Texto y fotos de David Coral
Las dos primeras frases de El Aleph describen de manera excepcional el extraño sentimiento que sucede tras la muerte de un ser querido.
La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no, pensé con melancólica vanidad…
El Aleph, Borges
La indiferencia del mundo que sigue su curso duele a quien aún vive en intimidad el duelo. Un detalle insignificante, como mover de sitio un florero, puede ofender a quien desearía que el mundo permaneciera intacto en memoria del ser que se ha ido. Pero la vida sigue. El que lamenta, tarde o temprano, también muere. E irremediablemente llega el olvido.
Eso fue lo que vi el pasado martes 26 de abril, diez días después del terremoto, mientras pasaba por el malecón de un Pedernales aún en ruinas. La muerte dando paso a la vida. De un lado, la ciudad en el piso; del otro, el mar. De un lado, la memoria; del otro, el olvido.