Por Decio Machado
El pasado 8 de noviembre, Donald Trump fue designado el 45º presidente de Estados Unidos. Inmersos aún en la resaca electoral y utilizando términos médicos, chorros de tinta corren por doquier en un mundo que quedó impactado por una especie de síndrome de estrés postraumático a escala global.
Si algo define el momento político actual es la incertidumbre respecto de las consecuencias que tendrá la elección de Trump como jefe de Estado y de Gobierno de los Estados Unidos.
Error estratégico de los análisis políticos
Durante toda la campaña electoral se posicionó hasta la saciedad la idea de que en esta contienda electoral tendría un especial protagonismo el voto de las minorías étnicas. Sin embargo, las minorías –como su propio nombre indica– son minorías y el 72% de la población estadounidense es, utilizando terminología sajona, White Anglo-Saxon Protestant (un apelativo no muy apropiado, teniendo en cuenta que los católicos ocupan un tercio del porcentaje de población blanca). Este indicador coincide con el electorado votante en estas últimas elecciones (70% de los votantes fueron electorado blanco) y es en este target en el cual el discurso de Trump tuvo mayor aceptación.
Con independencia de lo anterior y pese a las constantes alusiones xenófobas del discurso trumpiano, comparativamente la candidatura de Trump recibió en esta ocasión más apoyos latinos de los que había recibido el candidato republicano Mitt Romney en las elecciones que perdió frente a Barack Obama, en 2012. Según la encuestadora Latino Decisions, la minoría más numerosa del país aumentó su participación en al menos dos millones en relación con el 2012, lo que significó que aunque Romney obtuviese en las elecciones anteriores un 23% de apoyo electoral latino y Trump en la actual tan sólo el 18%, el computo general favoreciera al reciente electo presidente.
Pero además de lo anterior, hemos de sumar el voto sorpresa que devino de la población femenina. Aunque las mujeres afroamericanas y latinas votaran masivamente a Hillary Clinton (94% y 68% respectivamente), fueron las mujeres blancas –con mayor incidencia electoral- las que impulsaron la victoria de Trump, votando el 53% de estas por un candidato marcadamente misógino.
El discurso de Trump estuvo dirigido al 49% de la población que compone la clase media trabajadora del país, que son quienes más han sufrido la crisis económica y que comienzan a tener claro que el sistema en el que viven ha sido diseñado pensando solo en favorecer a sus élites. A pesar de que Obama abandone el Despacho Oval de la Casa Blanca con unos índices de valoración personal muy elevados, lo cierto es que tras los ocho años de su gobierno, los ingresos de los hogares medios estadounidenses han menguado, fenómeno que ya venía heredado de los años de mandato de George W. Bush. La esperanza media de vida (mayor indicador existente de desigualdad) de la clase trabajadora blanca en Estados Unidos viene descendiendo desde principios de siglo, duplicándose durante la última generación dicho indicador entre las élites del 1% y los ciudadanos con menor capacidad adquisitiva del país.
Es por ello que el discurso de Trump consiguió calar en la ciudadanía blanca estadounidense, de forma mayoritaria (53%) en los mayores de 45 años. Este dato no es baladí, teniendo en cuenta el proceso de envejecimiento que sufre este target poblacional en la actualidad, y que hizo que la Oficina del Censo de Estados Unidos pronosticara unos años atrás que los blancos dejarán de ser la mayoría de la población a partir del año 2043. Es este sector el que entendió que la candidatura de Donald Trump representaba, más allá de sus estrambóticas apariciones públicas, la mejor defensa del sistema tradicional y patriarcal en el que se educaron y la mejor opción posible para asegurar el American way of life en el que se criaron, pretendiendo así recuperar el bienestar perdido durante las últimas décadas.
Por otro lado, la candidatura de Hillary Clinton estuvo lejos de conectar con las y los jóvenes que en su momento habían apoyado el “Yes we can” de Barack Obama, en 2008. Ni gozaba de su gran carisma ni de su oratoria, tampoco de un discurso social sólido dada su identificación con los poderes fácticos de Wall Street, y mucho menos de la credibilidad y sonrisa perfecta del hoy presidente saliente. En todo caso, la elección de Obama en 2008 ya había significado un aviso de demanda de cambio por parte de la sociedad estadounidense y que en esta ocasión el Partido Demócrata no supo interpretar, articulando un claro complot bajo presión de las élites económicas contra lo más aproximado que tenía a eso: su precandidato presidencial Bernie Sanders.
Impacto de la elección de Trump en la política exterior
Aunque el eje programático de Donald Trump durante su campaña presidencial estuvo centrado en la política interna, “Estados Unidos primero”, sus referencias al mundo exterior se basaron en proponer un giro proteccionista en materia comercial, todo ello sin abordar de forma coherente la agenda diplomática estadounidense.
Interpretando entre claroscuros, la propuesta de Trump se sitúa a medio camino entre el nacionalismo y el aislacionismo. Propone una transformación total y absoluta de la política exterior de Estados Unidos, aunque su discurso se caracteriza por la ausencia de detalles. Mantiene la tesis de cambiar las formas de relación que han caracterizado la política exterior estadounidense durante las últimas décadas respecto de Asia, Europa, Oriente Medio y Rusia, comenzando por plantear un acercamiento respecto de este último país.
El primer impacto que esto podría tener se daría en la política establecida desde Washington en relación con el conflicto sirio. Trump elogió a Bashar el Assad durante la campaña electoral, y es muy posible que busque una alianza con el gobierno sirio y Vladimir Putin bajo el objetivo de destruir militarmente al Estado Islámico. Trump ya propuso en 2015 prohibir la entrada de los musulmanes en Estados Unidos, para posteriormente indicar la necesidad de un “escrutinio externo” mediante “tests ideológicos” que permitan seleccionar qué migrantes tienen acceso al país. De igual manera y en esa misma línea, el multimillonario también manifestó su rechazo a la admisión de refugiados sirios bajo el argumento de que podrían ser terroristas islámicos.
En el marco de contradicciones que caracterizan sus propuestas electorales en materia de relaciones internacionales, Trump se desmarcó claramente de la política internacional auspiciada por parte del último presidente republicano, el inefable George W. Bush, indicando que “al contrario que otros candidatos a la presidencia, la guerra y la agresión no son mi primer instinto. Una superpotencia sabe que la cautela y la contención son señales de fortaleza”. Sin embargo, esta declaración se contradice con las que emitió en 2002, cuando consultado sobre si estaba de acuerdo con la entonces inminente invasión de Iraq, contestó: “Si, creo que sí. Ojalá se hubiera hecho de forma correcta la primera vez”, en referencia a la primera guerra del Golfo, en 1991. En este mismo sentido, durante el período de campaña, Trump manifestó que contaba con un plan secreto para acabar con el Estado Islámico en 100 días, dejando entrever su voluntad de incluso desplazar a los mandos militares destinados en Oriente Medio que no sean lo suficiente enérgicos en sus estrategias contra los yihadistas.
Fue el presidente egipcio Abdulfatah Al-Sisi el único mandatario con el que Trump se reunió en Nueva York durante la Asamblea General de Naciones Unidas el pasado septiembre, y el primer mandatario de otro país con el que habló telefónicamente tras su victoria electoral. Donald Trump considera a Egipto como un socio clave en su estrategia frente al Estado Islámico y ha llegado a alabar públicamente al actual mandatario egipcio por haber “tomado el control” de su país tras el golpe de Estado que protagonizó contra el presidente islamista Mohamed Mursi, en 2013, y haber apaciguado las revueltas de la “primavera árabe” egipcia.
En relación con el Oriente Medio, es también importante destacar el hecho de que una de las primeras autoridades extranjeras en recibir una llamada de Donald Trump haya sido el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, quien a su vez no dudó en manifestar su entusiasmo por la elección del magnate republicano. Con Trump en la Casa Blanca se pueden complicar mucho las demandas palestinas. De hecho, el nuevo líder estadounidense ya anunció su voluntad de trasladar la embajada de Estados Unidos desde Tel Aviv a Al-Quds (Jerusalén), lo que implicaría un reconocimiento de este lugar como la capital del Estado de Israel y una violación de las resoluciones internacionales del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Para terminar con lo concerniente a Oriente Medio, el país que se manifiesta más preocupado por el cambio político estadounidense es Irán, pues Trump ha manifestado su voluntad de cancelar el acuerdo nuclear alcanzado entre este país y la comunidad internacional el pasado año. Mediante dicho acuerdo se establecieron las pautas para garantizar la naturaleza pacífica del programa nuclear iraní a cambio del levantamiento progresivo de sanciones económicas. Toda la comunidad internacional, incluidos en esta los más acérrimos enemigos de esta república islámica –Israel y Arabia Saudita– reconocen que Irán ha respetado hasta ahora los términos del llamado Acuerdo de Viena. Trump define a este trato como “el peor acuerdo jamás negociado”, demostrando sus complicidades con el grupo de presión judío estadounidense AIPAC (American Israel Public Affairs Committee) –lobby sionista que tiene como principal eje de intervención el Congreso de los Estados Unidos y la Casa Blanca-. La prioridad principal de AIPAC en este momento es, textualmente, “desmantelar el desastroso acuerdo con Irán, una catástrofe para Israel y Oriente Medio”. Es un hecho que figuras como Newt Gringrich (ex líder republicano en el Congreso), John Bolton (ex embajador en Naciones Unidas) o Bob Corker (presidente de la comisión de Relaciones Exteriores del Senado), que son las personalidades que más suenan en este momento como futuros secretarios de Estado en el futuro gobierno de Trump, están claramente vinculados con este lobby sionista.
Otro de los cambios importantes que se atisban respecto de la política militar estadounidense tiene que ver con las declaraciones de Trump sobre Europa. “Estados Unidos tiene que estar preparado para dejar que esos países se defiendan a ellos mismos”, aseveró el recién elegido presidente en abril del presente año. Esto podría implicar una colaboración menos activa con alianzas militares intergubernamentales como la OTAN, y en el marco de las nuevas alianzas con Rusia una revisión de las estrategias injerencistas norteamericanas en el conflicto ucraniano.
A su vez y en el plano comercial, Donald Trump se comprometió a romper o renegociar pactos como el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) y combatir lo que él denomina prácticas comerciales injustas de China, imponiendo aranceles punitivos a los productos asiáticos. Ya en 1987 Trump descalificó duramente a Japón mediante un anuncio de una página entera en el diario The New York Times que él mismo financió, mientras que en la actualidad el mensaje viene a ser el mismo cambiando Japón por China. Diversos economistas estadounidenses consideran que esto podría implicarle al país volver a la recesión económica, pues estarían amenazadas las cadenas de suministro norteamericano con bajo costo de mano de obra de las que se valen muchas empresas estadounidenses. De igual manera, se pondría en cuestión a las compañías que dependen de las importaciones chinas, así como firmas de agrobusiness y otras corporaciones de Estados Unidos para las que China se ha convertido en un mercado estratégico de gran proyección. En definitiva, se pondría en riesgo el ya magro crecimiento estadounidense.
“Nunca volveremos a someter a este país, a este pueblo, a los cantos de sirena del globalismo”, indicaba Trump durante su campaña electoral y se reafirmaba diciendo, “la nación-estado sigue siendo el fundamento de la felicidad y de la armonía, soy escéptico al respecto de las uniones internacionales que nos atan y que nos destruyen, y no permitiré que Estados Unidos entre nunca en ningún acuerdo que reduzca nuestra capacidad de decidir en nuestros propios asuntos”. Toda una declaración antiglobalización del próximo presidente estadounidense.
Trump y América Latina
Otras de las consecuencias de la elección presidencial estadounidense tiene que ver con el nuevo marco de relaciones que se establecerá con América Latina. A pesar de que Trump no le dio importancia a la región, hay dos anuncios claros: la polémica propuesta de construir una ampliación del muro ya existente en la frontera con México y la voluntad de “dar marcha atrás” a las medidas de normalización en las relaciones diplomáticas con Cuba impulsadas desde la administración Obama.
Las lógicas restrictivas frente al fenómeno migratorio tendrían un impacto muy importante en las economías regionales, pues estas reciben anualmente en torno a unos 65.000 millones de dólares por remesas de sus migrantes. Según declaraciones de Donald Trump en su primera aparición televisiva tras su triunfo electoral, su intención es expulsar entre dos y tres millones de migrantes que según él tienen “antecedentes penales”. De ser así, el impacto será fuerte especialmente para las economías de países centroamericanos, como Guatemala, quiequen mantiene cierto equilibrio macroeconómico gracias a los 7.000 millones de dólares que reciben cada año de sus migrantes.
Respecto de México, el discurso trumpiano genera un fuerte impacto en el sector empresarial y encubre un notable desconocimiento sobre el valor económico para Estados Unidos de esta relación bilateral.
De darse un retroceso en las relaciones económicas entre México y Estados Unidos, el país latino degradaría su perfil crediticio –hoy calificado en “BBB” con perspectiva estable- y ralentizaría aún más su magros pronósticos de crecimiento económico. Las propuestas proteccionistas de Trump durante la campaña electoral podrían conllevar un gravamen del 35% sobre los productos mexicanos (el 80% de las exportaciones mexicanas tiene como destino su vecino del norte), la reducción del ingreso por remesas (2% del PIB de México) y la parálisis de la industria maquiladora que se ubica en la frontera entre ambos países.
Sobre la involución de las lógicas de normalización en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, la propuesta de Trump responde a las presiones ejercidas por parte de los partidarios de una política dura hacia Cuba, insertados en el Partido Republicano.
La isla caribeña ha vivido durante más de cinco décadas sin necesidad del coloso del Norte, si bien es cierto que en la actualidad y con el debilitamiento del gobierno bolivariano de Venezuela, la economía cubana corre serios riesgos. Los beneficios de normalizar relaciones con Estados Unidos son claros para la isla, y basta señalar como ejemplo que, a pesar del estancamiento económico mundial, entre enero y junio del presente año Cuba ha recibido un 15% más de turistas internacionales que en el mismo período del año anterior, lo que se tradujo en una inyección de dinero de 1.200 millones de dólares en la economía cubana. De los 2,15 millones de turistas que visitaron la isla durante este primer semestre, algo más del 15% llegaron desde Estados Unidos.
Para el resto de la región, la elección de Trump posiblemente signifique la tendencia a profundizar las relaciones comerciales y económicas con la zona Asía-Pacífico. Voluntades como la del actual gobierno argentino de firmar un TLC con Estados Unidos seguramente quedarán bloqueadas, y el acceso de los productos latinoamericanos al mercado estadounidense probablemente va a decrecer notablemente.
En el plano de lo político quizás Colombia pierda apoyo para la futura implementación de la agenda devenida del acuerdo con las FARC, la cual en buena medida depende de la cooperación de Washington e incluye apoyo a la política antinarcóticos, justicia y garantías de no extradición. La ayuda prometida por Obama para el proceso de paz y el posconflicto fue de 450 millones de dólares. El país suramericano tan solo tiene asegurado el presupuesto ya aprobado para el año 2017.
Trump no ha hecho ni una sola referencia durante la campaña electoral a Venezuela ni a ningún otro de los países autodefinidos como del “Socialismo del Siglo XXI”. Sorprendentemente el subcontinente carece de importancia geopolítica y comercial para el Donald Trump presidente, pero no para su holding empresarial.
Si bien América Latina no es el principal centro de operaciones comerciales de Trump Organization, el holding que agrupa a las empresas de Donald Trump, lo cierto es que mantiene con la región algunas relaciones económicas altamente beneficiosas. En la Ciudad de Panamá se levantan 70 pisos en el Trump Ocean Club Internacional Hotel and Tower, precisamente la primera inversión del magnate estadounidense fuera de las fronteras de su país en el 2011. Desde entonces hasta hoy se desarrollaron otras inversiones inmobiliarias en la región, mediante un proceso relativamente reciente de internacionalización de esta corporación empresarial. La última de ellas ha sido la construcción del Trump Hotel Rio, situado en la elitista playa de Barra de Tijuca, que fue inaugurado para las Olimpiadas de Río de Janeiro en julio de 2016.
El mundo, en un mar de dudas
Según Edgar Morin, padre de las ciencias complejas, “la política es el arte de lo incierto, lo que nos lleva a un principio de incertidumbre política generalizada”. Nunca esta cita del filósofo y sociólogo francés de origen sefardí tomó tanta vigencia como en la actualidad. Trump asegura que “el mundo debe saber que no vamos al extranjero a buscar enemigos; al contrario, siempre nos alegra que los viejos enemigos se vuelvan nuestros amigos y que los viejos amigos se conviertan en aliados”, agregando a esto que, “eso queremos: traer paz al mundo”. Pero al mismo tiempo indica que “Estados Unidos será fuerte de nuevo; Estados Unidos será grandioso de nuevo; este país será amigo de nuevo”.
La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos se inscribe en el “reinado de la incertidumbre”, pero al mismo tiempo se expresa en un rechazo creciente al establishment que representaba Hillary Clinton y significa una ruptura con las lógicas devenidas durante más de setenta años de liderazgo global de Estados Unidos.
A nivel interno, las primeras víctimas de estas elecciones son las élites políticas tanto del Partido Demócrata como del Partido Republicano. La política estadounidense sufrirá una reconversión. ¿Hacia donde? Está por verse. En todo caso, Trump asumirá el cargo como el presidente con más poder de los últimos años en Estados Unidos, dominando los republicanos las dos cámaras legislativas pero tras haberse impuesto además sobre el status quo político conservador y su emporio mediático. Haber designado como compañero de fórmula a Mike Pence le da además un fuerte apoyo entre los simpatizantes evangélicos del país, pese a que su visión económica esté muy lejana de la ortodoxia económica republicana.
En el ámbito de la política internacional, las actuales posiciones de Trump le llevan irremediablemente a un enfrentamiento por igual con las visiones clásicas de republicanos y demócratas. Romper con la idea de que Estados Unidos es el “responsable” de mantener el orden y la “libertad” mundial lo enfrentará con los aliados más cercanos a Washington, así como con el complejo militar-industrial y determinadas élites de Wall Street y sus corporaciones instaladas a lo largo y ancho del planeta.
Pero también el sistema goza de mecanismos de presión sobre el magnate norteamericano, el primer round lo veremos unas semanas antes de su investidura. Por esas fechas tendrá lugar el juicio que debe enfrentar la Universidad Trump frente a una denuncia colectiva y al que le seguirán otras 70 demandas pendientes contra diferentes empresas de su corporación.
Lo cierto es que sentar a este atípico multimillonario en el sillón presidencial de la Casa Blanca significa destapar la caja de Pandora, planteando múltiples conflictos de intereses internos y externos a los que antes nunca se había enfrentado Estados Unidos. El código de reglas de la política estadounidense está en el tacho de la basura, y esto no es más que la consecuencia derivada del declive del último imperio mundial, lo que pone en marcha una lógica de desafíos a los poderes establecidos al que no se había asistido durante la implementación del sistema post Segunda Guerra Mundial.
Volviendo a Morin, estamos obligados a “aprender a enfrentar la incertidumbre puesto que vivimos una época cambiante donde los valores son ambivalentes, donde todo está ligado”.
Decio Machado es sociólogo, periodista y Consultor Internacional. Miembro fundador del periódico Diagonal, aliado de La Barra Espaciadora, y colaborador en diversos medios de análisis político y económico en América Latina y Europa. Investigador asociado en Sistemas Integrados de Análisis Socioeconómico y director de la Fundación Alternativas Latinoamericanas de Desarrollo Humano y Estudios Antropológicos (ALDHEA).