Más allá del carácter turístico, Fluxus Foto despliega en esta serie de fotografías una mirada colectiva crítica de lo que ocurre cada julio en esta celebración tradicional de la sierra ecuatoriana. Como reporteros y como espectadores, los fotógrafos del colectivo reconocen procesos tan naturalizados "que irónicamente se convierten en los parámetros con los que 'miden' a las fiestas: alcohol, violencia y muerte; porque no faltó la expresión, al final de la jornada, de aquellos 'entendidos' que evalúan el éxito de las fiestas basándose en cuántos muertos hubo".
Machachi se extiende sobre todo un valle y se detiene al pie de montañas y volcanes andinos. Los habitantes de esta localidad de la sierra ecuatoriana, muy cerca de Quito, son vecinos de colosos como el Pasochoa, el Rumiñahui y el Corazón, y de grandes extensiones de tierra dedicada a la ganadería.
Los machachenses se preparan con una anticipación que muchos creen exagerada, para celebrar el Paseo del Chagra y todos los eventos que circundan esta tradicional fiesta, en julio de cada año. Habitantes de toda la región llegan hasta aquí y lo convierten en el mayor encuentro de la cultura chacarera en el Ecuador. Y es que Machachi, durante sus fiestas, reúne a las asociaciones de chagras, con cerca de 2 000 de ellos, a decenas de aficionados a los toros y miles de turistas que quieren disfrutar de unas típicas fiestas de pueblo. Muchas familias todavía llevan el poncho del hacendado y se reconocen también como chagras.
El mestizo –de donde viene la casta del chagra, referente del campo y que ha dado gloria al cantón Mejía– es una figura que condensa la reconciliación entre lo colonial y las raíces indígenas, y establece una relación histórica de poder. La relación del chagra con su caballo simboliza el acto de abrirse campo –en sentido literal y figurado– y dominar la fiesta.
Pero esta fiesta y quienes participan de ella son parte de un trajín caótico en el que solo se recobra el orden si ocurre alguna desgracia, como que los asistentes más ebrios sean embestidos por el toro, o como las riñas dentro del ruedo, calificadas como faltas graves y castigadas con una dosis de violencia casi igual que la que mereció dicha condena. De todos modos, las riñas, la borrachera, los heridos y, a veces, las víctimas mortales, son previsibles. La sangre y el alcohol se riegan sin reparo en cada rincón de la plaza de toros.
Más allá, en la gallera hay función permanente. La pelea de gallos es la que “engalana” el encuentro.