Por Flavia Campeis
Elkin se levantó con una sonrisa esa mañana. Preparó huevos revueltos, arepas y un buen tinto. Sabía que no era una mañana cualquiera, aunque esa sonrisa particular lo había acompañado durante las últimas semanas.
Los días previos tuvieron al profesor amaneciendo muy temprano, aún de noche, para recorrer colegios y organizaciones sociales contando en qué consistían los acuerdos de paz firmados entre el gobierno nacional y las FARC, el pasado 26 de septiembre, y por qué era importante votar por el Sí en el plebiscito del 2 de octubre.
Las arepas se quemaron porque Elkin quería hacer tantas cosas a la vez para salir rápido a votar, que solo lo notó cuando el olor llegó a la habitación donde estaba leyendo las noticias. Todos los diarios describían la importancia de ese día. Pero no hubiera hecho falta narrarlo, en el aire se sentía.
El último intento de lograr la paz entre la guerrilla y el gobierno colombiano había sido en 1998. Aquella vez fracasó, aún sin llegar al voto popular. Esta vez, el pueblo tenía el poder histórico de elegir y decirle Sí o No a los ítems redactados en La Habana, tras cuatro años de fase pública de trabajo.
Elkin desayunó y fue a buscar a su madre, quien en otro barrio de la gran Medellín lo esperaba ansiosa. Juntos fueron a votar al mismo colegio.
Crónica del desconcierto
Según Elkin se notaba que no había participación directa de los partidos políticos, “sino, habría mucho más movimiento cerca de los colegios”.
Tras la votación, vino el almuerzo, con una tradicional bandeja paisa, jugo de guanábana y el postre… el postre era la espera, que parecía interminable. Miles de imágenes pasaban por las cabezas de todos los colombianos y colombianas.
A las cuatro de la tarde, Elkin miró el reloj y dijo: “La suerte está echada”. La familia completa estaba reunida en uno de los barrios más altos de Medellín, sobre la ladera de una de las montañas, porque celebraban un baby shower. En el encuentro entre hermanos, cuñados, sobrinos, tíos y nietos, la abuela, ya octogenaria, parecía la más impaciente. El resto también, aunque lo disimulaban en las charlas. Pero ella no podía, hacía 52 años que esperaba ese momento.
Pasadas las cinco de la tarde, los celulares fueron el centro de atención y casi nadie miraba el aguardiente que había comenzado a circular. No hizo falta prender el televisor. A la abuela le iban informando los más jóvenes, celular en mano.
Desde los primeros datos, todos los teléfonos decían lo mismo, esa realidad no esperada ni anticipada en las encuestas: había ganado el No.
Uno de los hermanos de Elkin se animó a decir, en medio del silencio y la impresión: «Esto es el resultado de tantos años de guerra, nos quitaron hasta las ganas de decirle Sí a la paz, nos adormecieron como pueblo”.
Lo que iba a terminar con una celebración en el teatro Pablo Tobon Uribe terminó con una rápida despedida del encuentro familiar, antes de finalizar ella fiesta, porque claro, comenzaban a aparecer los familiares que habían votado por el No, que habían permanecido callados, y la discusión estaba por florecer en cualquier momento.
También comenzaron a llenarse los celulares de mensajes por parte de quienes se consideraban “ganadores”, con bromas y burlas hacia los supuestos “perdedores” que habían votado por el Sí. Y todo parecía reducirse a bromas típicas que se hacen tras perder un partido de fútbol. Pero aquí había pasado mucho más que eso. El desconcierto.
Elkin se fue a dormir muy temprano. Recién al otro día, arepas y tinto de por medio, pudo hacer un análisis de lo ocurrido: “la falta de sensibilidad social ha quedado demostrada. En las zonas donde la guerra no ha afectado fuertemente, votaron por el No. Pero en las zonas de periferia, donde se ubica el teatro de operaciones de la guerra, donde están los desplazados y las víctimas, votaron por el Sí. Eso quiere decir que a quienes tranquilamente ven la guerra por televisión no les preocupa que el enfrentamiento armado afecte en la cotidianidad a tantos colombianos. Es una lástima”, reflexionó.
A las calles
Los días que siguieron a la votación fueron días de liberación en varios sentidos, sobre todo, porque muchos votantes del No comenzaron a aparecer y a dar su opinión, tras un manto de silencio que dejó en vilo a encuestadores y a militantes.
Con el resultado, los votantes del No se esforzaban por explicar que su voto fue en contra de algunos puntos del acuerdo y no en contra de la paz propiamente dicha. Por ejemplo, un taxista aseguró que “con ese No que se dijo, no estamos diciendo que no queremos la paz. ¿Quién no la quiere? El No es para que se revisen los acuerdos porque hay muchas cosas que son lesivas para el pueblo colombiano”.
Las principales ciudades del país tuvieron expresiones a favor de la paz, Bogotá fue el epicentro, donde más personas salieron a marchar, sobre todo jóvenes, que desde pocas horas después del resultado, montaron un campamento en la plaza Bolívar.
Al día siguiente de la votación se realizó una movilización en el centro de la capital, y el miércoles siguiente hubo 50 mil personas en la calle, con la marcha de las luces o las antorchas. A los ocho días del plebiscito se realizó otra marcha, igualmente concurrida, llamada la marcha de las flores, donde víctimas, indígenas y campesinos de todo el país, fueron recibidos en la calle 7ma por gran cantidad de vecinos. La siguiente marcha se hizo el jueves 20 de octubre, y también llegó a la plaza Bolívar, donde se montó una escenografía con imágenes en tamaño real, de 480 de las 6 mil víctimas de la Unión Patriótica y entre ellas ramas de árboles o arbustos verdes, simulando la selva.
Mientras todo esto ocurre cada semana, continúan llegando carpas para instalarse en la plaza central de Bogotá y ahora, tres semanas después, han ocupado gran parte del predio, con carteles impactantes como “le han dado golpe de estado a la paz”.
En la plaza hay personas de todas las edades, pero entre ellos se destaca un jovencito de solo 17 años, Pedro Pachón, estudiante del primer semestre de Antropología en la Universidad Nacional de Bogotá. “Vine porque no podemos dejar perder estos acuerdos –dice–, esta es una oportunidad única para Colombia y hay que seguir presionando desde la movilización social, hay que mostrarnos. Nos vamos a quedar hasta que los acuerdos de paz sean implementados en nuestra Nación”.
Mientras sigue el campamento, semanalmente se realizan asambleas en la zona de Teusaquillo, en Bogotá, donde cientos de jóvenes debaten y generan actividades concretas para avanzar en el camino de la paz definitiva y duradera. Estas asambleas se dieron a llamar “Paz a la calle” y aseguran que su idea es que la aplicación de los acuerdos no solo dependan de los políticos y la guerrilla, sino de todos los ciudadanos interesados en que Colombia viva definitivamente en paz. En las últimas semanas, estos encuentros han tenido réplicas en otras ciudades y también en otros sectores de Bogotá, como en Kennedy.
Hasta una de esas asambleas en Bogotá llegó parte del Consejo Comunitario de la Comunidad Negra La Esperanza, interesados por saber qué se está pensando en la gran ciudad.
Con una pantalla de fondo sobre la cual se proyectaban las imágenes del encuentro en Ecuador con el inicio de las negociaciones de paz entre el gobierno colombiano y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), Carmen Angulo, integrante de la comunidad, explicó: “Estamos en esta “plazamblea” por la paz, que es muy valiosa para nosotros, por tanta masacre, desplazamiento y desaparición forzosa que hemos sufrido en nuestra comunidad del territorio río Naya”.
Ese templado lugar donde viven está ubicado en el Valle del Cauca, y para llegar a Buenaventura deben hacer un largo viaje en canoas. “La guerra nos perjudica porque nuestra zona es de difícil acceso, retirada de la ciudad, todo lo que necesitamos lo tenemos que llevar en lancha, es una zona donde el conflicto armado dejó muertos, gente desaparecida, ha habido presencia por parte de la guerrilla, de los paramilitares, hemos sufrido el desplazamiento forzoso y masacres”, cuenta Carmen y también se refiere al voto por el No: “A los que votaron por el No les pido encarecidamente que tomemos conciencia y sepamos por qué no votamos por el Sí, creo que desde ahora en adelante vamos a tomar conciencia todos y a conseguir esa paz que tanto anhelamos.”
La comunidad del Naya tiene muy bajos recursos económicos, se alimentan de su propia agricultura y también de la minería que implementan mediante el sistema de barequeo. En esa región, el 70 por ciento de la población votó por el Sí.
Lejos, muy lejos de la realidad de esta comunidad, en Medellín –la ciudad natal de quien encabezó la consigna contra el acuerdo, el ex presidente Álvaro Uribe Vélez–, el No obtuvo el 62,97 por ciento. Y lejos también, pero en la capital, Bogotá, el Sí se llevó el 56,07 por ciento.
Sin embargo, lo que esperanza a quienes buscan un acuerdo “ya” es que la diferencia porcentual fue de menos de un punto, con un total de electores en el país del 50,21 por ciento de los votos por el No y del 49,78 por ciento por el Sí, con una abstención de más del 60 por ciento de potenciales votantes.
“Paz a la calle” es la consigna que pretende nuclear a quienes votaron por el Sí y por el No, pero quieren la paz pronto para su país.
Con algunos pasos hacia adelante y algunos otros hacia atrás, la historia de la paz en Colombia parece estar en una nueva etapa que se defiende en las calles.
Este 26 de octubre se espera una nueva marcha por el Sí a la paz. El 29 los votantes del No también organizan una movilización. Mientras tanto, el cese bilateral al fuego tiene nueva fecha: el 31 de diciembre. ¿Será el 2017 un feliz año nuevo?