Por Gabriela Ruiz Agila
Once días antes de salir de la provincia de Morona Santiago hacia Quito, María Taant fue a la cascada. Preparó su cuerpo para lo que ella llama “esta lucha”. Ayunó tres días. Soñó. Pudo hablar con sus ancestros. María –47 años y una de las cuatro científicas shuar en su comunidad– no soñó con escudos, como lo hacen los hombres guerreros. María Taant soñó con mujeres caminando, pintando a la gran anaconda con tintura de pitu, una en la cara de la otra, hablándose al oído, soltando carcajadas. Soñar es hacer. María Taant soñó la resistencia. Al despertar vio el mensaje claro: un viaje extenuante seguido de largas horas de espera. “Será difícil que nos escuchen”, les dijo a sus hermanas, reunidas en asamblea.
Para acompañar a las mujeres amazónicas, escribo con el hijo en el vientre y la conciencia de que toda mujer es fértil y capaz de concebir aunque no haya parido, ni lo haga en el futuro. Las mujeres wao dicen que si un bebé se mueve mucho dentro de la barriga desde muy temprano, es mujer. Las mujeres cultivamos en nuestros sueños. Así nos encontramos el 13 de marzo, la tercera noche de su protesta en Quito.
–¿Cuál fue el conocimiento más importante que heredó de sus mayores? –le pregunto a María.
–El baño en la cascada –dice, y descubre con su mano izquierda la boca, como si fuera capaz de pronunciar las palabras del agua e invocarla.
María Taant tiene cuatro hijos –una mujer y tres varones– y hace siete años quedó viuda. A los 25 fue elegida por otros mayores sabios en su comunidad para curar y, por tanto, fue instruida en el uso medicinal de plantas y en el mensaje de las palabras. María llegó a ser una sabia en la herbolaria y los símbolos oníricos.
–El hijo en tu vientre pregunta por su padre –me devuelve María, elevándose entre los pliegues de su túnica azul.
Morena es su lengua. Dos lanzas cruzadas en cada mejilla me recuerdan que María Taant madre sabe también de la guerra. Los conflictos limítrofes entre Ecuador y Perú, especialmente el del Cenepa, en 1995, necesitaron de soldados. Y los soldados Iwias, hijos del Pueblo Shuar Arutam, fueron siempre los primeros en la línea de combate, por su dominio sobre el terreno y por su bravura. María y yo recordamos que en una carta del 2017, el Consejo de Gobierno del Pueblo Shuar Arutam pidió al gobierno del presidente Rafael Correa frenar los proyectos de megaminería en comunidades como Nankints, en la Cordillera del Cóndor: “Nuestra selva se ha teñido con lágrimas, angustia y sangre y los senderos y caminos que antes transitábamos en paz ahora se han vuelto inseguros y peligrosos. Han pasado casi 30 años cuando los ecuatorianos hablaron de nosotros como los guerreros del Cenepa, defensores del Ecuador, al cual pertenecemos. Pero ahora es necesario que por nuestra propia voz conozcan quiénes somos nosotros…”, escribieron y lo escrito no se ha cumplido. Ahora son las mujeres amazónicas quienes llegan hasta la plaza mayor de la capital ecuatoriana para exigir que sus tierras no sean más heridas por las empresas extractivas.
Los dos primeros días, las mujeres amazónicas lidiaron con el amague policial que intentó desalojarlas de la Plaza de la Independencia, frente al Palacio de Gobierno. Algunos de los colectivos que se dieron cita en el lugar fueron la Confederación de Nacionalidades Indígenas y Amazónicas del Ecuador (Confeniae), Saramanta Warmicuna, Organización ASIA y otras representaciones populares.
Ahora ya es tarde y hace frío. Una diferencia de casi diez grados centígrados entre el clima amazónico y el quiteño afecta a las viajantes. Lluvia y sol intensos en el mismo día. Están cansadas y aún no han sido recibidas en el Palacio de Carondelet, donde el presidente Lenín Moreno estará despachando. Son treinta las mujeres que se hospedan en casa Kolping, pero parecen ser muchas más.
Es el efecto de su presencia en el mundo. Cuando cargan a sus hijos en brazos, los niños y las niñas parecen extenderse como ramas desde su cuerpo. Cada una de ellas se siente como muchas y muy fuertes. De sus voces, no solo se escucha el grito que reclama sino también la música que imita al kíiki (pajarito común). Las mujeres cantaron en la Plaza Grande. Bailaron. Al fin de la jornada, las líneas que se dibujaron en su cara temprano por la mañana, se mezclan con sus cabellos. Otras líneas se escriben en la memoria de sus hijos.
Ahora cambian sus vestimentas tradicionales y buscan abrigo y comida para los niños que las acompañan. Después de cenar, retoman la asamblea. “Mañana tampoco nos recibirán”, “Nos vamos a la plaza…”. “Para luchar vine aquí”, se anima en voz alta Salomé Aranda, quien llegó desde Morete Cocha (Pastaza), “pero hay que organizar otras tareas”. Se habla de las necesidades que apremian: ropa para el frío, alimentos para los siguientes días, atención médica. El diálogo comunitario es una práctica y un hacer, es la articulación de manos y responsabilidades en las que se fortalecen los saberes.
Hay un par de varones entre ellas. Uno de ellos las llama al orden: “A muchos hombres les he dicho qué hacer y ellos obedecen”. No hay reacción a esa frase sorda. La noche es de las mujeres, la resistencia es de ellas. Avivan de nuevo con un grito: “¡Vivan las mujeres amazónicas!”. Y es que muchos de los acuerdos de explotación petrolera y minera fueron firmados por los hombres. Ellas, que paren hijos, que son fértiles, se saben guardianas de la naturaleza. Aquí está, por ejemplo, Dayuma, la nieta de la primera waorani que hizo contacto con el mundo occidental, líder histórica de ese pueblo, fallecida en 2014. Ambas llevan el mismo nombre. Dayuma de cabellos largos se ilumina con achiote el antifaz de guerrera, como lo hacía su abuela. Tiene 24 años y espera a su primer hijo. “Nosotras nos movemos desde el primer momento en el vientre de nuestra madre, y no paramos nunca”, cuenta Alicia Coawiya, líder waorani, madre de una niña.
Hablamos entre mujeres: con tatuajes en la piel, con cicatrices que marcan el nacimiento o la muerte. Sandra Tukup –33 años– pide la palabra con urgencia. Con cinco meses de embarazo caminó desde Shimpis, Morona Santiago, y se unió a la marcha de mujeres amazónicas en Puyo. Su testimonio nos recuerda cómo se perdieron vidas de niños en la lucha contra lo que denominan Festín Minero. 2 millones de hectáreas se concesionaron por el Ministerio de Minería ecuatoriano sin consulta ambiental, desconociendo el derecho colectivo de pueblos indígenas, afros y montubios. El proyecto de mujeres Chaskiwarmi, de la Ecuarunari, en alianza con el colectivo Geografía Crítica, develó la problemática en 38 comunidades.
Encabeza la asamblea Noemí Gualinga, presidenta de la Asociación de Mujeres de Sarayaku Caminos de Oro. Le dijo a su hija de 16 años que ella iba a participar en la gran caminata de las mujeres. Que a ella le iba a tocar estar sola y ser responsable en la escuela. Noemí tiene otros dos hijos varones.
“La mayor parte de mujeres amazónicas que estamos aquí somos madres –explica Gloria Ushigua, presidenta de Asociación Mujeres Pastaza, líder del pueblo Sapara–; pasamos juntas con la tierra. Sembramos. Buscamos la comida, y por eso nuestro mandato rechaza la explotación petrolera”.
Gloria Ushigua ha sido hostigada durante cinco años por protestar en contra de la explotación petrolera, al igual que otros defensores amazónicos, como documenta Human Rights Watch. “El beneficio no es solo para los pueblos indígenas o las mujeres amazónicas, es para todo el mundo.”
“Por nuestros hijos estamos aquí”, reafirma Rosario, de 47 años, quien viajó por primera vez a Quito desde Calapuche. Y lo mismo repiten María (36 años) y Nora Santi (43 años), de Sarayaku. Se escucha como una consigna en la plaza, como una oración profunda en la noche. No solo se trata de moverse y salir del territorio para viajar a la capital. Caminar es un acto de determinación. Estas mujeres se juegan el orden del mundo tal y como lo conocen. Pero hay ocasiones en las que la indiferencia o la violencia son las respuestas a su presencia.
En el jardín de la casa grande que las acoge, Catalina Chumbi (70 años), presidenta de las siete nacionalidades de la provincia de Pastaza, está de pie como una raíz roja. Viste un vestido satinado. Sus aretes en pluma multicolor, le caen de las orejas como dos flores que duermen sobre sus hombros. Catalina lleva 25 años en la representación política. Estuvo en la marcha del movimiento indígena ecuatoriano de 1996 y en la marcha de mujeres de 2016.
–Este es el momento más importante de la lucha –evalúa, viendo a través de la oscuridad donde intentamos hacerle un retrato–. Yo siento que me necesitan las futuras generaciones. Dejo haciendo el camino.
–¿Cuántos hijos tiene?
–Tuve 10 hijos. Cinco están vivos. A uno lo mató el sarampión, a otro el vómito y la diarrea. A Soledad la mató su marido –el suspiro hondo que vuelve a romper su corazón–, él era militar. La ahogó donde se bañaban –alcanza Catalina a decir el nombre de su hija con lágrimas que alumbran como mercurio sus mejillas.
–¿Qué fue del homicida? ¿Lo procesaron por este delito?
–¡No! Él huyó. Pero la justicia de la vida es más grande. Él murió en su ley. Mi hija se llamaba Soledad porque nació sola. Su padre me dejó cuando ella estaba en mi vientre. Me dijo que si yo me había dedicado a ser política, me quedaría también sola.
Los hijos vienen a honrar nuestro paso por la tierra. Nos abrazamos fuerte. Es una noche de cansancio y de hartazgo.
Vuelvo a consultar a María Taant:
–¿Por qué dicen que eres una mujer sabia?
–Porque percibo lo que va a ocurrir.
–¿Qué sentiste antes de venir a Quito?
–Yo sentí ya en mi comunidad que vamos a durar mucho tiempo antes de que el gobierno reciba nuestro mandato. No nos va a recibir. Mis compañeras lo negaban. Si nosotras queremos que nos reciban, primero debemos conversar con los ministros.
– ¿Y ahora qué sientes? Mañana es el cuarto día en la Plaza Grande.
–Mañana, si las compañeras permiten que nos reunamos en una mesa redonda, podremos reunirnos con el gobierno.
–¿Cuál ha sido la visión más importante que has tenido?
–¡La lucha! Aprovechar y compartir conocimientos. Ser solidaria y constructiva. Nosotras somos las más rechazadas y las más luchadoras.
El quinto día de protesta, las mujeres amazónicas pudieron reunirse con el Secretario particular del presidente Lenin Moreno, Juan Sebastián Roldán. Fue una reunión a puerta cerrada. Su mandato contiene 22 puntos y ellas exigen su cumplimiento. Se trata de derechos y no de quejas. Entre las demandas se encuentran la suspensión de licitación de nuevas rondas petroleras, la conformación de una comisión de la verdad para que se haga justicia en el caso de asesinatos de líderes indígenas, así como la reparación a las familias. Se destaca la solicitud de “investigación profunda e histórica sobre la violencia sexual y de género asociada a las actividades mineras, petroleras y militarización, para que se apliquen sanciones necesarias y se brinden garantías para la NO repetición en territorios indígenas amazónicos”.
Las mujeres debieron esperar una semana más, hasta el jueves 22 de marzo, para ser recibidas en audiencia en Carondelet. María Taant no se equivocó cuando advirtió la prolongación de una espera sombría. Petición tras petición, día tras día. ¿Qué más ve María Taant en el futuro de las generaciones? ¿La extinción de los bosques? ¿La maquinaria cavando más hondo la tierra de la selva? Soñar es hacer. María Taant ve a las mujeres amazónicas sembrando la tierra y caminando.