Textos de Andrés Álvarez y David Guzmán Figueroa 
Fotos de Andrés Álvarez, David Guzmán Figueroa, Gio Valdivieso y Martín Guzmán

MÉXICO.- Al final del callejón hay una fila de veladoras (velas de muertos) que nos guían hacia una casa. La puerta principal lleva a la calle. El aún desconocido aroma del copal nos seduce hasta donde tres personas sonrientes nos invitan a pasar. Con recelo pero velozmente exploramos el lugar con la mirada. El altar de muertos lo gobierna todo. Cada elemento en su lugar: el pan de muertos, el chocolate, las flores de cempasúchil, mole y calaveras rodeadas de más veladoras. Estamos en el barrio de Xochimilco, en la ciudad de Oaxaca.

La mujer en la esquina no para de rezar con su rosario entre los dedos. Un silente hombre ya entrado en años espera, con su guitarra en mano. El humo del copal empieza a nublarlo todo. Entre la bruma, otra tierna señora amasa pan. Ese pan es su muerto y juraríamos que el muerto también está ahí con nosotros. Las cuerdas de la guitarra empiezan entonces a vibrar y parece que aquella presencia quisiera ponerse a bailar. La tristeza no tiene lugar, parece no haber dolor aquí.

Afuera, más veladoras nos señalan el camino y también conducen a los muertos a casa, en la noche de todos los santos. Un arco construido con estas flores amarillas decora la entrada de otra casa que luce llena y rebosa de alegría. El altar tiene 3 fotos, hay chocolate, café, mole, tortillas de maíz y un botella de mezcal a medio beber. Los familiares dicen que para ellos es un honor tenernos ahí y que sus muertos se alegran con nuestra visita.

Fuera de la casa, en el atrio del panteón, la gente del barrio vive una fiesta aún mayor: altares, tapices, papeles picados de colores rodean a los presentes que esperan en fila por su ofrenda de pan y chocolate. La música de fondo hace que más de uno se entregue al vaivén, entre las esculturas de catrinas y uno que otro disfrazado.

El día de muertos es una celebración, una creencia, una certeza de la vida después de la muerte. Comparsas, música popular, comida y juegos pirotécnicos son el menú desde temprano en la mañana hasta pasada la medianoche. La muerte trae la vida.

En los panteones, con más intimidad, reinan la luz de la vela, la flor de muerto, la ofrenda, la alegría y el rito. Todo el que esté en México estos días vibra como las cuerdas de un guitarrón. Los turistas no atinan adónde agarrar porque todo es bello, porque todo es magia, todo atrapa. ¡Para todos hay! La algarabía de la muerte está en la calle, en las muerteadas, en el barrio adornado con tapetes, en las salas de las casas que compiten para levantar el mejor de los altares, mientras los paseantes beben mezcal y chocolate. Los mexicanos honran tanto a sus muertos que hasta su espíritu lo disfruta: el mezcal de la ofrenda se evapora.

Ciudad de México, Oaxaca, San Agustín Etla son solo pequeñas muestras de una tradición que abraza cada casa mexicana. A los foráneos nos queda entender que todo es hermoso, como la muerte, el dulce fin de la vida representado en el pan de muertos que cada uno lleva en su mano. México es como lo soñamos. La muerte, en cambio, es ahora algo distinto.