Por Daniel Ortiz / @EscribidorEC
El día que Arnau Estanyol, barón catalán y cónsul de la Mar, fue detenido, ultrajado y torturado por la Inquisición bajo la acusación de herejía, el pueblo de la Ciudad Condal enardeció. Al grito de “Via fora!”, los bastaixos encabezaron una revuelta contra el Santo Oficio que lo había secuestrado porque ambicionaba su dinero, el que enriquecería las arcas del papa Urbano V.
“Via fora! Via fora!”, tronó en plaza Nova, en plaza Blat. “La Inquisición ha raptado a un ciudadano. ¿Cómo pueden acusar de hereje a un hombre que se ha desvivido por la Virgen del Mar? ¡Odian al pueblo catalán!”, vapuleaba la gente[i]. Entonces las campanas de Sant Jaume replicaron -¡todas las campanas replicaron!- y las ballestas, los puñales, las espadas de los hombres libres se cobijaron con los pendones de San Jordi: la host de Barcelona había sido convocada. Y nada ni nadie la detendría hasta alcanzar su cometido.
De poco sirvieron las amenazas de excomunión de Nicolau Eimeric, tal vez uno de los inquisidores más sanguinarios de la historia, porque ni el rey ni el papa podían intervenir en los asuntos de Barcelona. La multitud catalana exigía la liberación de Estanyol. Era la ley, su ley, y así se logró. El cónsul fue liberado y la host triunfó sobre los designios religiosos y las imposiciones monárquicas.
Mientras transcurren las páginas de la Catedral del Mar, uno se imagina la euforia de un pueblo abanderado, con sus armas, tambores y cornetas. Uno se siente parte de los alaridos, de la protesta social de los prohombres, las cofradías, los artesanos, las prostitutas, los niños, los marinos… un pueblo unido, caminando entre la calles de piedra en defensa de su Catalunya.
Quizá por esa tenacidad, Ildefonso Falcones construyó a Arnau Estanyol desde la miseria extrema de tiempos idos hasta la conversión en el hijo pródigo de la ciudad, una especie de Forrest Gump medieval que lucha contra el destino cruento. Bernat Estanyol, su padre, lo rescata de la muerte por inanición mientras su madre es prostituida por los guardias de Navarcles. ¿Qué pecado cometió ella? Haber humillado, puesto en duda la virilidad de su señor, porque el hijo que alumbró, luego de que él la violó en la noche de bodas, tenía el lunar de su esclavo, Bernat.
“Mira Arnau, Barcelona. Allí seremos libres”[ii], dialogaba el prófugo con su bebé. (Pues si se lograba vivir en Barcelona un año y un día, sin reclamaciones del señor feudal, se obtenía la carta de ciudadanía y vecindad). Sin embargo, durante el rescate de su hijo, Bernat tenía la certeza de que asesinó a un vigilante y de que por eso nunca sería libre… jamás él pero su unigénito sí.
Arnau pierde a su padre en la hambruna de 1334. Jamás vuelve a ser un niño, solo le queda Santa María del Mar, su madre protectora, la que jamás lo dejará solo, su eterna confidente.
Ante la desolación, el primer milagro de su virgen se cumple: Arnau es reclutado por la cofradía de los bastaixos, la más honorífica de la ciudad. De esclavo de la tierra se convierte en descargador del puerto y en el acarreador de las piedras descomunales con las que se edifica el mayor templo marino jamás conocido por la humanidad: la Catedral de Santa María del Mar.
Con los años, Arnau se desempeña como palafrenero, estibador, soldado, cambista y, debido a su prosperidad, pronto se eleva como el banquero del pueblo de Barcelona. Todo esto sucede bajo el amparo de su catedral, de su virgen -su madre postiza, con la que habla en secreto-, del minúsculo grupo de amigos –católicos, judíos y árabes- y de un amor imposible –tan imposible- como el cielo.
Algunos lo odian por derrumbar los privilegios de la nobleza, así que lo acusan ante la Inquisición. Y cuando todo parece perdido, cuando surge la tortura y la hoguera, al filo de la vida y la muerte, la host de Barcelona libera a su cónsul. No sin la ayuda etérea de Santa María del Mar.
Incólume ante la opresión externa
Corría el siglo XIV y la Barcelona ya buscaba su emancipación, su separación de los viejos poderes, del feudalismo y de los malos usos, como intestia, por el que los señores feudales tenían derecho a heredar parte de los bienes de sus vasallos; ius maletractandi, por el que podían maltratar a su antojo a los siervos de la tierra y quedarse con sus bienes; o firma de espoli forzada, por el que podían yacer con la novia de los payeses en el primer día de matrimonio.
Mientras el resto de los reinos ibéricos se sumergía en el oscurantismo, la Ciudad Condal se erigía como el emplazamiento más importante del Mediterráneo. Con un puerto comercial envidiable, con infraestructura de gran capital, con trabajadores comprometidos, el espíritu barcelonés jamás se arrodilló, jamás claudicó al Vaticano ni al Reino de Castilla ni a Génova.
A los pies de los Pirineos, entre los deltas fluviales del Llobregat y Besós, Barcelona ha resistido por siglos los embates de señores ajenos. Resistió toda opresión por la autodeterminación de Catalunya, un país milenario, una nación todavía sin Estado.
Batalló titánica contra la ocupación en la Guerra dels Segadors en 1640, de la cual proviene el actual himno catalán: “Que tiemble el enemigo al ver nuestra bandera: como hacemos caer espigas de oro, cuando conviene segamos cadenas”.
Luchó heroica ante los castellanos hasta que el 11 de septiembre de 1714, después de un año de asedio, sucumbió ante el poder de los Borbones y Felipe V eliminó los derechos e instituciones locales (que había mantenido durante la corona de la dinastía de los Austrias), humilló a la población y prohibió la lengua catalana.
Un 11S, tan fatídico como el de Santiago o el de Manhattan, marcó la caída de Catalunya. Ningún líder de la resistencia quedó con vida. Entonces surgió “la plana infame, porque eran tiempos infames”, como lo narra Gabriela Paz y Miño. Y a los niños se les obligó a escribir, una, dos, cincuenta veces: “No debo hablar en catalán / No debo hablar en catalán / No debo hablar en catalán”.
El sometimiento continuó por décadas, siglos. Una y otra vez, los catalanes creyeron posible la emancipación, aquella que sí alcanzaron las colonias latinoamericanas. Vieron algo de luz a través de la Mancomunidad en 1913 y con la constitución de la Segunda República Española, pero la desgracia los atravesó con las dictaduras de Primo de Rivera y Francisco Franco, respectivamente.
Con Franco en el poder, las fuerzas fascistas arrasaron Barcelona, que permanecía leal a la República. “En el siglo XX el terror paralizó no solo a la capital”, cuenta Elena Farré Santos (58)[iii], sigilosamente, inspeccionando el entorno. Recuerda cómo su madre fue desnudada, encadenada y paseada como trofeo franquista en Figueras, al norte, en el corazón del independentismo. Castigada por republicana, por librepensadora, por enseñar catalán a los niños en la clandestinidad. “La azotaron varias veces, la escupieron. Tardó muchos años en recuperarse”, luego se quiebra su voz. Se va.
Como a ella, el maestro Gaudí fue encarcelado por negarse a responder a la Policía en castellano; era 1924. Èric Bertran, de 14 años, fue acusado de terrorista en Madrid por exigir el etiquetado de los productos alimenticios en catalán; era 2004. Xavier Casanovas, profesor de la Universitat Politècnica de Catalunya, fue sancionado por hablar en catalán en el Aeropuerto de El Prat; era marzo de 2017. Los casos se repitieron en pleno siglo XXI, una y otra vez.
«Hay que bombardear Barcelona cada 50 años para mantenerla a raya», se jactaba el general español Baldomero Espartero, quien murió sin entender que ninguna acción represiva ni las desapariciones ni las vejaciones ni los recortes ni la eliminación de competencias… nada ha podido amilanar a los barceloneses. Desde el año 1975, una vez extinto el dictador Franco, con el retorno a la democracia, la llama independentista vive más prendida que nunca en Catalunya.
2010, el año del divorcio irrevocable
Aparte del eco de las botas militares, ¿qué ha pasado en Catalunya en los últimos años para el quebrantamiento definitivo con el Estado español? Los catalanes aducen que, en el 2010, el Tribunal Constitucional, fiel al Partido Popular (PP), declaró la inconstitucionalidad de 14 artículos del Estatuto de Autonomía de Catalunya, la norma básica de esa comunidad, la que regula la autonomía los márgenes de autogobierno de su territorio, que es casi del tamaño de Bélgica.
Joan Berni Blanch, presidente de Casal Català de Quito, sostiene que a raíz del fallo se observó una voluntad re-centralizadora del Estado español con una visión más autoritaria y con total desconsideración hacia las particularidades identitarias y hacia los símbolos que representan al pueblo catalán. Para él, esa sentencia fue un agravio. “Se sentenció por encima de lo aprobado por el Parlament de Cataluña y que posteriormente fue refrendado por los ciudadanos el 18 de junio de 2006”, explica. Grosso modo, el Estatuto norma las competencias del Govern, derechos y deberes ciudadanos, el régimen lingüístico o el sistema institucional de la Generalitat.
Entonces, Madrid le negó a Catalunya la organización económica con un modelo foral, que según Jaime Viñas significa que los territorios forales –como Navarra y el País Vasco- pueden recaudar todos sus impuestos, pueden configurar su sistema fiscal con autonomía (con salvedad del IVA) y pueden transferir al Estado solo las competencias no asumidas y un fondo de compensación interterritorial.
“Nos cancelaron la propuesta de soberanía fiscal o pacto fiscal. Queríamos y queremos recoger nuestros propios impuestos, nuestros ingresos, y luego establecer una relación lógica tanto para el desarrollo local como para la aportación hacia las zonas deprimidas de España. Siempre ha habido solidaridad en Catalunya para los otros pueblos, pero las vías de negociación con el Estado se han agotado, pese a que el Govern ha intentado, en infinidad de ocasiones, un mejor encaje de Cataluña en España ”, expresa Berni Blanch.
En el concierto europeo, Catalunya sería el noveno país en desarrollo económico, con 32 954 euros en renta per cápita media. La comunidad autonómica produce casi el 20% del PIB de España pero, según el Govern, el déficit fiscal anual es del 9% del PIB.
La sentencia del Tribunal Constitucional de Madrid lo cambió todo. Catalunya no volvió a ser la misma. Y, así como en la época medieval, gritó “Via fora!” para defender sus intereses, ahora clama “Som una nació. Nosaltres decidim” (“Somos una nación, nosotros decidimos”).
Entonces, en 2010 la maquinaria independentista cobró vida en Arenys Munt mediante la primera consulta popular sobre la independencia a la que luego se sumaron 136 pueblos más, y se propagó por 41 comarcas catalanas, en Gerona, Lérida, en las zonas rurales, en la frontera pirenaica, en Barcelona… Catalunya orgullosamente engalanada con la estelada, la bandera no oficial, la bandera prohibida por el franquismo. Hoy en día todos se unen en la capital cada 11S, se cuentan por cientos de miles, para demostrarle al PP que son mayoría y quieren ser una república.
Una lucha contrarreloj entre el PP y la Generalitat
El 1° de octubre del 2017 los catalanes irán a referéndum. “¿Quiere que Cataluña sea un Estado independiente en forma de república?”, es la pregunta soberanista que la Generalitat planteará a más de cinco millones de catalanes. Y ya no hay vuelta atrás: “La respuesta de nuestros conciudadanos, en forma de SÍ o de NO, será un mandato que el Govern se compromete a aplicar”, expresó un resoluto Carles Puigdemont, el pasado mes de junio.
https://www.youtube.com/watch?v=SNobGx2U_20
“Tenemos una pregunta muy clara y si la gente dice SÍ se dará vía libre a la regulación del referéndum y en 48 horas se proclamará la República. Vamos a ver cómo actúa el Estado español. Estamos en el siglo XXI, ya no volverán los tanques ni las bombas”, sostiene Berni Blanch.
El as bajo la manga de los catalanes es el proyecto de Ley de Transitoriedad Jurídica, que se mantiene en secreto, que seguramente está resguardado bajo siete llaves para evitar que los servicios de inteligencia españoles sepan de su contenido. El objetivo de este plan es que el Tribunal Constitucional no tenga tiempo para impugnar la normativa, conocida también como ley de desconexión, antes de las elecciones.
En menos de 72 horas se definirá el futuro de Catalunya. Los días 29 y 30 de septiembre y 1 de octubre serán fundamentales, críticos y apocalípticos a la vez: el Parlament tendrá que aprobar la Ley de Transitoriedad Jurídica en una lectura única, algo que parece factible con los votos de Junts pel Sí y la CUP. Por otro lado, los independentistas plantean montar una acampada multitudinaria en el centro de Barcelona, estilo 15-M, para resguardar el trabajo parlamentario y garantizar la seguridad del Govern.
Luego la pelota estará en el campo de Madrid. Una vez que se apruebe la ley y que se publique en el Diari Oficial de la Generalitat de Catalunya, el Gobierno central deberá impugnarla inmediatamente ante el Tribunal Constitucional, que a su vez tendrá menos de 24 horas para deliberar sobre un texto -que no conoce- y fallar sobre la legalidad o ilegalidad de la normativa.
Sin embargo, Soraya Sáenz de Santamaría, la número dos del Gobierno español, el cerebro organizacional del PP, ha sido categórica al afirmar que si la Generalitat necesita 48 horas para proclamar la independencia catalana luego del referéndum, “al Estado le bastan 24 horas” para paralizar la Ley de Transitoriedad Jurídica.
Y lanza una advertencia contra el Govern: “Más le valdría a la Generalitat dejar de sembrar división (…) La ley no es lo que redactan unos cuantos señores con delirios independentistas, la ley es lo que votan todos los españoles (…) El referéndum no se va a celebrar y a las 48 horas no va a pasar absolutamente nada».
El 1° de octubre será histórico para la Península Ibérica, al puro estilo de Jack Bauer en 24. Ese día la maquinaría del Estado y la pujanza de la Generalitat chocarán como trenes. La vorágine de un tiempo, que no se puede comprimir, superpondrá a unos sobre los otros. Será una lucha de Goliat contra Goliat. Mientras tanto David, es decir, el pueblo catalán (Lérida, Barcelona, Tarragona y Gerona) tendrá la oportunidad de decidir si aún quiere ser España o una nueva república.
¿Habrá una negociación de último momento que detenga el referéndum?, ¿sacará el PP un conejo del sombrero para impugnar la Ley de Transitoriedad Jurídica?, ¿se mantendrá unida la Generalitat si es que la comunidad internacional fustiga los comicios?, de lograr su cometido, ¿qué hará el Govern para ejecutar políticas públicas que materialicen la nueva nación europea?
Muchas son las preguntas y muy pocas las certezas por ahora.
Barcelona será el epicentro de la batalla final por la independencia. La ciudad de pintores como Dalí, Miró, Tápies y el mismo Picasso (que era de Málaga pero se formó en Barcelona); de músicos clásicos como Casals, Albéniz, Granados, y de los populares Joan Manuel Serrat y Manolo García; del genio Gaudí; pero también de migrantes, estudiantes y ciudadanos libres como los humildes bastaixos, inmortalizados en la puerta de la Basílica Santa María del Mar, que con su tesón y devoción construyeron y construyen la gran Catalunya.
[i] Diálogo presente en la novela La Catedral del Mar, de Ildefonso Falcones.
[ii] Diálogo presente en la novela La Catedral del Mar, de Ildefonso Falcones.
[iii] Nombre cambiado para proteger la identidad de la familia.
Excelente artículo, lo comparto.