Por Michelle Carrere
Chile central es considerado un hotspot o punto caliente de biodiversidad debido a su alta tasa de endemismo, es decir, de especies que no habitan en ningún otro lugar del mundo. Prueba de esta peculiaridad, son las abejas. Cerca de 450 especies se han descrito para Chile aunque se cree que hay unas 800 en total. De ellas, un 70 % son endémicas. Sin embargo, muchas de estas abejas se encuentran en serio peligro debido, principalmente, a la pérdida de hábitat provocada por la expansión de la agricultura intensiva y la urbanización.
Aunque no se sabe con exactitud qué tanto se han reducido las poblaciones de abejas en Chile, sí se sabe que hay una tendencia global a la disminución de ellas, así como de los insectos en general. De hecho, un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Radboud, en Países Bajos, y por la Sociedad Entomológica Krefeld, en Alemania, asegura que en tan solo tres décadas la población de insectos se redujo en un 75 %. Esta pérdida de biodiversidad, principalmente de aquellas especies que son polinizadoras como las abejas, es preocupante debido, entre otras cosas, a que “el 75 por ciento de los cultivos alimentarios del mundo dependen en cierta medida de la polinización”, asegura las Naciones Unidas.
En Ecuador, el Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG), mediante el Registro Apícola, determinó que existen 1 760 apicultores y 19 155 colmenas, que proveen al mercado nacional de miel de abeja, polen, propóleo y cera. Esa entidad había anunciado en el 2018 que implementaría una plataforma nacional de registro y seguimiento de la actividad apicultura en el país, pero hacia el 2021, ese proyecto no se ha realizado. Según la información oficial, las provincias donde la apicultura tiene más influencia son Loja, Manabí, Santa Elena, Azuay y Chimborazo. Sin embargo, existen proyectos de capacitación y pequeños créditos en comunidades de la provincia de Cotopaxi y también iniciativas independientes de apicultura rural.
Europa ya cuenta con proyectos de apicultura urbana que se han insertado en barrios de Londres, por ejemplo, con el propósito de crear conciencia en los habitantes de las grandes ciudades sobre la necesidad de cuidar la vida de estos insectos polinizadores. El mundo celebra cada 20 de mayo el Día Mundial de las abejas.
El peligro de la pérdida de hábitat
La acción de arrancar las plantas nativas e instalar otras, todas de la misma especie, es conocida como homogeneización del paisaje y tiene serios impactos en la sobrevivencia de las abejas.
“En general, las abejas dependen de múltiples especies florales para sobrevivir. Si tienes pocas especies florales, o peor una sola, no vas a cubrir los requerimientos nutricionales de las abejas que viven allí”, explica la entomóloga Patricia Henríquez-Piskulich. Pero además, “puede ser que simplemente no sean compatibles las plantas que se están integrando en ese sistema y que las abejas no logren completar sus ciclos de vida”.
Por otra parte, el impacto también ocurre bajo tierra. Alrededor del 70 % de las abejas nativas en Chile nidifican en el suelo y “cuando un agricultor decide destruir toda la flora nativa y dejar solamente su planta de interés, gran parte de las especies que nidifican en el suelo pierden su hábitat”, asegura Cristian Villagra, profesor del Instituto de Entomología de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. Lo que ocurre, explica el entomólogo, es que las abejas “ocupan resinas y aceites naturales que producen ciertas flores para impermeabilizar su nido y de esa forma poder sobrevivir a cambios de humedad”. Si las características del entorno cambian y las abejas ya no pueden acceder a aquellas flores que le proveen esa resina, “estoy reduciendo las posibilidades de que sobrevivan”, señala el experto, ya que no podrán nidificar.
Pero, además, “cuando se elimina la cobertura vegetal nativa llegan las plantas exóticas”, dice el experto, y lo que han descubierto los científicos es que cuando ello ocurre las abejas también sufren.
Henríquez-Piskulich investigó cómo la flora exótica altera la composición de las especies de abejas nativas en zonas de altura, específicamente en Los Andes. Sus hallazgos dan cuenta de que donde hay mayor abundancia de flora introducida, la proporción de abejas pequeñas es mayor y la proporción de abejas más grandes es menor. La implicancia de esto tiene que ver con que el tamaño corporal está asociado a la distancia de forrajeo, señala la experta. “Las abejas pequeñas tienen un límite acotado hasta donde pueden volar de acuerdo al sitio donde nidifican. Entonces, puede ser que esta mayor cantidad de abejas pequeñas se encuentre en donde hay mayor abundancia de flora introducida porque no son capaces de ir más lejos en busca de otros recursos”, explica. Como consecuencia, esto puede afectar el servicio de polinización que estos insectos proveen y, por lo tanto, afectar la reproducción de ciertas plantas.
Abejas con problemas cognitivos
Los fertilizantes y pesticidas también tienen efectos dañinos en las abejas. “Se ha demostrado que los herbicidas son muy dañinos para el ecosistema, que contaminan el suelo lo que daña directamente la progenie (descendencia familiar) de la abeja”, dice Villagra.
Según explica el entomólogo, “en los últimos años se ha descubierto algo muy preocupante que es que ciertos pesticidas, como el glifosato, pueden perturbar la microbiota del tracto digestivo de abejas lo que repercute en el aumento de su mortalidad”. Además, también se descubrió hace algunos años que existen ciertas especies de abejas nativas que necesitan de microorganismos que están en la tierra para producir su metamorfosis, asegura el científico. El proceso ocurre así: la abeja lleva a su nido una bolita de polen que luego será colonizada por bacterias y microorganismos. Luego, la larva se come el polen, incluyendo ese paquete microbiológico, lo que le permite completar su metamorfosis. “Entonces cuando existe contaminación por pesticidas que tienen un rol fungicida, podría ser altamente perjudicial”, dice Villagra, ya que se estarían eliminando los organismos que ayudan a la metamorfosis.
Pero, además, según explica el científico, los impactos que estos productos tienen en los insectos no tienen que ver necesariamente con la muerte de los mismos, sino con daños genéticos que pueden incluso heredarse. “Se alteran procesos de desarrollo, cognitivos e incluso fisiológicos que en su conjunto lo que hacen es reducir la viabilidad del insecto”, explica Villagra. Así, por ejemplo, “si un insecto necesita volver a su nido, pero está alterado en su neurobiología lo que ocurre es que se va a perder. No va a poder volver a su casa y se va a morir de hambre”, dice el experto.
Un problema agregado es que ese tipo de daño muchas veces no es considerado a la hora de evaluar si el producto impacta la biodiversidad. Según el entomólogo, las pruebas de calidad consisten en aplicar dosis subletales: “Meten al bicho en una caja, lo asperjan con el pesticida y si no se murió entonces el producto está bien”, pero los impactos cognitivos producidos no son registrados, dice.
Además de los fertilizantes y pesticidas, la agricultura industrializada también utiliza insectos manejados o exóticos para polinizar y para controlar plagas. Es el caso del Bombus ruderatus y Bombus terrestris, dos abejorros exóticos que son importados a Chile a pesar de que la ciencia ya ha demostrado que están provocando daños en las abejas nativas como en el abejorro colorado (Bombus dahlbomii), que se encuentra en peligro según la Unión Internacional para Conservación de la Naturaleza.
“El B. terrestris ha producido la declinación de hasta un 99,4% de la abundancia relativa del abejorro nativo B. dahlbomii, y de cerca de un 40% de la abeja melífera asilvestrada”, señala una investigación publicada en 2018 en la revista científica Gayana. Además, el artículo precisa que “durante el forrajeo B. terrestris daña muchas especies de plantas tanto silvestres como de cultivos, disminuyendo además la cantidad de néctar disponible para otras abejas, insectos y aves nectarívoras que podrían actuar como agentes polinizadores”.
Mongabay Latam envió preguntas al Ministerio de Agricultura chileno para saber por qué se siguen importando estos insectos a pesar de que la ciencia ya ha demostrado sus impactos negativos. Sin embargo, hasta la publicación de esta historia el Ministerio no entregó respuesta.
Agroecología: un camino hacia la solución
Aunque todavía no hay estudios que hayan demostrado que todos estos impactos están disminuyendo la producción de alimentos, sí los hay sobre la efectividad polinizadora. Por lo mismo, “uno sí puede hipotetizar que si desaparecen los polinizadores, voy a tener menor productividad”, dice Henríquez-Piskulich.
Para solucionar este problema, científicos señalan la necesidad de avanzar hacia un modelo agroecológico que comprende tres etapas: la primera es potenciar la eficiencia del ecosistema utilizando menos insumos agrícolas como pesticidas o fertilizantes. La segunda es sustituir aquellos productos por otros que pueden ser utilizados en agricultura ecológica y por último es necesario evitar los monocultivos integrando diferentes productos en un mismo espacio.
Es necesario “combinar áreas de cultivo con áreas nativas. No hacer grandes extensiones de plantaciones, sino que tener parches mezclados con hábitat nativos”, dice Henríquez-Piskulich. Al respecto, Villagra cuenta que han realizado muestreos en zonas de Parral y el Maule “y es muy sorprendente ver que donde hay zonas donde los agricultores han dejado bosquecito, la cantidad de densidad de insectos beneficiosos como las abejas nativas es mucho mayor. Es increíble la diferencia que hay”, dice.
Ese es el caso también de Alejandro Donoso, un agricultor que tiene una empresa familiar llamada @lapitru_ en un campo de 35 hectáreas ubicado en la comuna de Maipú, en los límites de la capital, Santiago. Allí, siembra tomates, berenjenas, pimientos, ají, papas, zapallos, pepinos, sandias y melones, entre otras hortalizas. En total son unos 20 artículos que van rotando en el área donde lo primero que hizo, dice, fue “arrancar de los plaguicidas”.
En Ecuador, muy cerca de Quito, Miguel Morejón promueve talleres de capacitación para la construcción de colmenas y, al mismo tiempo, aprovecha para explicar a sus estudiantes la importancia de cuidar a las abejas y generar espacios diversos de vegetación para propiciar su desarrollo y su proliferación. En una hectárea de propiedad familiar, Miguel ha instalado un proyecto agroecológico que podría replicarse en distintas parroquias adyacentes a la capital ecuatoriana pues los microclimas de los que goza esta ciudad andina son sumamente diversos.
En Chile, el sistema de producción de la familia de Donoso se sustenta en el principio de que sea la propia tierra la que permita lograr cultivos sanos y un negocio próspero. Para lograrlo son diversas y complementarias las estrategias que utiliza, pero una de ellas son los corredores biológicos, líneas de árboles nativos y frutales de diferentes alturas que atraviesan el campo y se cruzan entre ellos formando caminos por donde transitan aves, insectos y otros animales. “También tenemos bandas florales que vamos metiendo dentro de los cultivos”, dice Donoso, y prestan a su vez diversas utilidades. “Por ejemplo tenemos unas bandas florales que nos permiten frenar el viento y a la vez hacer controles de monitoreo para el vuelo de la arañita (una de las enfermedades más comunes en las hortalizas)”, cuenta el agricultor. Con el tiempo, todas esas estrategias no solo le han traído buenos resultados económicos y productivos sino que han permitido restaurar el ecosistema y atraer distintas especies de abejas nativas.
“No estamos diciendo que se tiene que acabar la agroindustria, sino que estas medidas se tienen que tomar como un buffer (o amortiguamiento) para que todos los efectos que se saben son dañinos para la biodiversidad y para la salud humana puedan ser disminuidos”, dice Villagra.
En el cantón Rumiñahui, a pocos minutos de Quito, Miguel Morejón y su familia han diseñado un espacio armónico en el que aprovechan la tierra para el cultivo de verduras y hortalizas en un huerto, de frutas en otro huerto, y de especies arbóreas de bosque. Estos espacios interactúan con la zona de colmenas y con el taller de construcción en el que, además, grupos de viajeros y turistas pueden involucrarse. El proyecto es, en suma, un laboratorio en el que se recupera la relación del ser humano con su entorno natural, aprovechando los recursos naturales, reciclando los materiales de construcción y reparando lo que con el tiempo envejece. Miguel Morejón es parte de una red de emprendedores agroecológicos que ofrecen en ferias semanales los productos que cada uno elabora en sus respectivos espacios. Durante la pandemia, estos colectivos han encontrado en Quito la oportunidad de llegar a nuevos consumidores con el afán de aportar con prácticas responsables con el medio ambiente. El aporte de Miguel tiene como bandera la apicultura, siempre cobijada por la agroecología.
Artículo publicado en su versión original en nuestro medio aliado Mongabay Latam.