Por Gabriela Muñoz V.
Existe un sitio en donde el espíritu del jaguar y el de la serpiente conviven con los pasos del ser humano. Ellos se saludan todas las mañanas, oyen sus susurros, sus cantos y sus risas. Se sienten parte de un todo.
Los sonidos de aves, ríos y lluvia atraviesan el despertar de quienes habitan el bosque y los preparan para recibir el día. En estas tierras los sueños se cuentan al amanecer y se mezclan con la humedad fresca que penetra las almas.
Los amplios ríos culebreros abren su tensa calma a quienes los visitan. Desde las orillas las miradas siguen a las barcazas que diariamente pasan por el río. Al llegar al muelle, un verde espesor se abre: senderos infinitos cubiertos de selva aparecen. El tiempo se vuelve eterno. Unos destellos de sol atraviesan con respeto la abrumadora selva. En solo una hectárea habita el mismo número de especies de árboles nativos que en toda América del Norte. 567 especies de aves están posadas en las ramas de la selva, expectantes y ruidosas. En ese lugar, los oscuros ríos se vuelven eternos, sus profundidades no quieren ser vistas; albergan las leyendas del caimán, del delfín rosado y de la boa.
Esos mismos seres ahora escuchan sonidos que amenazan. Se empiezan a mirar otras huellas, unas que extraen la sangre negra desde el fondo de la tierra. Las alas de las aves aparecen manchadas de un negro líquido viscoso, sus huesos se contraen y debilitan. La boa clama por seguir moviéndose con libertad, el jaguar levanta un rugido ante el espacio que se achica. El espíritu de la selva respira sofocado. El olor a humo negro violenta la paz del bosque.
Los seres que allí habitan están inquietos: en el Parque Nacional Yasuní la vida y las leyendas están amenazadas.
El Parque Nacional Yasuní se encuentra ubicado en la cuenca amazónica del Ecuador, en las provincias de Orellana y Pastaza y posee una extensión de 1.022.736 hectáreas. Debido a su rica diversidad biológica y cultural, en 1979 fue declarado Área Nacional Protegida y diez años más tarde fue reconocido por la Unesco como una Reserva de Biosfera mundial. Pero bajo su suelo se encuentran también reservas de petróleo que amenazan con ser extraídas.
En septiembre de 2007, el parque fue conocido en todo el mundo. Ecuador presentó la primera iniciativa que planteaba dejar indefinidamente bajo tierra 846 millones de barriles de petróleo del Bloque Ishpingo, Tambococha y Tiputini (ITT) localizado en el Parque Nacional Yasuní. La iniciativa buscaba evitar la emisión de más de 400 millones de toneladas de CO2 que hubieran derivado de la combustión del petróleo y sus derivados. Además, de esta forma se lograba frenar la deforestación, conservar la biodiversidad y proteger la vida de los pueblos que allí habitan. La propuesta incluía recibir una remuneración internacional a cambio de mantener el petróleo bajo tierra. Los recursos obtenidos se depositarían en un fideicomiso para dirigirse a proyectos nacionales de conservación, deforestación evitada de las áreas protegidas del Ecuador y bosques primarios de la Amazonía, reforestación y manejo apropiado de un millón de hectáreas de bosques manejados por pequeños propietarios. La propuesta también contemplaba la implementación de proyectos de energía renovable que aprovechen el potencial hidroeléctrico, geotérmico, eólico y solar.
Desde una perspectiva multicriterial, que analiza la viabilidad de la Iniciativa ITT, se concluye que mantener el petróleo bajo tierra es más favorable que las opciones de extracción petrolera.
A pesar de estas conclusiones y del eco que tuvo la Iniciativa en la comunidad internacional y en los ecuatorianos, en agosto de 2013 la Iniciativa llegó a su fin. Los aportes financieros obtenidos, así como la voluntad política no fueron suficientes para avanzar con esta iniciativa. Lo recaudado apenas llegó al 0,37% de lo solicitado por la Iniciativa y mientras el Plan Yasuní se agotaba, el Plan B (explotar el petróleo del subsuelo) ya estaba en marcha.
La importancia de la Iniciativa Yasuní no solo se basaba en la contribución del Ecuador a la reducción de gases de efecto invernadero, sino, principalmente, en que se trataba de una apuesta verdadera hacia un cambio de paradigma mundial. Quizás esto fue lo que precisamente atemorizó a propios y extraños y llevó al fin de la misma: la libertad de hacerlo diferente. Pues en ocasiones las jaulas son tan grandes que creemos ser libres.
Pero el espíritu del jaguar no descansa, se desplaza libre entre la selva, mira los caminos dentro del caos y se mueve silencioso sin miedo en la oscuridad para facilitar el trabajo del alma.
La idea está allí y la necesidad de un cambio de paradigma sigue vigente.