Por PACO GÓMEZ NADAL, Colombia Plural
Este artículo fue publicado originalmente por nuestro medio aliado Diagonal.
Laureano Gómez, el más furibundo político conservador de la historia de Colombia, vivió y compartió los ideales nacional-católicos del falangismo. El tiempo que pasó en la España de Franco (1948 y 1949) marcaron profundamente su nacionalismo católico integrista y determinaron buena parte de la política colombiana. Fue en Benidorm (1956) y en Sitges (1957) donde las élites de los dos grandes partidos políticos de ese país (el Liberal y el Conservador) se repartieron el poder entre 1958 y 1974, secuestrando así a un país que antes habían desangrado con sus guerras civiles continuadas casi desde que se declaró la independencia.
Cuando regresó de su pequeño exilio de lujo en España, Gómez dijo ante las masas conservadoras en Medellín: “El basilisco era un monstruo que reproducía la cabeza de una especie animal, de otra la cara, de una distinta los brazos, y los pies de otra cosa deforme, para formar un ser amedrentador y terrible del cual se decía que mataba con la mirada. Nuestro basilisco camina con pies de confusión y de ingenuidad, con piernas de atropello y de violencia, con un inmenso estómago oligárquico; con pecho de ira, con brazos masónicos y con una pequeña, diminuta cabeza comunista, pero que es la cabeza…”.
La obsesión anticomunista no era patrimonio de Gómez. Tampoco la alergia a las reformas estructurales que necesitaba un país donde la tierra y el poder seguían manejándose con los criterios coloniales del gamonal o a aquellas que restaban poder a la Iglesia católica en el control de la educación. La alianza entre conservadores y católicos en Colombia es secular. La campaña que ha fomentado el ‘no’ a los acuerdos de paz negociados en La Habana y firmados en Cartagena de Indias entre el Gobierno y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) comenzó alertando a la ciudadanía de que el país sería entregado al “castrochavismo”. La cabeza del basilisco era representada por las FARC, que, aunque minoritarias, habrían absorbido a Juan Manuel Santos y su Gobierno y amenazaban con tomarse el poder de forma sibilina.
A lo largo de la corta e intensa campaña hacia el plebiscito que el domingo 2 de octubre ganó el ‘no’ por apenas 53.894 votos (un 0,43% de diferencia con el ‘sí’), el discurso se fue suavizando y, anoche, el expresidente Álvaro Uribe, líder del ‘no’ y del negacionismo de la guerra, se felicitaba por el triunfo de la “democracia ante toda la presión oficial para imponer el ‘sí” y porque, al no poder implementarse los acuerdos de La Habana, se salvaban “los valores de la familia, defendidos por nuestros líderes religiosos y pastores morales”.
El sueño de la patria católica de Laureano Gómez no parece haber desaparecido. Uribe, junto al ex procurador general Alejandro Ordóñez, confeso ultrarreligioso, son las dos cabezas más visibles de una corriente política tan vieja como colombiana que quiere rescatar a Colombia del “basilisco”, aunque, en realidad, lo que han logrado parcialmente es mantenerla secuestrada.
Los votos
El plebiscito sobre el acuerdo de paz ha partido, una vez más, a Colombia en dos. Con el abstencionismo más alto en 22 años en un país ya de por sí abstencionista (solo votó el 37,43% del censo electoral), la radiografía política es contundente. Las dos colombias tienen sus territorios y sus formas muy bien definidas.
La Colombia del ‘sí’ fue la de los municipios más golpeados por la guerra. En lugares que conforman la cartografía del horror (como Bojayá, Apartadó, Toribío, Ovejas, Buenaventura o Tumaco), el ‘sí’ arrasó. Los 6.377.482 votos del ‘sí’ también se ganaron en la capital del país, en Bogotá, y en los departamentos de marcado carácter étnico. Todos los departamentos de la costa atlántica y de la pacífica, de mayoría afrodescendiente, votaron por el ‘sí’. También lo hicieron los departamentos más indígenas, como el Cauca o Putumayo.
El ‘no’ encontró su nicho en la Gran Antioquia, el centro y el oriente del país, conformado a mediados del siglo XIX cuando la bonanza cafetera provocó un intenso proceso de colonización antioqueña del que nació el conocido como Eje Cafetero (Caldas, Risaralda y Quindío) y otro éxodo de campesinos de Cundinamarca y Boyacá hacia los Llanos. Migración criolla que desplazó el eje del poder postcolonial de la costa Caribe (donde Cartagena, Barranquilla y Santa Marta eran las ciudades fuertes del país) al centro y este del país.
El ‘no’ ha arrasado en el Eje Cafetero y Antioquia y, en especial, por el número de votos, en Medellín, la capital paisa que presume de un regionalismo criollo que ha llevado al ‘no’ a sacar una diferencia de casi 26 puntos al ‘sí’. Antioquia, el feudo de Álvaro Uribe y de un fuerte lobby empresarial conocido como “el Sindicato Paisa”, vuelve a poner los votos que determinan el futuro del país.
La crisis política
Lo que viene a partir de ahora es incierto. Las FARC anunciaron su intención de seguir luchando “con la palabra”. La segunda guerrilla del país, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), también anunció su intención de seguir trabajando en la construcción de la paz. Una lección de política con perspectiva. Lo mismo dijo Juan Manuel Santos, aunque él tiene el enemigo muy cerca, incluido su vicepresidente, Germán Vargas Lleras, que ha mantenido una posición ambigua como jefe del partido Cambio Radical, uno de los más afectados por la parapolítica.
Las opciones son pocas. El plebiscito es vinculante e impide, tal y como indicó la Corte Constitucional, avanzar en la “implementación jurídica” de los acuerdos, pero no limita a Santos para reformar lo acordado o para buscar nuevos acuerdos. Los expertos jurídicos apuntan a dos escenarios: la reapertura de la mesa de negociación de La Habana, pero, esta vez, incluyendo a representantes del Centro Democrático, el partido de Uribe. La otra es avanzar hacia una Asamblea Constituyente, la única petición común del uribismo y de las FARC.
En este momento, como titulaba el diario ADN, lo que hay es “¡desconcierto!”. Santos ha convocado a una gran reunión de todas las fuerzas políticas y el equipo negociador del Ejecutivo, ya sin Humberto de La Calle a la cabeza tras su renuncia, debía viajar el 3 de octubre a La Habana para reunirse con los representantes de las FARC.