Paulina Trujillo / @mamipau y Francisco Ortiz / @panchoora
Sus columnas de opinión circulan en los medios ecuatorianos desde hace más de tres décadas. Quienes han trabajado con él guardan anécdotas jugosas de un hombre que es capaz de reírse de sí mismo y de lo absurdo del mundo que habita hace ya ochenta y cinco años.
A su edad, Simón Espinosa Cordero (Cuenca, 8 de octubre de 1928) conserva la agudeza mental, la alegría generosa de la juventud y dice las cosas sin tapujos. Simón es ese columnista agudo que se las ha visto con los poderosos que no saben de humor. Como cuando un ministro de Defensa se molestó por una columna en la que, supuestamente, el periodista ofendía a la Fuerza Aérea Ecuatoriana. Simón hablaba de la insalubridad de unos servicios higiénicos en un barrio suburbano, “en los que había una FAE de mosquitos”. El ministro lo hizo llamar. Le exigió una carta en la que ofreciera disculpas, pero Simón insistió en que no fue su intención ofender a nadie, “porque sí era una FAE de mosquitos. Ahora, que haya sido alrededor de un excusado ya no era culpa”. O aquel mes, durante el gobierno de León Febres Cordero, en el que cada viernes por la noche llegaba un grupo de esbirros oficialistas a patear la puerta de su casa, en plan de amedrentamiento…
Cuando Francisco y yo buscábamos su casa, lo primero que hicimos fue rastrear “un árbol torcido, que jamás se endereza”. Era la referencia que Simón nos había dado. Timbramos en esa casa de la calle Tamayo y, enseguida, desde una terraza, escuchamos un saludo. Retrocedimos y ahí estaba él, con los codos apoyados en el muro, invitándonos a pasar.
Un jardín de flores policromas y matas bien cuidadas nos recibía antes de encontrarnos con su facha de sábado bajo el umbral de la puerta. –¿Vos no les tienes miedo a las ratas, ¿no? -me soltó, de entrada. No sé que cara puse, pero, al parecer, mi gesto le obligó a explicarse: era que, en la cocina y en el patio posterior, se estaba librando en ese instante una batalla contra los recientes invasores del barrio… ¿Sería Simón tan hábil con los raticidas como lo es con la pluma?
La sala: sobria, luminosa. Sillones comodísimos, detalles de hogar que parecerían llevar la sangre de la familia… Una pared forrada de madera sostiene diplomas y reconocimientos familiares. Nada falta, nada sobra. Simón entra y sale de la cocina. No está inquieto, aunque dentro de una hora debe salir para cumplir con una invitación a almorzar… Así que, ¡Al grano!
PT: Simón, sus últimas columnas en diario Hoy han sido muy duras con la gestión del presidente Rafael Correa. ¡No le sorprende que el gobierno aún no le haya dedicado ninguna sabatina?
No sé, porque no le oigo los sábados, ¡pero ya me hubieran dicho! ¿no? Pero no creo, pues, que se metiera con un viejo…
Compartimos las risas inevitables que su particular sentido del humor nos arranca.
PT: ¿Cómo resume su enfrentamiento con el poder durante sus años como columnista? Son tantos años de construir una imagen pública con sus escritos que muchos lo consideran una voz consagrada para el país…
Bueno, verás: yo empecé con mis columnas en El Comercio, en abril del ochentayuno, y luego me pasé al Hoy, en diciembre del ochentaytrés. Ahí había varias líneas. Una era de crítica a los gobiernos, pero se destacó la crítica a (León) Febres Cordero, que fue más o menos la época de oro del Hoy. Renuncié a El Comercio porque el doctor Thome, que era el director, nos reunió a Jorge Ortiz, a Roque y a mí y nos dijo: ‘Bueno, ustedes tienen la libertad de escribir lo que quieran, pero cada uno de ustedes está atacando mucho a Febres Cordero’. Era la época en que empezaba la campaña para la elección de él contra (Rodrigo) Borja. Y a mí me dijo: ‘¡Y usted, aunque hable del Espíritu Santo, va a sacar algo contra León!’. Así que, el Roque y Jorge se quedaron y yo decidí renunciar…
He vivido la época de Febres Cordero, la de (Sixto) Durán Ballén. Fui duro con él, con (Alberto) Dahik. En parte, con Jamil (Mahuad), porque yo era amigo de Jamil y porque yo veía que toda la crisis bancaria venía de las leyes financieras impuestas por Durán Ballén, con los banqueros Ortega. Uno de ellos era el Superintendente de Bancos, en el año noventa y cuatro. De allí salió la ley de que los bancos pudieran prestarse dinero a sí mismos, lo que se llamó la piramidación y que fue el comienzo del fin de Jamil Mahuad. Luego seguí con (Lucio) Gutiérrez y luego he seguido con Rafael (Correa), ¿no? Sobre todo con Rafael, que se ha convertido en una suerte de dictador, de acaparar mucho el poder…
PT: Simón, ¿cuáles son la diferencias que usted distingue entre el gobierno de Febres Cordero, de una tendencia política de extrema derecha y graves problemas de abuso y violación de los Derechos Humanos, y este gobierno, que se ha identificado con la izquierda y con la defensa de los Derechos Humanos?
Hace no mucho, en una entrevista que me sacaron en El Comercio, yo dije que (Correa) me parecía diez veces peor que Febres Cordero, salvando la intención de Rafael de hacer la revolución y buscar la igualdad, ¡que está bien, pues! Pero ha desunido al país, ha sembrado odio. Tiene un doble estándar: leyes tan estrictas sobre la calumnia y sobre los insultos mientras él puede calumniar e insultar en sus sabatinas. El gobierno de Febres Cordero, claro, combatió la guerrilla; cosa que fue discutible por lo menos en la forma. Yo creo que el fin estaba bien, pero no por esos medios: ¡simplemente matarlos! En comparación, ahora rige el poder absoluto, porque la Asamblea está en sus manos y ni siquiera discuten mucho. Es decir, por más que discutieran, el veto lo tiene él, ¿no es cierto? En la justicia vemos que cuando algún juez sentencia contra lo que quiere el Presidente, simplemente lo saca. Está controlada la justicia. En participación popular, por más que haya un aparato de participación, vimos cómo se reprimieron las manifestaciones últimas, por ejemplo, que son legítimas y están consagradas en la Constitución…
Hasta este momento, Francisco ha estado en silencio, escuchando y concentrado en tomar las fotos para graficar esta conversación. Por un momento estuvo con la cabeza hacia abajo, mirando la pantalla de la cámara, y eso llamó la atención de Simón, quien se interrumpió: -¿Vos no estás en contra de esto -le dijo-, de lo que estoy diciendo, ¿no? -¡No, no, para nada! Las risas anularon todo resto de formalidad. Es que parecería que cuando Simón Espinosa se siente demasiado serio, hubiera que quebrar el peso del aire: en noviembre del 2013, fue nombrado Miembro de Número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua. Dos linchamientos mediáticos: la Pastoral de Ordóñez y la Mercurial de Montalvo fue el título de su alocución. Dos casos concretos que, aunque ocurrieron hace más de un siglo, continúan vigentes. Su disertación en el acto fue una oda al sentido común y arrancó muchas risas a ese montón de letrados parcos, durante más de una hora.
PT: Simón, cuando apareció Correa como un outsider, después de haber sido ministro de (Alfredo) Palacio; cuando todos lo vieron como una esperanza… ¿usted qué vio?
Bueno, verás: yo conocía a Rafael Correa a través de mi mujer, que era profesora de la (Universidad) San Francisco. Ella le conocía y le admiraba mucho. Pero de mis dos hijos, el uno decía que era una maravilla y el otro decía que era un déspota en las clases, una persona que no oía y que imponía sus criterios. Entonces, yo tenía esa visión un poco mezclada. Yo no voté en esa ocasión porque ya era ciudadano de la tercera edad y la cosa estaba entre (Álvaro) Noboa y Correa; y, bueno, obviamente, uno decía Correa, pues, ¿no? Pero yo no me fui a votar precisamente por eso, porque no lo veía claro. (…) Desde el comienzo me fui formando una idea de que era un hombre difícil, ¿no? Y se ha ido dando un avance sistemático muy bien meditado que ahora se está rematando con la cuestión del agua, de la tierra, con la reforma de la Constitución por simple enmienda, sin plebiscito…
FO: Y se supone que era la Constitución perfecta, la que iba a durar por décadas…
Además están todas las denuncias de corrupción que son muy grandes…
En ese momento se abre la puerta que da a la calle y Simón, sin que nadie entre aún, exclama: ¡Ahí viene mi mujer! Ana María Jalil entra, saluda amablemente. Simón la invita a acompañarnos pero ella se disculpa, pues tiene mucho qué hacer antes de salir a su invitación…
PT: Es muy conocida su línea de trabajo combativa por la defensa de los Derechos Humanos. ¿Qué otros campos de acción caracterizan su trabajo periodístico?
También hubo una de ir sacando como minibiografías de personas que acababan de morir, pero que habían servido al país con desinterés. Otra línea era inventarme unas cartas de personajes ficticios, como Lucho, como el Padre Piti, quienes se carteaban en lenguaje popular e iban denunciando cosas. Y que eran bastante leídas, precisamente porque oía cosas de la calle. Por ahí luego ya me metí con las Windows, que fue una cosa de ataque más directo y más satírico. Por varias líneas he trabajado yo en el periodismo…
FO: ¿En cuál se ha sentido más cómodo, más realizado? ¿Tal vez en ese tono satírico?
Sí, en la sátira…
PT: ¿De dónde le viene esa vena?
Yo no sé, oye… Tengo la experiencia de cuando en el colegio decía algunas cosas y se molestaban, ¿no? Después, cuando fui Jesuita, en la Compañía de Jesús, se ve que era satírico natural. Porque un día me llamó el padre Aurelio Espinosa Pólit, que era el director espiritual, y nos reunió a mí y a un compañero mío, Manuel Meza, que luego salió y trabajó en Ciespal. ¡Él le había dicho que yo le atormentaba! ¡Yo no tenía idea! Veinte años después, en el Filosofado San Antonio, cuando yo ya era cura, tenía un compañero español que había sido farmacéutico en Granada, y me encontré yo con una carta de él, en la que me decía que le atormento, que deje de atormentarle…
PT: ¿En serio, usted?
¡Sí! Se ve que yo decía cosas, ¿no? Un poco inconsciente… Luego, otro sacerdote, un director, me dijo: ‘Su perdición va a ser la boca’. Pero eso ha tomado el cauce de las causas justas.
FO: ¿Cómo fue esa transición de la vida religiosa al mundo fuera de ella?
Bueno, yo tenía 44 años. No sabía cómo firmar un cheque… Yo me gradué de bachiller y entré de jesuita y estuve ahí casi 26 años, con todo pagado para estudiar y trabajar, viajar. Una vida muy cómoda en ese sentido. Yo salí, en parte, porque me enamoré de la Ana María, y también porque me acusaban de que yo les quitaba la fe a los estudiantes, porque siempre fui un poco más liberal de pensamiento. Fui descubriendo cosas en la historia de la iglesia católica que no estaban bien. Entonces, me salí, pero no tenía idea de dónde trabajar. Así que yo busqué en los anuncios de El Comercio y había un concurso para profesores de español. Mandé mi hoja de vida y éramos noventa y tres aspirantes. Y la convocatoria había sido del Cuerpo de Paz, ¡imagínate! Me entrevistó un señor Carrera y yo le dije que acababa de salir de la Compañía de Jesús. Luego me hicieron dar una clase sobre el modo subjuntivo a unos gringos, por quince minutos. A mí me tocó dar la clase a la una de la tarde. Y los pobres habían estado en esas clases desde las ocho de la mañana. Y había un tribunal de gringos. Yo había preparado una narración sobre el fútbol con bastantes subjuntivos… Pero les vi que estaban bostezando y cansados. Entonces me puse a conversar con ellos, tanto que el cuarto de hora se pasó volando. Yo estaba seguro de que no había aprobado, porque no di la clase. Luego nos hacían discutir, delante de los gringos, sobre un caso, en grupos de diez. Y entre todos se quitaban la palabra para lucirse. Yo no llegué ni a hablar. (risas)
Después, cuando ya me seleccionaron, les dije que cómo así me escogieron -porque ya era viejo y había sido cura y todo- y me respondieron: ‘Uno: porque fuiste sincero y no ocultaste tu procedencia. Dos: porque fuiste sensible con los alumnos, que estaban cansados. Y tres: porque te mostraste sabio al no decir nada en ese griterío’. ¡Mira cómo son las cosas!
Un mirlo negro que se había posado en las ramas de un árbol del jardín llama su atención. Solo cuando el mirlo se va, volvemos a la conversación…
Bueno, ya luego con mi mujer nos fuimos a vivir en el sur de Quito. Y ya poco a poco, metiendo la pata fui aprendiendo.
PT: Entonces, la Ana María fue su guía en el mundo real…
Claro. Yo le dije que fuera al Cuerpo de Paz, porque necesitaban una secretaria. Y, como ya me apreciaban a mí, fue y despuntó como profesora y llegó a ser directora del área de Español allí, y después fue lo mismo en la Católica y luego se pasó a la San Francisco. Ella ha sido la que me ha ayudado en la vida práctica, porque yo era un inútil y, además, yo era muy tímido para llamar por teléfono, para todas esas cosas…
De la Compañía de Jesús, Simón salió el 31 de julio de 1972, tras veintiséis años de formación sacerdotal Con Ana María todo empezó de cero y juntos construyeron un hogar y una vida. Simón habla de ella con emoción de recién casado. Cuando ella aún no se jubilaba, todos los días, a las seis de la mañana, Simón le llevaba el desayuno y el diario a la cama… Ahora, sube o baja de buena gana, de un piso a otro, para alcanzarle lo que ella necesite. Así cuida la salud de sus delicadas rodillas.
Aunque no habla de eso, Simón Espinosa es un nombre relevante en la historia de la gestión cultural, en el país. Durante su paso por el Banco Central del Ecuador fue parte del directorio del Centro de Investigación y Cultura y de la revista Cultura. Además, dirigió el Centro de Publicaciones del Banco. Muchos lo consideran una especie de mecenas de los movimientos y manifestaciones culturales de la época.
Yo soy valiente cuando escribo -continúa-, pero cuando me encuentro con la gente no soy muy valiente. Por ejemplo, me encontré con Febres Cordero, ya de presidente, y me dijo: ‘¡Ah, usted! ¡Yo creí que era más pequeño de estatura! Yo estoy haciendo muchas cosas por la cultura, con Edmundo Ribadeneira, en la Casa de la Cultura. Les voy a dar dinero’. Pero no me dijo nada más, ni me insultó ni nada…
Aunque su faceta formal de periodista empezó en los ochenta, en sus últimos años como jesuita formó parte de la revista Mensajero, cuyo director era otro ex sacerdote, Luis Eladio Proaño. Eran los tempranos años setenta y sus artículos eran demasiado para esa Quito aún provinciana. La revista tenía como eslogan: «Mensajero del Corazón de Jesús». Allí, Simón escribió, entre otros, dos artículos que fueron considerados polémicos: La monja ecuatoriana: lastre o esperanza; y sobre un tema más bien taurino: Dolorosa versus Jesús del Gran Poder.
FO: ¿Qué tan periodista se siente?
A medias. Lo que pasa es que creo que yo inauguré (y perdonen la inmodestia) un modo de columna, que no era esta de tono profesional, medio sosa, de reflexión y análisis, sino que yo siempre escribía de casos. O, por lo menos, ponía anécdotas, entonces eso influyó, porque se volvió más legible y más real.
FO: Más cercano a la gente…
Sí, entonces, en esa época venía la gente acá, cuando no había la cuestión de la red. Mucha gente escribía cartas o venía a verme y me traía casos o pedía que les vaya a visitar…
FO: Tal vez le quedó algo de sus tiempos de sacerdote, algún valor, algún hábito, un principio, lo de la confesión…
Sí, sí, sí, el entrenamiento, ¿no? Porque lo importante es oír, Y otra cosa que me ha ayudado es que, como yo no tuve formación periodística y como soy medio precipitado, a veces solo oía a una fuente y me olvidaba de la otra. Así me pasó un caso (y ya de bien viejo) cuando me nombraron miembro de la Comisión de Control Cívico de la Corrupción, en la época del Fabián (Alarcón). Yo dirigía un movimiento contra la corrupción que se llamaba Manos Blancas, y ataqué bastante al exvicepresidente (Alberto) Dahik. Entonces ahí nombraron a dedo a los miembros (de la Comisión). El Congreso nombró a cuatro y el Presidente a otros cuatro. A mí me pidió que me integrara el Heinz Moeller porque le había atacado a Dahik, que era enemigo de ellos. ¡Fíjate, cómo son las cosas! Bueno, estaba también el RobertoAspiazu, que me llamaba Cardenal… Él me ponía en el bolsillo unas pastillas de Viagra: ‘Cardenal -me decía-, usted tiene que experimentar’ (risas). Éramos buenos amigos. Y luego, ya al año, nos cambiaron, porque ya vino Jamil y ya puso a otras personas… Entonces, viene un día Aspiazu y me trae una denuncia contra el Superintendente de Telecomunicaciones, un ingeniero Ruiz. Entonces, yo tonto, como era compañero de la Comisión, me confié, y me estaba usando. Escribí un artículo y este señor Ruiz me llamó y me dijo: ‘Yo quiero hablar con usted’. Vino acá, estuvo cuatro horas y su punto era que, no por periodista sino por justicia, yo tenía que haber oído a la otra parte. Y yo le dije que sí, que yo reconocía mi error (…). Entonces, en mi columna conté todo, pues, diciendo, eso sí, que el engaño no me justificaba, pero que yo había sido injusto, y ahí conté que en la Compañía de Jesús nos decían que quien calumnia es como un hombre que se va a un cerro con una gallina y comienza a desplumarla. El viento se lleva las plumas y ahí está la gravedad. Yo conté eso y le pedí disculpas y perdón.
Este señor Ruiz se hizo muy amigo mío y me traía casos de su misma oficina; a veces de gente que no obraba bien. Entonces, eso fue para mí una lección de ser cauto, pues. Pero también aprendí toda la vanidad que es la vida, porque en último término, cuando yo he consultado solo una fuente y he estado cometiendo un acto de injusticia, me retracto y quedo de héroe, ¿no? (risas). De ahí me viene la fama de hombre ético… Fíjense cómo está chueca la vida, ¿no? La raíz es un acto no ético. El haberme precipitado. ¡Pido perdón y ya soy un hombre ético! (risas)
FO: Es todo un desafío eso de evadir la vanidad y aceptar las equivocaciones…
Pero, bueno, yo les he contado así, con sencillez, unas cuántas cosas, no sé si les servirá…
Ahora, ya retirado del trabajo de profesor y de otros cargos que ha desempeñado, a los 85 años es un abuelo orgulloso de tres nietas y un escritor que no descansa. Escribe cada día. Su última tarea autoimpuesta es ordenar y clasificar su gran biblioteca. Y ha asumido un reto más: ser parte de las redes sociales. Pronto habrá una cuenta de Twitter y Facebook de Simón Espinosa…
Simón ya está con el tiempo justo para cambiar su facha de sábado por algo menos informal. Nos acompaña a la puerta, pasamos junto al cuidado jardín, nos despide con gran afecto, pero antes nos pregunta si conocemos a algún exterminador de ratas. Francisco tiene un contacto. Días después, la batalla final contra los roedores ha sido un éxito…
Tuve el honor de estrechar su mano y palmotear su espalda meses atrás cuando lo encontré en los pasillos de la Universidad Andina. Un gran personaje de nuestra sociedad.