Por Lise Josefsen Hermann. Fotos: Andrés Cardona
CAQUETÁ, Colombia.- Tumbas. Así se les llama. Son áreas enormes donde todos los árboles han sido talados. Luego los quema. Tumbas. Cementerios sobre la Amazonía.
Me encuentro en medio de una tumba con Jairo (46). A él todos le llaman ‘Peluche’. Es sonriente, curioso y gracioso, como un peluche. Jairo está de pie encima de un tronco enorme. Se queda mirando toda la tumba que él ha producido. Está orgulloso por esta área tan grande que él ha limpiado en el bosque con sus manos. 100 hectáreas. Ahora se prepara para realizar la quema. Luego sembrará pasto. Aquí entrarán 100 cabezas de ganado. Es parte de la herencia para sus hijos. El tronco donde ‘Peluche’ está parado es el de un árbol centenario. Me abruma la tristeza. Siento como si estuviera con un asesino que con orgullo me muestra sus víctimas. Los árboles, la selva, los pulmones del mundo. ‘Peluche’ se para sobre el cadáver de uno de los árboles más antiguos de la zona, como un cazador con su trofeo y yo no logro contenerme.
¿Cómo te sientes al haber talado todo este bosque? ¿No te sientes mal? –casi le ataco con mis palabras. Peluche se ensimisma. Hemos caminado una hora bajo el sol para llegar hasta aquí. Caminamos y charlamos. Nos reímos. Esta es como la obra de su vida.
–Para mí, estamos en camino al fin del mundo. Estos árboles son como mis hijos. Las plantas, el agua, el bosque, es lo más sagrado de todo. Me da como resaca moral talar el bosque. Pero, ¿qué más hago? ¿De qué vivo? ‘Peluche’ deja la pregunta volar en el aire. Hasta los sonidos en la tumba son ahora diferentes. O la ausencia de sonidos. Los pájaros y los insectos de la selva que normalmente recrean un ruido que ensordece ya no están. Es el velorio del bosque.
Colombia es el segundo país del mundo con más biodiversidad de árboles (después de Brasil). Son 5 776 las especies de árboles registradas.
¿Política ambiental de la guerrilla colombiana?
Desde que el gobierno colombiano firmó los acuerdos de paz con el ex grupo guerrillero FARC, en diciembre del 2016, la tala en Colombia no ha dejado de incrementarse. En 2017 la deforestación aumentó 65% en relación con el año anterior, y 75% de las áreas deforestadas están en la Amazonía. Durante décadas, las FARC controlaron estas áreas.
El líder local William Mellizo (40) representa 16 veredas aquí en Bajo Caguán. William cuenta que las FARC tenían un tipo de política ambiental: era obligatorio tener 25% del territorio de uno como una reserva. A quien no seguía las reglas se le multaba y se le echaba del lugar. Y si uno reincidía, la consecuencia podía ser una bala en la cabeza. Por eso, la gente respetaba las reglas de las FARC y dejaba que los árboles crecieran. Muchas personas vivían cultivando coca para la producción de cocaína. Pagaban bien, así que les resultaba fácil conservar ese 25% de bosque. Pero luego, el negocio desapareció. Poco tiempo después llegó el acuerdo de paz, la guerrilla dejó las armas y, en gran parte, las FARC desaparecieron del área. Fue entonces que la deforestación se desató.
“Cuando las FARC dejaron las armas y salieron de aquí, comenzó la deforestación completamente salvaje –cuenta William–. El gobierno no ha asumido el vacío que dejó las FARC, por lo que ahora una forma de ilegalidad está devastando todo. La gente está talando la selva como locos. Y no somos muy expertos en la ganadería, por lo que es muy ineficaz».
Usualmente, los campesinos de la zona talan una hectárea de selva para mantener una vaca. La mayoría de las personas en el área no tienen sus propias vacas, pero manejan el ganado de los grandes ganaderos y ganan un pequeño porcentaje por ese trabajo. Así es como vive ‘Peluche’.
Mario Ángel Varón Castro, director de la autoridad ambiental Corpoamazonia, en el sureste de Colombia, le da razón a William “Todas las áreas con deforestación fueron antes controladas por las FARC y ellos no permitieron talar el bosque. El estado todavía está débil en esas áreas. Donde antes estaban las FARC, ahora se ha vuelto como focos de la deforestación», dice. Mario me recibe en su oficina, en la ciudad de Florencia, capital del estado Caquetá. Se levanta de la silla y señala en un mapa que tiene colgado en la pared: «Vea estos cientos de áreas de bosque tumbado, es de un semestre de 2018. No podemos detenerlo. No tenemos suficientes fondos. Somos solo unos pocos cientos de funcionarios con un 4×4”.
Los pulmones del planeta… y todo eso
Todavía no hay cifras oficiales de la deforestación en Colombia en 2018, pero el ministro de Medio Ambiente de Colombia, Ricardo Lozano, estima que hay 270 000 hectáreas desbastadas. Otros creen que la cifra alcanza las 300 000. En cualquier caso, el ritmo destructivo muestra una velocidad récord. “Si vienes en 10 años, lo que vas a encontrar aquí es sabana y desierto –reflexiona ‘Peluche’–. No va a haber más nada de bosque. Una tragedia. Es como una muerte anunciada».
William Mellizo piensa igual. Ninguno de ellos se siente ajeno a la destrucción del entorno medioambiental. “Nosotros sabemos lo de los pulmones del planeta y todo eso –confiesa William–. Conocemos muy bien esa historia de cuidar el bosque. Los campesinos no están haciendo eso para hacer daño. Es por necesidad. Necesitamos ayuda para parar eso. Los campesinos saben que deben proteger el bosque, pero también están pensando en el futuro de sus hijos,” dice el líder local.
La deforestación es la oportunidad de ‘Peluche’ y su familia para eso que les han dicho que es el desarrollo: “En un lado sí, es lamentable, pero a la vez estoy contento con eso. Es desarrollo para mí y para mi familia. Así tendremos más tierra para trabajar en el futuro,” refuerza ‘Peluche’.
Caquetá es el departamento en Colombia con la tasa más alta de deforestación en Colombia, con 45,9%. El municipio Cartagena de Chairá es donde más arboles se ha talado y es aquí donde ‘Peluche’ acaba de talar 100 hectáreas.
“Muéstrales la reserva, papá”, dice su hijo Breiler (20), consciente de que su padre es el ‘villano’ de esta historia. Un ‘villano’ que sueña con ser, al mismo tiempo, un héroe. Justo al lado de la tumba está la reserva que ‘Peluche’ cuida. “Si me pagaran para proteger el bosque, este sería mi sueño”, cuenta Breiler. Los dos dicen que esta es la primera vez que un periodista les visita y que es muy raro que algún representante del Estado aparezca por acá. Los que siempre llegan son los disidentes de las FARC.
Para llegar a donde viven ‘Peluche’ y Breiler, es necesario navegar siete horas en lancha por el río.
Cuando pasamos por el puesto de control en Remolinos, un militar nos advirtió: “Desde aquí hacia abajo nosotros no mandamos. Ten cuidado». Se refería a las disidencias de las FARC. Hay áreas enormes en la Amazonía colombiana que no tienen ley. En estas áreas se está talando el bosque a toda velocidad. ‘Peluche’ dice que los disidentes le han visitado para tratar de convencerle de volver a cultivar coca. “Pero yo no quiero cultivar coca. Prefiero talar más árboles, sembrar más pasto que cultivar coca».
Colombia recibe dinero de varios países para combatir la deforestación. Noruega, por ejemplo, ha sido un donante importante en el área de medioambiente. Sin embargo, en agosto del 2019, Oslo tomó la decisión de dejar de apoyar iniciativas en Brasil para combatir la deforestación con el argumento de que el actual presidente, Jair Bolsonaro, está incentivando esa misma deforestación.
La organización que representa a las 16 veredas del Caquetá acaba de recibir dinero para mejorar la ganadería y detener la deforestación. Pero eso no es suficiente, según William Mellizo. «Va demasiado lento. Eso está pasando ahora. Los campesinos están talando un área enorme del bosque. Tenemos que actuar rápido».
En nombre de los árboles
De regreso a la casa de ‘Peluche’ nos detuvimos junto a dos árboles grandes que llevan los nombres de dos de sus hijos. Escuchar a ‘Peluche’ y a su hijo Breiler hablar sobre el día en que bautizaron a esos árboles, cuando solo eran pequeños brotes, es como ser invitado a ver un álbum de fotos familiar. Me dicen que los árboles y el bosque son como parte de la familia para ellos, y aunque suene paradójico, les creo. Toco uno de los troncos con la palma de mi mano y enseguida me sorprende una boa enorme justo sobre nuestras cabezas.
–Tranquila no hace nada, siempre viene aquí –me tranquiliza ‘Peluche’–, está acostumbrada a la gente”. Los animales salvajes pierden su hábitat y empiezan a asomarse en las comunidades. Los habitantes del lugar cuentan que cada vez se vuelve más frecuente ver tigrillos, serpientes, papagayos, chancos de monte. “No es nuestra intención hacer estas diabladas. Sabemos que nuestros hijos necesitan respirar aire puro,” se excusa ‘Peluche’. “Talamos árboles, porque tenemos ganado. Tenemos que cortar árboles para sembrar pasto, para tener de que vivir. Es nuestro sustento de vida –dice Breiler–. Es triste pensarlo. Pero no tenemos otras opciones. Y yo me veo tomando el mismo camino que mi papá. Si pudiera estudiar dejaría de talar árboles”.
Mientras la deforestación avanza, la defensa de la selva en Colombia es un deporte extremo. Latinoamérica es la región más peligrosa para defender el medioambiente. Según un reporte de Global Witness, un 60% de los medioambientalistas asesinados en 2017 eran de Latinoamérica. Colombia ocupa el tercer lugar (después de Brasil y Filipinas) con 24 defensores ambientales asesinados en 2017.
En Florencia, el mayor Yanny Alexander Melo, de las Fuerzas Armadas de Colombia, forma parte de un grupo llamado Burbuja Ambiental, una entidad regional que combate la deforestación y el tráfico de flora y fauna silvestre. Melo se siente rendido frente a la deforestación: “Estos daños ambientales son irreversibles –comenta–, es como un monstruo que está acabando con la Amazonía, mientras que nosotros somos testigos”.
En Colombia es ilegal cortar árboles y los campesinos incluso podrían ser castigados con multas y cárcel. En algunas partes de Colombia ya se ha capturado a algunos delincuentes ambientales que están detrás de la deforestación, pero esas medidas no son nada en comparación con lo que se está talando. Melo está frustrado porque las autoridades no están logrando combatir este problema enorme. “Nunca capturamos a los autores intelectuales –dice–, solo a los campesinos que están ahí con la motosierra y tumban los árboles y queman el bosque. No a los verdaderos delincuentes. Nadie está siendo condenado por eso. No tenemos ni personal ni capacidad para parar la deforestación. El resultado es que no pasa absolutamente nada, si uno comete este tipo de crímenes ambientales”.
Colombia: pasto para las vacas
Paradójicamente todos parecen estar de acuerdo acerca de lo que hace falta hacer para combatir la deforestación: “La solución es que estos campesinos tengan otro trabajo, otra actividad de que vivir”, opina Melo.
Mario Ángel Varón Castro, de Corpoamazonia, cree que “la reacción de las autoridades es demasiado lenta en relación con lo que está pasando. La gente dice, ¿qué me va a dar para no tumbar el bosque? Y hasta que el Estado reaccione pasa medio año. ¿Y qué pasa mientras tanto? Pues, siguen tumbando el bosque”, dice con resignación.
El agricultor de 20 años, Breiler, empieza una charla que podría impartirla cualquier político de cualquier lado del mundo: “Debemos enseñar a futuras generaciones a cuidar mejor el bosque”.
Yo no me puedo contener más.
–¿Futuras generaciones? –le cuestiono–. Tu papá acaba de decir que el bosque desaparecerá en 10 años. ¿No eres tú quien deberías hacer algo?
Breiler muestra un gesto de tristeza. No dice nada. Luego suelta:
–Sabemos que es una destrucción masiva de la naturaleza lo que estamos haciendo. Somos conscientes del daño que estamos haciendo al planeta. Duele en el alma. Pero, ¿qué más podemos hacer? Eso es lo que yo veo a mi papá hacer –su voz cambia y la mirada se vuelve ausente–, estamos destruyendo la vida. Me siento triste al participar en esta deforestación. No hablamos de eso en la familia. Solo decimos ‘¡¿Vamos pronto a quemar el bosque o qué?! ¡¿Ya vamos a sembrar pasto para las vacas?!”.