Fotos y texto: Charlie Cordero
Este ensayo fotográfico trata de los sobrevivientes del conflicto armado más antiguo del continente americano, quienes, pese a la guerra –llámese guerrilla, paramilitares y hasta Estado–, pueden contar sus historias de desarraigo, dolor, abandono y esperanza. Sus relatos de pérdidas, desplazamiento y hasta tortura cobran más eco hoy, cuando el país empieza a escuchar a sus víctimas, mientras se asoma tímidamente la paz y la atención se centra en la relaciones burocráticas entre el gobierno de Juan Manuel Santos y FARC-EP. Desde El Carmen de Bolívar, una de las zonas más convulsas de la región en tiempos de combate, hasta Colosó, Sucre, donde a simple vista no quedan rastros de esa época amarga y reciente, la guerra hizo estragos.
Estas imágenes son sus huellas.
Catherine Pérez no es capaz de empuñar un arma, sin embargo, este rifle de caza adorna una esquina de su hogar. Solo lo usaría para ahuyentar a los animales que intenten dañar su cultivo de plátano con el que espera sacar a sus hijos adelante.
Bellavista no tiene habitantes sino sobrevivientes. Entre 1983 y 2011 sufrieron 8 ataques armados. Hoy son cerca de 332 personas y 98 familias retornadas tras 18 años de gritos compasivos, tiros de gracia y descuartizados en la acera.
En este estado se encuentra actualmente la estación de policía de Batata, 35 uniformados velan día y noche por la seguridad de este pueblo que aun vive la violencia, esta vez, por parte de otros grupos insurgentes como el llamado Clan del golfo o Los urabeños.
Álvaro Hernández, presidente de la mesa de víctimas de Córdoba, recibió durante mucho tiempo amenazas directas de grupos insurgentes por su negativa constante de ingresas a sus filas. En septiembre de 1989 tuvo que abandonar su finca en la vereda El Venado, con la única ropa que vestía y con miedo.
Más de 10 años tuvieron que pasar para que en Sacramento sus habitantes volvieran a ver al ejército paseándose por sus calles, en la época del conflicto, el gobierno nacional decidió retirar todas las tropas de esta zona de la Sierra Nevada.
Altar en homenaje a Cayetano Ortega, en la vía a La Sierra en los montes de María, donde fue arrojado hacia el barranco en su carro por la guerrilla de las FARC.
Cada aventurado paga mil pesos por ser transportado de una orilla a la otra para así poder llegar al pueblo. Ninguno advierte de la peligrosidad de esta práctica, pues lo hacen desde que tienen memoria.
Gloria Areiza vive en Sacramento, Magdalena. En 2001, cuando tenía 3 meses de embarazo y una niña de 6 meses de edad, su esposo fue asesinado, su casa fue quemada y le tocó huir. Aún vive con miedo, en una casa mitad cemento mitad tabla.
El arroz fue el cultivo con el que los habitantes de Coloso mantenían sus familias. La guerra les quitó sus tierras y muchas cosechas se perdieron. Poco a poco y gracias al cese bilateral del fuego, las familias vuelven a ver la agricultura como una forma de salir adelante.
Casi en lo más alto de la Sierra Nevada, florece Sacramento, donde han retornado 180 familias. Escenario de competencia entre la producción del café y los cultivos ilícitos. Las FARC y el ELN se hicieron sentir. Ubicaron campamentos, crearon peajes, se volvieron retenes y reclutadores.
Juguete encontrado en una de las casas de víctimas de desplazamiento forzado en Batata, Córdoba. La época en que estas tierras se usaban para la ganadería y la cría de caballos se olvidó por culpa de la guerra.
Martina Vanegas, de 48 años, es víctima de desplazamiento forzado. Salió de la vereda El Venado a causa de los constantes combates de la guerrilla y el Ejército. Hoy vive en Tierralta, Córdoba, donde construyó una casa y ha criado a sus tres hijas.
Catherine Pérez, de 43 años, sostiene en su mano la fotografía de su hermana desaparecida, Iris Esther Pérez, quien antes de cumplir 15 años fue reclutada por la guerrilla, el 12 de mayo de 1996. Iris es una más de los 3.000 niños reclutados en los últimos 20 años en Colombia por las FARC-EP.
Rodolfo Pacheco (nombre ficticio), de 70 años, vive en El Carmen de Bolivar, uno de los pueblos más afectados por el conflicto armado. El 6 de enero de 1999 fue herido de bala en medio de un combate de las FARC y el Ejército. Lo que quedó de ese día hoy vive consigo: cuatro marcas corporales con las que no nació.
Juan Enrique Hernández cuenta cómo a su familia (Dilson y Noris María) un burro les salvo la vida. Un 18 de abril de 2003, un Viernes Santo, a las 10:30 de la mañana, una bomba caída del cielo los sacó del letargo de la rutina diaria. Fue el Ejército. Según ellos, fue porque estaban cerca las FARC.
Los campesinos de Batata vuelven poco a poco a cultivar la tierra y con esto vuelven a pasearse por las calles del pueblo con su vaina y su machete, cada uno lo personaliza a su estilo.
Antiguo Colegio en La Tejeda, una vereda de El Carmen de Bolívar, el cual se derrumbó por una granada arrojada en medio de combates entre el Ejército y las guerrillas de las FARC.
Pacho Gonzales, 34 años, salió desplazado de la vereda El Bolsillo (Montes de María), en junio de 1999, regresó en 2008, luego del cese de combates. Hoy acostado sobre las escobas que fabrica en la vereda La Sierra, en pleno corazón de El Carmen de Bolívar, recuerda las noches en las que intentó dormir. El sueño se lo robaron el frío y los mosquitos en cañadas y matorrales, únicos refugios posibles para esquivar las balas que lanzaban unos y otros.
Sombrero de Jaime Hernández, de 49 años, campesino de La Sierra, vereda de Macayepo, en El Carmen de Bolívar. En 1998, durante un secuestro, fue obligado a componer canciones que alabaran las ideologías de las guerrillas ERP a cambio de continuar con vida. Años más tarde, las FARC lo desplazaron.
Pedro Padilla, agricultor de 58 años, perdió a su hermano Luis Alfredo en manos de las FARC. El día del crimen ya estaban advertidos. Pedro dejó a su hermano sembrando maíz, pero ni a él ni a las cosechas volvió a ver. La policía se excusó diciendo que allá ellos no se metían, que era zona roja.
Eduilson Goes Torres tiene 36 años. Vive en Gallo, corregimiento de Tierralta, escogido por el gobierno como uno de los puntos de concentración de las FARC. Entre el miedo y la esperanza él y su esposa, Everlides del Carmen, junto a sus cinco hijos, esperan que la paz traiga tranquilidad.
Rafael Alonso Miranda, un ganadero de 63 años, perdió su pierna a causa de un cilindro bomba que cayó al lado de su casa, en medio de enfrentamientos entre las FARC y el Ejército. A pesar de eso nunca dejó su hogar en Bellavista, Magdalena. Ahora en muletas espera salir adelante en su casa a medio construir.
Charlie Cordero es fotógrafo documental. Tiene 27 años. Tiene estudios de Fotoperiodismo en la Escuela de audiovisuales y multimedia ERAM (Universidad de Girona), en Girona, España, y un Máster en Fotografía Editorial y Fotoperiodismo de la escuela de artes y espectáculos TAI (Universidad Rey Juan Carlos) en Madrid, España. Los temas recurrentes en su trabajo son derechos humanos, ideología de género, memoria y reconciliación, conflictos y uso de la tierra. Actualmente colabora con medios como El País (España), Courrier International (France), El Tiempo, El Espectador entre otros, al tiempo que desarrolla proyectos personales. También trabaja como docente del programa de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad del Norte y la Universidad Autónoma del Caribe, en Barranquilla, Colombia.