Por Andrés Reinoso Morales

Los humanos somos primates; una cuestión que vale la pena recordar y reafirmar constantemente. Según la teoría evolutiva, han transcurrido entre 7 y 13 millones de años desde que el ancestro común que compartimos con los simios se dividió en dos grupos diferentes, uno que dio lugar a bonobos y chimpancés (Pan paniscus y P.troglodytes) y que permaneció en el oeste de África, y otro que evolucionó en el sur y este de África, de donde surgió Homo sapiens, también conocido como humano.

Y aunque compartimos un ancestro, los chimpancés y otros monos no han evolucionado como los humanos, razón por la cual somos diferentes, pero no superiores a ellos. Las circunstancias climáticas de los territorios donde se origina Homo sapiens y de los lugares hasta donde se desplazó alrededor del mundo, le obligaron a generar capacidades como producir y utilizar fuego para cocinar y alimentarse y establecer vínculos sociales, lo que provocó un desarrollo más preciso del cerebro y de la utilidad de las manos, factores que después derivaron también en el origen de la agricultura y el lenguaje complejo, rasgos esenciales con los que nos distinguimos del resto de animales.

Sin embargo, aunque hemos tenido millones de años para atravesar esta lógica evolutiva, los seres humanos estamos mal acostumbrados –desde los últimos milenios– a sentirnos con el poder de vulnerar y alterar la vida normal de los simios y del resto de especies silvestres. Tener la mente y el lenguaje desarrollados debería implicar una ventaja para estar más conscientes de ser una especie respetuosa con los seres que compartimos el planeta, pero la realidad se muestra muy distante de ese escenario ideal.

De acuerdo con un recuento de Mongabay, 217 especies distintas de primates viven en bosques de 20 países de América Latina, los cuales representan alrededor de la tercera parte del total de especies y subespecies de monos que habitan en el mundo, un registro que alcanza las 504 variedades. Lastimosamente, el 40% de las especies endémicas en la región afronta graves amenazas de extinción, y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) estima que hasta un 70% de los primates latinoamericanos tiene poblaciones que están disminuyendo.

Para muestra, un centro de rescate

Esta realidad, todavía asumida con escasa atención e importancia en la esfera social y política de nuestro mundo, puede sentirse de cerca en el trabajo cotidiano del Zoológico de Quito. En apenas 18 meses, desde marzo del 2020 hasta agosto del 2021, el equipo de Bienestar Animal del zoo se ha hecho cargo de la atención y cuidados de 10 primates de diferentes especies: 4 monos ardilla ecuatorianos (Saimiri cassiquiarensis), 1 mono aullador de manto (Alouatta palliata), 1 mono cotoncillo rojo (Plecturocebus discolor), 1 mono araña (Ateles belzebuth), 1 mono chorongo o lanudo plateado (Lagothrix lagotricha), 1 mono tamarín de dorso negro (Saguinus nigricollis graellsi) y 1 mono tamarín ensillado de dorso rojo (Saguinus lagonotus fuscicollis).

Pese a que cada uno de estos animales acarrea su propia historia, todos los casos son derivaciones del incontrolable tráfico de especies silvestres, que se sirve de la perversa cacería para condenarlas a ser comercializadas para mascotizarlas, exhibirlas con fines recreativos o consumirlas como alimento, aunque esta última situación solo es comprensible cuando la captura del animal significa una acción de subsistencia para los pueblos originarios de las selvas tropicales americanas que consumen carne de primates. 

Los 9 monos que hemos recibió el zoo desde el año pasado llegaron debido a las siguientes circunstancias: dos monos ardillas, o barizos, y un cotoncillo fueron hallados abandonados en zonas urbanas; dos, también barizos, estuvieron en cautiverio doméstico, al igual que el mono chorongo; un mono aullador fue extraído de su hábitat, por lo que sufrió un accidente y perdió su brazo izquierdo, y debido a ello fue trasladado hasta la clínica para rehabilitarse; un mono araña juvenil, hijo de una pareja rescatada de un circo que se encuentra bajo supervisión del equipo veterinario que evalúa su comportamiento; y dos monos tamarines que fueron rescatados en situación vulnerable lejos de los bosques donde está su hábitat, y uno de ellos llegó con trauma craneoencefálico y pulmones contusos.

Además de este grupo de monos rescatados, dentro de la población general de animales que refugia el zoo existe un total de 25 primates, de acuerdo al inventario actualizado a agosto del 2021, cuyas especies son monos ardilla ecuatoriano (saimiri cassiquiarensis), mono capuchino marañón (Cebus yuracus), mono cotoncillo rojo (Plecturocebus discolor), mono lanudo plateado (lagothrix lagotricha), mono leoncillo (Cebuella pygmaea), mono araña de vientre amarillo (Ateles belzebuth), mono tamarín de dorso negro (Saguinus nigricollis graellsi),1 mono tamarín ensillado de dorso rojo (Saguinus lagonotus fuscicollis). El equipo de Bienestar Animal hace un seguimiento constante a su comportamiento y estado físico, como a cada individuo de este centro de rescate, para asegurarles una buena calidad de vida.

Cada 1 de septiembre, por iniciativa de la organización Animal Defenders International, se conmemora el Día internacional de los primates, una fecha indispensable para remarcar que estos animales, nuestros primos cercanos, viven bajo constantes amenazas de cacería ilegal, así como la vulneración de los territorios donde habitan, mediante la deforestación que reduce los espacios donde los monos se reúnen en grupos familiares, especialmente en los árboles. Que esta conmemoración no pase desapercibida, para comprender que la evolución de las especies animales no debe asimilarse atribuyendo al ser humano una posición de superioridad, sino como una especie que aprovecha su inteligencia para promover la protección y conservación de la fauna y biodiversidad con la que comparte el planeta.


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