Por Pablo Corso
El comercio y el consumo de carnes de animales silvestres en regiones tropicales y subtropicales aumentan la probabilidad del surgimiento de una próxima pandemia mundial. Desde que se desató la emergencia sanitaria global por el Covid-19, el mundo ha visto cómo las relaciones cada vez más desequilibradas entre la vida de la ciudad y los ecosistemas rurales elevan las probabilidades de epidemias y, por supuesto, de pandemias.
Cuatro organizaciones internacionales se han pronunciado para alertar sobre este fenómeno que amenaza con una nueva pandemia si es que los hábitos de la especie humana no se revisan profundamente. Los datos son contundentes. Alrededor del 70 por ciento de las enfermedades infecciosas emergentes se originan en los animales, en particular en la vida silvestre, recuerda el Libro Blanco publicado en octubre por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO), el Centro Francés de Investigación Agrícola para el Desarrollo Internacional (CIRAD), el Centro de Investigación Forestal Internacional (CIFOR) y la Sociedad de Conservación de la Vida Silvestre (WCS), como parte de su Gestión Sostenible de la Vida Silvestre (Programa SWM).
“Cuando miles o millones de habitantes urbanos compran y comen carne silvestre, la probabilidad de que al menos un individuo esté expuesto a un patógeno de origen silvestre y luego infecte a otras personas aumenta sustancialmente”, dice el documento.
Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, más de 9 000 especies de animales salvajes se utilizan como alimento humano en todo el mundo.
“Las necesidades insatisfechas de los países subdesarrollos llevan a muchas personas a cazar fauna silvestre para comer, legal e ilegalmente”, dijo el naturalista Claudio Bertonatti, investigador de la Universidad Maimónides y de la Fundación Azara, que no participó en el estudio. “Pero hay más posibilidades de capturar animales enfermos que sanos, dado que tienen menos reflejos y capacidad de fuga”.
Para el experto, las autoridades a menudo subestiman la escala económica del comercio ilegal, así como sus implicaciones sanitarias y ambientales. El informe mundial de 2020 sobre delitos contra la vida silvestre de la ONU estima que este negocio alcanza hasta 23 mil millones de dólares.
La carne silvestre de especies como antílopes, avestruces, civetas y pangolines son productos de alto precio en muchos centros urbanos del hemisferio norte. Los pangolines, en particular, se vincularon a la pandemia de Covid-19 y son “el mamífero salvaje más traficado del mundo”, según el informe de la ONU.
“Cuando miles o millones de habitantes urbanos compran y comen carne silvestre, la probabilidad de que al menos un individuo esté expuesto a un patógeno de origen silvestre y luego infecte a otras personas aumenta sustancialmente”.
Libro Blanco Programa SWM
Por eso, Bertonatti insiste en la necesidad de implementar capacitaciones sobre el comercio ilegal “que no solo amenaza especies, sino que mata a miles de personas, como se evidencia en las últimas pandemias”.
El problema aumenta porque mientras parte de la caza de fauna silvestre se consume en el hogar o en un mercado local, otra parte va para restaurantes lejos de donde se cazó furtivamente. “Cuanto más tiempo transcurra entre la obtención y el consumo de la carne, mayor será el potencial de transmisión de enfermedades”, explicó Richard Thomas, jefe de Comunicaciones de TRAFFIC, una red de seguimiento del comercio de vida silvestre. Si el animal tiene una enfermedad zoonótica, hay más tiempo para que se produzca cualquier cruce.
“Las áreas reales de ‘alto riesgo’ son los mercados donde diferentes especies o animales se encuentran muy cerca unos de otros y de las personas. Allí las enfermedades tienen más oportunidades de atravesar las barreras de las especies”, recuerda Thomas.
En este contexto, la pérdida de bosques actúa como un problema adicional para la caza de fauna silvestre. “En bosques no perturbados o levemente perturbados pueden existir mecanismos ecológicos que actúen como un amortiguador contra la transmisión de enfermedades”, detalló a SciDev.Net Sandra Ratiarison, coordinadora Regional de SWM para África Central y Madagascar.
“Es esencial que los países inviertan en evaluaciones de riesgos zoonóticos, así como en medidas culturalmente sensibles para garantizar que las comunidades rurales puedan acceder a dietas saludables mientras se reducen los riesgos de propagación de enfermedades emergentes”, opinó Ratiarison.
“Debemos reaccionar con empatía y solidaridad. Si ayudamos a recuperar sus ecosistemas reducidos y degradados, la Naturaleza nos ayudará a vivir mejor”, concluyó Bertonatti.
*Esta nota se publico originalmente en nuestro medio aliado SciDev.net.