Por Diego Cazar Baquero / @dieguitocazar
Fotos: Fluxus Foto
Esa no soy yo. Verse al espejo todos los días hizo que Alek Leandro Armas Carrión quisiera matar a Carmen Carolina Armas Carrión. Alek suelta un bufido cuando recuerda que solo meses antes él era ella sin querer serlo y vivía triste. “En la etapa de autorreconocimiento, tienes muchas ideas y la mayoría no son buenas –dice Alek–, porque sientes que toda la sociedad, incluso tu familia, te rechaza. Y si tu familia te rechaza, ¿cómo esperas que los demás te respeten? Esa no soy yo.
Alek tiene 21 años, estudia para ser Profesor de Idiomas Plurilingüe, en la Universidad Central, en Quito, y va a cumplir un año de someterse a un tratamiento con testosterona. Su voz suena grave cuando llega a la mesa número 2 del Colegio Luxemburgo, en Carapungo, al norte de Quito. Es temprano y la bruma es helada. Su torso luce fuerte y grueso debajo de una camiseta, de una camisa a cuadros y de una chaqueta cazadora con bichungas. Su cuerpo ahora se mueve como el de Alek y no como el de Carmen. Alek ha sido designado vocal suplente de mesa, pero como no asistieron todos los miembros principales, debe quedarse y cubrir toda la jornada de la Consulta Popular. Él es una de las 659 personas trans legalmente reconocidas por el Estado ecuatoriano para votar de acuerdo con el género en el que se sienten. Y esta es la primera vez que no tiene que explicarle a nadie que es hombre porque así se siente, aunque durante toda su vida haya llevado el nombre de una mujer y haya lucido como una mujer. Como una mujer triste.
Ahora, Alek lleva el cabello recortado al ras de la cabeza, viste pantalones largos y zapatos de suela, dos expansores en los lóbulos de sus orejas y un piercing debajo de su boca que sonríe.
Alek firma y luego se sienta en su lugar, con el gesto sutil de quien quiere abrigarse. Nadie a su alrededor imagina que hace pocos años él lucía como Carmen en contra de su voluntad, ni que en las anteriores jornadas electorales fue humillado cuando le dijeron que se cambiara de la fila de hombres a la de mujeres, obligándole a explicar algo que no es de la incumbencia del resto.
Esta vez luce como quiere, y no como su abuela quisiera que luzca su nieta. “Para mi abuelita, yo me siento una oruga –intenta explicar–, para ella yo no soy quien debo ser. Ella siempre me va a ver como a una oruga hasta que no me pueda percibir como a una mariposa, como Alek”.
Antes de iniciar su etapa de reconocimiento de sí mismo, Alek Leandro cayó en una depresión tan honda que debió acudir a terapia sicológica durante seis meses. Suspira cuando se acuerda que en los años del colegio asumir su identidad de género y no creerse loco fue un desafío que se impregnó en su memoria como un trauma. Mata el suspiro y habla de nuevo con firmeza, reclamando: “Y lo peor es que no hay sicólogos que se especialicen en brindar ayuda a personas trans o a personas de la comunidad LGBTI. La mayoría me preguntaría si quiero ser un hombre, y no es que quiera ser hombre sino que ¡soy un hombre!”.
Durante la niñez, Alek no sintió mayores conflictos. Pero la pubertad marcó el inicio de los cambios. La adolescencia es el tiempo en el que nos miramos más y exploramos nuestra imagen. Buscamos aprobación. Queremos parecernos a lo que preferimos y pretendemos diferenciarnos de aquello que no nos gusta o no nos hace sentir cómodos. Alek tenía el cabello algo largo. No tanto, lo suficiente como para no sentirse a gusto con su imagen. “No debía generarme este conflicto –acepta hoy–, pero por la sociedad o por lo que los demás decían o podían decir, yo me limitaba”. Tanto en casa como en la escuela, en el colegio y en la universidad, Alek chocó contra los paradigmas de la moral religiosa que quiso imponer siempre una noción binaria, limitada y represiva de su identidad de género y de su sexualidad. “Hasta cierta edad no puedes evitar seguir las normas, pero luego ya te rebelas –recuerda–. Los que son religiosos quieren ser ‘buenos’ para la sociedad, entonces, como ser gay o pertenecer a la comunidad LGBTI es ‘malo’, ellos van a ocultar eso. Temen a los prejuicios y temen perder privilegios que tienen por pertenecer a la comunidad religiosa del país. Ahora no profeso ninguna religión, porque para mí religión es sinónimo de discriminación y de represión, y yo no puedo compartir eso”.
Alek intenta ser didáctico. Ha aprendido a comparar y a usar frases cortas pero contundentes: “El género es el cómo percibes al otro”, explica, y también tiene lugar para la indignación: “¡Es horrible tener que explicar tus genitales!”.
Votar por primera vez en la fila de los hombres sin que nadie se confunda, sin que nadie pregunte, sin que nadie le exija cambiarse de fila es, para Alek Leandro, una oportunidad de que la gente, al menos en el papel, lo reconozca. Para el Estado ecuatoriano, quienes han logrado que en su cédula se les reconozca el género con el que se sienten identificados han realizado una “actualización de género”. Pero, ¿qué significa actualizar el género? ¿Es que acaso una persona debe estar obligada a actualizar el nombre que se le debe dar de acuerdo a la imagen que proyecta ante los demás? “Yo no debería actualizar mi género –dice rotundamente Alek, levantando las cejas, el tono de voz y el dedo índice–, pues mi género debe ser lo que está visible”.
Sus 21 años parecen más. Él sabe bien que todo se refiere a la falta de educación, incluso dentro de la misma comunidad LGBTI, a la que pertenece, la ignorancia sobre el tema trans es casi una norma. Muchos gays –cuenta– tratan a una chica trans con el epíteto de ‘loca’, es decir, como si se tratara de una mujer que se trasviste, “pero no reconocen su identidad femenina”.
Alek es parte del colectivo Proyecto Transgénero, que promueve una campaña para que en la cédula de identidad figure un género universal, “porque los genitales son algo privado. No es algo que tú reconozcas a simple vista. Es un derecho privado”, sentencia y luego vuelve a sonreír y trata de comprender la ignorancia extendida en la sociedad ecuatoriana –y global– con respecto a lo trans, que se ha apoltronado en la comodidad de llamar a un transexual ‘indefinido’.
Con el tratamiento hormonal, Alek ganó seguridad y superó el descontento que sentía hacia su cuerpo. Disforia le llaman algunos especialistas. La disforia es la tristeza que a uno le puede provocar la imagen que proyecta su propio cuerpo. “El reconocerme y el luchar por quien realmente soy me ha permitido ser feliz. Las personas tienen que decidir si quieren gente triste que no sea productiva o gente feliz”.