Por Kankuana Canelos / @Kankuana12

El 5 de enero de 2024, se llevó a cabo la audiencia preparatoria y evaluatoria del caso por violencia de género de Nina Gualinga. Activista kichwa de Sarayaku de 30 años, defensora de los derechos de las mujeres y la naturaleza.

La audiencia se desarrolló en las instalaciones del Consejo de la Judicatura de Pastaza, en Puyo y tenía como propósito que el  procesado y su defensa, presenten las pruebas de descargo. Mientras, en las afueras del edificio, se realizó un plantón en apoyo a Nina. Lideresas y mujeres de los 7 pueblos originarios de Pastaza, entre ellas su tía Patricia Gualinga y Pazpanchu Viteri, Vicepresidenta de la Nacionalidad Kichwa, estuvieron presentes. Las mujeres sostenían pancartas con lemas que exigían «justicia para Nina».

Después de una hora y media, la abogada defensora Tamara Vaca anunció que la audiencia fue suspendida, pues el fiscal Juan Carlos Morales, a cargo del caso, no contaba con las pericias  solicitadas por los sujetos procesados a través de Asuntos Penales Internacionales (API). Para evitar la nulidad del caso, el juez otorgó un plazo de 30 días al fiscal para presentar esas pericias. 

Después de una hora y media, la abogada defensora Tamara Vaca anunció que la audiencia fue suspendida. El fiscal Juan Carlos Morales, a cargo del caso, no contaba con las pericias solicitadas por los sujetos procesados a través de API,  Asuntos Penales Internacionales. Para evitar la nulidad del caso, el juez otorgó un plazo de 30 días al fiscal, para que presente las pericias requeridas.

Un mes después, el 14 de febrero, se llevaron a cabo dos audiencias. Una para evaluar si había pruebas suficientes para proceder con el juicio y otra  para formular cargos por incumplimiento de la boleta de auxilio por parte de su agresor. El fiscal emitió un dictamen en contra del procesado para iniciar la investigación y presentar formalmente los cargos y en otra audiencia efectuada días después, el 23 de febrero, el Juez decidió llevar el caso a juicio ante el Consejo de la Judicatura.

Rompiendo el silencio, desafiando la impunidad

Nina Gualinga
Foto: Alice Aedy.

A los 13 años, la vida de Nina dio un giro inesperado. Hasta ese día, su infancia estaba llena de cantos e historias que le contaba su abuela. Uno de esos relatos era el de las hermanas Wituk y Manduru, dos jóvenes guerreras de la selva que fueron engañadas por un puma, que las desvió del camino que ellas debían seguir. Tras darse cuenta del engaño, en su búsqueda de sanación, se convirtieron en un árbol que da un tinte negro y en un arbusto del que sale un tinte rojizo (achiote, en español). El mito dice que Wituk y Manduru son la fuente del color que los kichwas usan en sus rostros, la pintura que les otorga fuerza. Las hermanas son un símbolo de la resiliencia de las mujeres y también pintan la selva que ellas habitan. 

“Para nosotras, la pintura del Wituk es justamente esto: una pintura que nos da energía, que nos da vida y que nos provee de las ganas de continuar viviendo –contó Nina a la revista Vogue–, se utiliza para personas que están enfermas o que están tristes”.

La lideresa recuerda que fue una niña tímida y curiosa a la vez, con ganas de descubrir sus raíces kichwas. “Era muy solidaria, muy sensible frente a situaciones de dolor, le encantaba mucho la vida de Sarayaku. Se llevaba muchísimo con mi mamá”, dice Noemi Gualinga, la madre de Nina.

El agresor tenía 19 años cuando empezó a frecuentarla. “Desde que yo tenía 13 años, él estaba siempre ahí, como insinuándose y tratando de seducirme. Fue como una manipulación desde esa edad”, cuenta ahora Nina. Por esos años, nadie de su círculo familiar sabía de sus intenciones.

Formalizaron la relación seis años después. “En las fiestas de Sarayaku, el señor Escobar llegó junto con su madre. Siempre había escuchado de él, pero él nunca se acercó a nosotros. Hasta cuando una sola vez llegó a Sarayaku, ya cuando estaba con Nina”, recuerda Noemí. Ese fue el inicio de la violencia física, chantajes, manipulación e incluso de una constante desvalorización de su liderazgo como defensora, asegura.

Su madre lo atestiguó. “Mientras iba en busca de mi otra hija, escuché gritos y vi que él lanzaba una piedra al aire. Cuando me acerqué, encontré a Nina triste y llorando. Entonces, él me dijo: ‘Es que no le quiero hacer pedacitos a Nina, no le quiero golpear’”, contó Noemi, con una voz quebrantada.

En el 2015, un  golpe en el rostro motivó a Nina a presentar la primera denuncia por violencia física en la unidad de violencia contra la mujer y la familia del Consejo de la Judicatura de Pastaza. “No me golpeó solamente la cara, sino también el cuerpo, me amenazó con una escopeta”, añade. Sin embargo, el caso fue archivado por falta de citación al procesado.

En 2020, Nina presentó una segunda denuncia en la Fiscalía General de Pastaza por violencia psicológica. También la hizo pública, pero como respuesta recibió una contradenuncia por daños sicológicos y una boleta de auxilio por parte de su agresor.

El entorno familiar, de trabajo y de estudios de Nina también han enfrentado las consecuencias. Ella se ha sometido a años de terapia y ha accedido a curaciones con medicina ancestral. “Me afectó a mi salud directamente, pero en el tema emocional también, hasta el día de hoy vivo con miedo, yo nunca camino tranquila por el Puyo”, cuenta.

En el 2022, presentó la tercera denuncia por incumplimiento a la medida de protección por tres hechos: el agresor, a pesar de tener una orden de alejamiento, entró a la casa de la familia Gualinga junto con su madre un día antes del fallecimiento del abuelo de Nina. Sabino Gualinga era yachak (sabio o shaman), por esta razón, la madre del agresor era cercana a la familia. Después, el demandado le envió mensajes de texto que, según Nina, contenían agresiones  verbales y psicológicas. Dos días más tarde, en el funeral del abuelo de Nina, en la catedral de Puyo, el hoy procesado y su madre se presentaron nuevamente. Además, su madre, que se ha dado a conocer como defensora de la naturaleza, tomó la palabra en el podio sin la autorización de la familia Gualinga. La boleta de alejamiento ordenaba que la familia del demandado tampoco se acercara a Nina.

Finalmente, el 8 de marzo de ese mismo año, el agresor se presentó en estado etílico en un evento por el Día de la Mujer, del que Nina participaba, en la sede de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana (Confeniae). 

La lideresa de Sarayaku no solo ha enfrentado la brutalidad de su agresor, sino también las deficiencias y la indiferencia del sistema de justicia en Pastaza. Cambios frecuentes de fiscales, transferencias a unidades no especializadas y falta de prioridad para atender su caso han marcado su búsqueda de justicia.

El agresor de Nina pertenece a una de las primeras familias comerciantes de Puyo. Tiene emprendimientos de comida y de construcción con identidad amazónica. Es muy conocido en la ciudad.

El caso de esta joven lideresa también muestra las desigualdades sistemáticas que enfrentan las mujeres indígenas. Las dificultades lingüísticas, las limitaciones económicas y la desigualdad social y cultural incrementan la vulnerabilidad ante la violencia de género. “Ni siquiera estoy exigiendo que me hagan un favor, estoy exigiendo que los fiscales, los jueces, las personas que están encargadas de llevar este tipo de procesos hagan su trabajo de manera transparente, objetiva, justa y eficaz”.

Frente a la impunidad y las irregularidades, Nina asegura que busca justicia para sí misma y para las mujeres que enfrentan circunstancias similares y que terminan condenadas al silencio. “Siento una gran responsabilidad y, sobre todo, porque a través de este proceso he conocido a muchas mujeres que no tienen esas posibilidades. Me ha dolido en el alma ver eso, es una responsabilidad de todos aquellos y aquellas que tenemos esa posibilidad”.

Nina destaca la importancia de educar a las nuevas generaciones sobre la igualdad de género y aboga por una colaboración más estrecha entre las autoridades y las comunidades para erradicar la violencia machista. “Debemos colocar estos temas sobre la mesa y en la conversación nacional, en los debates, hablar sobre el acceso a la justicia, hablar sobre la igualdad y trabajar para que se erradique este tipo de violencias”, dice.

A pesar de años agobiantes de lucha, el acompañamiento y la solidaridad de las mujeres que conoce y con las que ha trabajado en diferentes proyectos, como las que conforman el Colectivo de Mujeres Amazónicas Defensoras de la Selva, le ayudan a recuperar fuerzas. Aquí se agrupan mujeres de distintas nacionalidades indígenas que se autosustentan a través de la venta de artesanías, entre otras iniciativas solidarias.

Nina Gualinga
Nina, junto a su madre, Noemí Gualinga (izquierda), y Corina Montalvo, su abuela (centro). Foto: Víctor Bastidas.
Nina Gualinga
Nina Gualinga, defensora del territorio y los derechos de las mujeres indígenas, fotografiada en Sarayaku, en la Amazonía del Ecuador. Foto: Alice Aedy.

Imagen de portada: Nina Gualinga pinta su rostro con wituk, tinte natural que utilizan las mujeres kichwa de Sarayaku. Foto: Víctor Bastidas.


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