sus libros con un diario o una revista para gentes decentes. A lo mejor su literatura puede pasar como pasaría hoy una secuela porno de los ochentas: entretenida, pero precaria en cuanto a recursos técnicos. Pero, ¿a quién le importa la técnica rigurosa cuando hay eficacia y trascendencia? Pues sí, a Hoyos lo recuerdan mucho por el fenómeno que provocó: develar al mojigato que todos llevamos dentro y, por lo tanto, clavar la espinita, joder, estorbar. Aparte, hablar de sexo resultó una buena estrategia para vender, tarea que la asumió Hoyos como promotor de sí mismo.

El Fakir pretende dar el justo lugar a quienes en su momento fueron menospreciados por el mainstream. Se trata de comprender en su contexto la gestión de muchos escritores. La de Hoyos, por ejemplo, frente al dilema de la difusión y la circulación de una obra en medio de un mercado editorial viciado por el compadrazgo. El Fakir nace con objetivos claros y con un patrono: César Dávila Andrade, el dueño del sobrenombre y uno de los pilares de la lírica y la narrativa de mediados del siglo pasado, en Ecuador.

La Barra Espaciadora habló con Gabriela y con su hermano Álvaro Alemán, sobre esta osada apuesta que sacude el medio editorial local y regional.

Dada la apuesta por publicar textos ‘desestimados’ con El Fakir, ¿cuáles son los nombres y las obras que se vienen en el futuro?

Muchas obras, más de las que podemos manejar. Entre lo más emergente está la novela de Leonardo Páez, Lo que se llevó el viento, la única novela sobre la quema del edificio de diario El Comercio, en 1949, a propósito de la “invasión de los marcianos” o la radio transmisión que desató un pánico entre los quiteños de entonces. La novela se editó en Caracas, que es el lugar al que Páez llegó luego de su salida dramática del Ecuador y casi no llegaron ejemplares a Quito. Páez es una figura “perdida” de nuestras letras: dramaturgo, poeta, músico, novelista y seguramente el mayor y más creativo productor radial del siglo XX, su impacto se sentía en todas las esferas del emergente escenario mediático de mediados del siglo pasado. Su partida dejó un gran vacío y fue una pérdida para nuestra naciente industria cultural. De hecho, el episodio de La guerra de los mundos es un momento, a nuestro parecer, crítico (en ambos sentidos de la palabra) para pensar nuestra historia desde el impacto de las transformaciones tecnológicas y la globalización, un momento en donde el peso de la ficción se deja sentir de nuevas maneras.

Bueno, ese sería el más próximo. ¿qué más esperamos después?

Otro texto que tenemos muy presente es Sangre en las manos, de Laura Pérez de Oleas Zambrano; una novela publicada en una sola edición por la CCE (1959) y que constituye el único intento sostenido de pensar la centralidad del aborto en la sociedad ecuatoriana. Pérez de Oleas Zambrano escribe una novela sorprendente, fresca y a la vez fragmentaria. Su texto se encuentra cruzado por todas las dificultades que acompañan, aún hoy, un esfuerzo franco por hablar de sexo y reproducción, y es precisamente esa estética de la tribulación, además de la importancia histórica de la temática lo que nos lleva al texto. A eso se suma la sistemática ausencia de la producción literaria de mujeres en nuestra historia literaria. Vamos a empeñarnos en mostrar el gran nivel y la valentía de autoras ecuatorianas, durante toda nuestra historia, por hacer ficción. Desde la misma colonia la literatura ecuatoriana ha argumentado la inexistencia de voces femeninas relevantes: tenemos la producción textual y literaria de sacerdotes, pero no de monjas, aun cuando existan documentos firmes que dan fe sobre esos textos, hay mujeres en nuestro modernismo, en el realismo, en todas las etapas de nuestra literatura, nombres como la misma Laura Pérez de Oleas Zambrano y como Nelly Espinoza de Orellana, que también en 1959, con su obra Hambre rubia, gana el certamen literario internacional del Círculo de Escritores y Poetas Iberoamericanos. Esperamos no solo reeditar estas valiosas obras, conspicuas por su ausencia en nuestra historia literaria, sino abrir un debate sobre el perfil de la literatura ecuatoriana una vez que se incluyan estas voces. Sangre en las manos es un caso emblemático de la representación incompleta en nuestra literatura: el libro físico original no existe en las bibliotecas nacionales, aunque consta en el catálogo de la Biblioteca Aurelio Espinosa Pólit, no hay ejemplar disponible. Ni ahí ni en ninguna otra biblioteca nacional. Las copias con las que contamos fueron procuradas en librerías independientes o en bibliotecas del extranjero. Creo que el hecho habla por sí solo.

Pero, está la figura de César Dávila Andrade, como eje que dinamiza el trabajo de El Fakir, ¿no?

Por supuesto, la reedición de la obra narrativa del mismo César Dávila Andrade está al tope de nuestra agenda. Nuestra intención, como ocurre en todos esos anuncios que uno ve pegado en postes en las calles de Quito, es pasarlo de formato. Tal como los productos análogos en Betamax o VCR o casete hoy deben trasladarse al mundo digital en la forma de DVD, MP3 o CD y demás, queremos acompañar a Dávila Andrade a un lugar distinto, sin perder del todo la especificidad de su lugar de enunciación ni su poder expresivo. Vamos a publicar relatos sueltos, en formatos experimentales, para intentar lo que es nuestro mayor anhelo, conectar con una audiencia de jóvenes, principalmente adolescentes, para transmitirles ese legado y para dialogar con ellos en torno a la promesa inconclusa que nos dejó El Fakir histórico. Hay varios proyectos adicionales en novela gráfica, en productos digitales, en novela, en biografía. La literatura del Ecuador es enormemente rica, su diversidad, profundidad y genio han sido represados durante mucho tiempo. Entonces, creemos que el trabajo que proponemos, de arqueología de medios, no solo va a permitir tener una visión más amplia de esa riqueza sino que va a señalar, mediante ese conocimiento distinto del pasado, direcciones para la producción textual del futuro.

En tus declaraciones a El Espectador, Gabriela, dices que «buena parte de la escritura más interesante del presente aparece en los intersticios de lo nacional, en lo barrial, por ejemplo, en el ámbito semi-rural, en la producción literaria de extranjeros que piensan al país desde otras lenguas, en las zonas fronterizas de todo tipo, pero sobre todo en la construcción de una literatura nueva que conozca profundamente sus antecedentes junto con la historia secreta de las demás literaturas regionales y que sea consciente de la necesidad de pensar en su propia y emergente coyuntura». ¿Qué es para ustedes la nación en estos momentos históricos y en relación con la producción literaria?

La nación, como concepto, guía el acercamiento crítico a nuestra historia literaria desde sus inicios. Tanto Pablo Herrera como Juan León Mera en el siglo XIX describen y prescriben una ruta para la literatura del Ecuador, al igual que Benjamín Carrión y Augustín Cueva, para citar solo algunos nombres. En unos casos y otros, el objetivo es la emancipación cultural y política y la expresión de ello en la forma de una producción textual independiente puesta al servicio de la nación. El mandato de aportar a la totalización del espacio cultural ecuatoriano se instala no solo en la crítica y la historia literaria sino también en la misma producción textual que nunca se aleja demasiado de esa misión. El resultado es un canon que se mueve en la dirección de esa tendencia. Al margen de filiaciones ideológicas, tanto la derecha como (paradójicamente) la izquierda coinciden en observar el mandato, aunque sus prácticas, metodologías y herramientas de análisis difieran. Todo lo que no aporte a construir la nación, la unidad, entendida o como destino o como composición social unificada, queda al margen. Por eso nuestra literatura afro es nacionalista –véase Juyungo–, al igual que el indigenismo, la literatura social y hasta la poesía ecuatoriana más celebrada del siglo XX, aunque las reglas para la poesía por lo general sean distintas a las de la prosa. Y por eso hay dificultades en procesar el modernismo, la primera y más grande fractura de nuestra historia literaria, en procesar la vanguardia y también el panafricanismo, en registrar el feminismo y lo radical regional; es decir, aquello que niega la integración irreflexiva y más bien la denuncia como alcahuetería. Es la nación como categoría de valor lo que bloquea la diversidad de expresiones literarias que nosotros reivindicamos, y no la nación en sí (porque nadie sabe en qué consiste, Fanon la llamaba “esa zona oscura de inestabilidad radical”), sino una cierta idea de nación que incluye elementos chauvinistas, elementos machistas, nociones de privilegio letrado, nociones elitistas, nociones populistas y un cúmulo de conductas jerárquicas y categorías autoritarias que han vaciado a la literatura ecuatoriana de su vitalidad. Y no es que nuestra vocación apunte a lo contrario, a una visión metropolitana e internacionalista ajena a toda filiación nacional. Más bien advertimos serios reparos a la noción de una literatura ecuatoriana desapegada y entregada a los flujos del capital cultural internacional y a sus modos de producción.

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Cortesía: Gabriela Alemán

Nos situamos al amparo de César Dávila Andrade precisamente por aquello, porque su obra no ha podido ser integrada al relato grande de la nación ecuatoriana como la marcha hacia el progreso. Con la única excepción del Boletín y elegía de las mitas, con el que hay que hacer malabares para proclamar su filiación al proyecto de construcción nacional por medio de la literatura –puesto que el poema, lejos de defender el mestizaje, lo castiga–, Dávila Andrade ha sido un autor incómodo para nuestra historia literaria. Nuestra identificación con él consiste en que su literatura repudia la posibilidad de utilizar su obra con fines populistas o elitistas, las antípodas de la historia de nuestras letras. Su obra no es un fin hacia algo, no es un instrumento para hacer un acopio de símbolos útiles para un proyecto cultural de jerarquías; su obra no es ejemplar, en tanto no imparte nociones edificantes o constructivas. Su obra, y en esto se acerca al modernismo quiteño, es ruptural y antiinstrumental; es siniestra y ante todo crítica. En estos tiempos de cooptación permanente de la producción cultural por parte de los organismos oficialistas, Dávila Andrade es un modelo de resistencia, desde la literatura, a la norma, a la regla, a la “verdad”. Junto con Dávila Andrade, entonces, no rechazamos la nación per se, creemos que un nacionalismo crítico es preferible a un internacionalismo triunfalista y mainstream; pero, como decía Benjamín Carrión, lo que nosotros hacemos con este gesto (el gesto del Fakir) es, sobre todo, “preferir”: a Dávila Andrade, a las pequeñas ciudades, a la adolescencia, al pasado oculto, a la literatura “menor”, a las fronteras.

¿La apuesta por Hoyos se da también con la intención de asegurar un primer mercado en Ecuador? Pienso en nuestra sociedad tan hipócrita, moralista y miope frente a lo que esté fuera del canon…

Nuestra apuesta no es por el mercado existente, es por el mercado futuro; es decir, por reclutar lectores jóvenes, sobre todo adolescentes. Esto no quiere decir que no tengamos interés en las audiencias ya constituidas, nosotros, al igual que ellas. Somos migrantes digitales, después de todo, habitamos predominantemente, por preferencia y por historia, el texto impreso. Pero creemos que la posibilidad de una literatura ecuatoriana a mediano y largo plazo depende de los nativos digitales: las personas que nacieron con la web y que se mueven en un entorno mediático predominantemente digital e interactivo. No solo se trata de conectar con esas audiencias, desestimadas por el mercado por otro lado, al igual que por la sociedad. ¿Quién se interesa por los adolescentes hoy en día? También se trata de presentarles argumentos, distintos a los de la literatura didáctica que reciben, que posicionen a la literatura en general que preferimos y a la literatura ecuatoriana del pasado como alternativas válidas para el consumo y la reflexión. Hoyos es un autor para todo sujeto interesado en pensar críticamente en la sexualidad y la representación, y lo es también para los adolescentes que tienen más en juego que los adultos con relación a estos temas. De manera que lo que nos llama a la existencia son textos como los de Hoyos o los de Dávila Andrade, o el de Laura Pérez de Oleas Zambrano; textos que imaginamos en diálogo con audiencias en pleno proceso de formación, que quisiéramos imaginar que entran en contacto con documentos que hoy en día nadie ofrece. En cierta forma, la adolescencia es como la cama de clavos legendaria en que el fakir se entrena para superar, por medio de la mortificación, la tentación de una vida fácil e irreflexiva, para trascender la vida no examinada que decía Sócrates. La literatura que preferimos está precisamente ahí, en la adolescencia rebelde y deliberante que no quiere ser moralizada, en la cama de clavos, en la “pobreza” deliberadamente elegida en contra de quienes quieran utilizarnos, en los espectros de la literatura ecuatoriana del pasado, en un porvenir daviliano.


Diego Cazar Baquero (Quito, 1977) es cofundador y editor general de La Barra Espaciadora. También es editor de la revista Rocinante, de la Campaña de Lectura Eugenio Espejo. Periodista, antropólogo visual, escritor y músico, ha publicado los libros de poemas Más caras tras máscaras, Telarañas las pupilas y Caleidoscopio.Escribe también para el suplemento cultural cartóNPiedra, de diario El Telégrafo, de Guayaquil, y ha colaborado con varios medios impresos de Ecuador.

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