Por Mario Melo
Cuando hace unas semanas la avioneta aterrizaba en la pista de la comunidad sapara de Jandiayacu, en medio de un selvático territorio amazónico al norte de la provincia de Pastaza, una manada de monos aulladores nos saludaba desde la copa de un árbol. Solo el ojo entrenado de Manari Ushigua podía distinguir desde lo alto a tan selecto comité de bienvenida. Los monos son familia –nos decía este sapara que volaba con nosotros– y así lo entendí cuando conocí a María, una hermosa hembra de mono aullador que comparte la cotidianidad de una casa de Jandiayacu, en la que fuimos muy bien acogidos Carlos Mazabanda y yo, invitados por los dirigentes de la nación Sapara para facilitar un taller con los pobladores de varias comunidades vecinas, sobre los derechos colectivos indígenas.
Hay dos rasgos culturales por los que los sapara se distinguen: el mito de que desciendan de los monos y su fascinación por los sueños.
Recuerdo claramente que hace como catorce años, la vida nos puso a compartir la mesa de desayuno a Manari y a mí, en la ciudad de Manaos, donde asistíamos ambos a un evento internacional. Esa mañana me resulta inolvidable porque la noche anterior había recibido por email la noticia de que una avioneta en la que volaban tres dirigentes indígenas shuar con los que tenía una cercana relación de trabajo, se había accidentado en la selva del Transkutukú y mis tres amigos habían fallecido.
–No estés triste –me dijo Manari mientras desayunábamos–, los vas a volver a ver en el sueño…
Desde entonces, los sueños han constituido para mí el espacio-tiempo de reencuentro con las personas amadas de las que los ciclos de la existencia me han alejado.
Esta vez, Jandiayaku fue el lugar propicio para que un grupo grande de dirigentes de casi todas las comunidades sapara se reunieran con el propósito de reflexionar sobre sus sueños y sus pesadillas. Entre los sueños está hacer realidad un modelo de gestión de su territorio que les permita ejercer su derecho a la autodeterminación, que en su caso se traduce en la voluntad de no extinguirse, de seguir siendo sapara, de rescatar su antigua lengua –de la que solo quedan como seis hablantes–, de no permitir que los saberes de los antiguos shimanos –los sabios shamanes saparas– desaparezca, de no caer en la tentación de recibir dinero a cambio de permitir que su Naku –su selva sagrada– sea profanada por quienes solo la ven como fuente de negocios.
La concesión entregada por el Estado ecuatoriano a inicios de 2016 en favor de una empresa china, para que explore y explote petróleo en territorio sapara, sin que antes se hubiera informado, consultado y obtenido el consentimiento de las comunidades sapara que van a ser afectadas, es una de sus pesadillas.
En el taller queda claro que la nueva condición impuesta sobre su territorio –la de convertirse en bloque petrolero– es motivo de angustia. Mucha gente sapara vincula los intereses petroleros con las divisiones internas de su organización, con la corrupción de algunos líderes, con el conflicto, las amenazas y la muerte.
La comunidad se entusiasma cuando en el taller se habla de resistencia y derechos humanos. Tienen muy presente el ejemplo de sus hermanos de Sarayaku, con quienes mantienen una alianza sellada por el acuerdo de dos grandes líderes espirituales: el anciano shimanu sapara ya fallecido Blas Ushigua y su compadre, el yachag de Sarayaku Sabino Gualinga. Ese nexo fundado en el afecto y la espiritualidad se respeta.
También hay alegría cuando se planifican nuevas actividades conducentes al manejo de su reserva Kamunkui, una amplia franja en medio de su territorio, destinada a la conservación de sus bosques extraordinarios y de los sitios sagrados. La gente quiere nuevas alternativas económicas que les permita cubrir sus necesidades sin tener que destruir a la madre selva. Hay una apuesta por un turismo selectivo y controlado, estrechamente vinculado con la medicina tradicional y la espiritualidad amazónica. Los talleres son eventos importantes para la gente de la selva.
El proyecto Naku, en la comunidad de Llanchama, abre caminos, recibiendo a pequeños grupos de turistas interesados en visitar la selva para encontrar sanación gracias a los profundos conocimientos tradicionales de los sapara. En esos procesos curativos, los sueños vuelven a ser protagonistas. No es exagerado decir que la búsqueda de salud y equilibrio emocional es, en la tradición sapara, la construcción de nuevos y mejores sueños que orienten la vida.
Finalizado el taller es el momento de la chicha de yuca y la alegre conversación en casa de una familia de Jandiayaku. Tomar chicha, conversar, comer un poco de la mejor fritada del mundo –la de sajino acompañada con yuca y ají– y fumar un cigarro recién envuelto en las olorosas hojas del sacha tabaco, por las hábiles manos de uno de nuestros anfitriones: ¡Gran ambiente!
A la mañana siguiente, Carlos y yo subimos a una avioneta y dejamos territorio sapara henchidos de esperanzas de que los mejores sueños de nuestros amigos se cumplan: que la amenaza petrolera no sea invencible, que la lengua no se pierda, que la organización se reunifique, que Kamunkui se consolide y que Naku siga ayudando a tener buenos sueños.