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Las mujeres del mangle

Las mujeres esmeraldeñas se han dedicado tradicionalmente a conchar. Esta labor se ha convertido en su principal actividad económica, pero de un tiempo a esta parte, la escasez del molusco se ha convertido en un problema serio para las comunidades rurales de la zona fronteriza costera entre Ecuador y Colombia.

Foto: Innovación Rural.

Por Gabriela Muñoz Vélez

La Tunda espera silenciosa. Está entre los árboles de mangle.

Cuenta una leyenda esmeraldeña que la Tunda –un personaje mítico que fue expulsado del cielo– vive en las orillas de los ríos. La Tunda tiene rostro de mujer y en el manglar toma el rostro de la abuela o de la madre de las mujeres que allí habitan, y las invita a  recoger conchas. Tiene una pierna de niño y otra de molinillo. Si estás conchando, ella hace aparecer más  y más conchas y así, por la ambición, vas, caminas y caminas y cuando quieres regresar a la canoa ya no puedes hacerlo. No encuentras el camino, te pierdes. Estas leyendas acompañan el trayecto que todas las mañanas hacen las mujeres concheras de Palma Real, un poblado ubicado en la frontera con Colombia, a 40 minutos en canoa del cantón San Lorenzo, en la provincia de Esmeraldas.  

Son casi las ocho de la mañana. Las mujeres se alistan para salir a conchar. La humedad se cuela en los huesos pero ellas están ya acostumbradas. Una camisa, pantalones viejos y unas botas de caucho harán las veces de improvisado uniforme. En silencio se arreglan el cabello, salen de sus casas y preparan sus botes rumbo al manglar. Sus manos, un balde y una mecha para repeler los mosquitos son sus herramientas de trabajo.

Conversan, ríen y de a poco empiezan a cantar mientras sus pequeñas barcas avanzan rodeando los árboles de mangle. Al llegar, solas o en pequeños grupos, se dispersan y se quedan en los sitios que escogen. Así es la rutina heredada de sus abuelas.

fuente-innovacion-rural-3Todas las mañanas las mujeres de San Lorenzo recolectan conchas negras. Una labor ancestral de tipo artesanal que desde los años noventa se ha convertido en su principal actividad económica. Cuentan las más ancianas que hace algunos años conchar era más fácil. Aparecían los moluscos sin problema sobre el lodo. Había conchas negras grandes que, junto con el dorado, la corvina y el picudo, abastecían el consumo personal y el pequeño comercio. Luego, la pesca fue disminuyendo y recoger conchas se volvió necesario para asegurar el alimento de la población. Con los años, la demanda de las ciudades también creció así como la sobreexplotación de conchas.

Recolectar el molusco –en efecto– ahora ya no es fácil. Mery Panguera recuerda que empezó a conchar a los 7 años y terminó a los 50. Recolectar requiere paciencia, conocer el fango y hablar con el manglar para que el pejerrey –un tipo de pez que habita en el manglar– no te espere en el fondo del lodo ni inserte su cresta en la piel. Los mosquitos, el calor y la humedad también afectan los cuerpos fuertes de las mujeres. Mientras tanto, la Tunda se cuela entre los árboles, silenciosa, esperando.

Foto: Innovación Rural
Foto: Innovación Rural

El manglar es un ecosistema que ocupa las zonas costeras tropicales, junto a la desembocadura  de ríos de agua dulce. Los manglares son el hábitat de diversas especies. Entre sus raíces habitan bacterias y hongos que intervienen en la descomposición de organismos. Allí viven y se reproducen especies de animales y plantas acuáticas, convirtiéndolo en un ecosistema irremplazable. Según datos del Ex Centro de Levantamientos Integrados de Recursos Naturales por Sensores Remotos (Clirsen), un 80% de las especies marinas dependen del manglar para subsistir, y sin embargo, se estima una tala del 75% del manglar en el Ecuador. La misma fuente calcula que entre 1969 y 2006 se perdieron 53 970 hectáreas de manglar en toda la costa ecuatoriana, lo que redujo la reproducción de moluscos y crustáceos.

Y, aunque en los últimos años algunas leyes como la Constitución del Ecuador (Artículo 86); o el Decreto Ejecutivo 1391 del 2008; han buscado frenar la tala de manglar y lograr su recuperación, las amenazas persisten.

fuente-hivos-ong-2Los recursos del mar se han  vuelto finitos para hombres y mujeres del manglar. Ellos ya no llegan con la pesca de antes y ellas pasan muchas horas tratando de encontrar conchas. Su seguridad económica y alimentaria está en riesgo. La concha escasea, dicen ellas, casi al unísono.

Pero las mujeres de San Lorenzo son hijas del mangle como sus madres, sus padres y sus abuelos. Conocen la tierra y conchan todos los días para llevar el alimento a sus casas, para saberse vivas, para cantar y hablar de la vida. “Cuando la concha es pequeñita no hay cómo cogerla, si la cogemos ahora no se ha reproducido, y luego no tendremos qué comer. Hay que cultivar el producto para que no se termine”, dice Mery.  

El molusco debe tener un tamaño mínimo de 4,5 centímetros. Para lograr este tamaño deben pasar entre 12 y 18 meses. En este tiempo la concha se habrá reproducido al menos una vez. “Los consumidores no deben aceptar conchas más pequeñas”, advierte la mujer.

Conchar no es solo llevar comida a casa, es también cantar, reír, es acariciar el pantanoso lodo con las manos, es alimentar el alma y sentirse parte de la tierra viva.


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