[sg_popup id=»2″ event=»onload»][/sg_popup]Por Carlos Cabrera
El domingo 7 de mayo, un triunfante Emmanuel Macron, de 39 años, decía tras la pirámide del Louvre: “Esta noche lo han conseguido, Francia lo ha conseguido”, después de vencer a Marine Le Pen, con el apoyo de 66,06% de los electores, mientras que Le Pen fue respaldada por 33,94% de los votantes. Su discurso repetía las palabras “esperanza”, “humanismo”, “luz”, “república”. Y esas palabras recordaban los profundos orígenes de la “democracia”. Sin embargo, tras ellas solo encontramos un vacío silente de una democracia que cada día está más lejos y de un mercado omnipresente.
Que Macron haya dado su discurso de victoria detrás de la famosa pirámide del Louvre no es una coincidencia. El mensaje está claro, Macron nos dice: “Esta noche es Europa y el mundo quien nos está mirando, Europa y el mundo esperan que defendamos ante todo el espíritu de la luz”. Sin embargo, este mismo “espíritu de la luz”, de la búsqueda incesante del conocimiento y la sobreconfianza en lo científico, nos ha hecho olvidar de la reflexión y del sentido común. Es esa misma “luz” a la que se refiere la que nos ha vaciado de contenido, la que nos propone ser solamente herramientas al servicio del sistema, para que nos repitamos una y otra vez el mantra: total, nada nunca puede cambiar. Que su símbolo de victoria sea la pirámide del Louvre nos avisa que Le Marche! no es ningún cambio profundo, es solo la réplica de un eslogan, es solamente una nueva cocacola sin azúcar.
Ahora, ustedes dirán: prefiero la cocacola sin azúcar que el fascismo islamofóbico francés. Pues, la teoría del mal menor parece repetirse una y otra vez en nuestras democracias liberales representativas. El sistema de partidos de nuestras democracias nos ha llevado a tener que escoger entre ciudadanos en los que nosotros no creemos pero que sí gozan de la confianza de las élites partidistas. Entonces, ¿dónde se quedó la representatividad de nuestra colectividad? ¿En qué punto se quebró el sistema para ofrecernos una pantomima de democracia?
Emmanuel Macron nos responde: “Moralizar la vida pública, defender la vitalidad de nuestra democracia, fortalecer nuestra economía, construir nuevas protecciones ante el mundo que nos rodea, conseguir un lugar para cada quien para reconstruir nuestra Europa y garantizar la seguridad de todos los franceses”. Estos son sus supuestos desafíos, sin embargo, no ha demostrado estar tan preparado como para afrontarlos. A esto debemos sumar que en junio Francia tendrá elecciones para la Asamblea Nacional, que tiene las facultades de forzar la renuncia del primer ministro y de su gabinete, y nuestro querido Emmanuel no tiene peso político para dominar la Asamblea. Sus palabras lucen también vacías.
Pero, es entonces cuando los intereses económicos entran en juego y, como sabemos, Macron es el favorito de las grandes empresas que cotizan en la bolsa francesa. Macron sabe cómo jugar su juego porque ya lo ha jugado muy bien. Justamente por eso es que la sospecha de cambio es grande, pero solo entre ellos. Emmanuel necesita de ellos y ellos necesitarán de él.
Mientras tanto, el pueblo francés seguirá enfrentando el desempleo y comprobará que la cocacola prometida solo sabe a bebida light. Afuera, algunos respiramos un poco aliviados ante la imposibilidad –al menos coyuntural– de que el fascismo vuelva al poder, con todo y el sinsabor de saber que la venta del “cambio” no es nada más que la continuación y –quizá– profundización de un modelo que nos vende “libertad” pero que nos mantiene pegados a nuestras cómodas sillas para no volver a la acción.
Francia ha escogido a un presunto salvador de la república y el mundo sigue escogiendo ser mentido y mantener a la mentira.