Por Carmen Natalia Zárate /@CarmenNataliaZr
El capital político de Juan Manuel Santos está afuera de su país y el reciente otorgamiento del Premio Nobel de la Paz 2016 así lo corrobora. En efecto, la comunidad internacional sigue perpleja por el triunfo del No en el plebiscito del domingo 2 de octubre en el que los colombianos –en esa trampa llamada democracia directa– se condenaron a la incertidumbre y a un tenso vacío con falsas esperanzas de una supuesta posibilidad de renegociación. El punto más álgido –dicen los analistas políticos, aquellos que saben mucho pero casi siempre se equivocan en sus predicciones– es que Colombia no estaba dispuesta a perdonar.
No obstante, sin negar la importancia del rechazo a la impunidad en la decisión del voto, hay también realidades más dolorosas de aceptar que esa. Por ejemplo, la simpleza de un pueblo miope que actuó como si se tratase de una elección de un candidato y no de la posibilidad de zanjar definitivamente una guerra de más de medio siglo.
El punto más álgido –dicen los analistas políticos, aquellos que saben mucho pero casi siempre se equivocan en sus predicciones– es que Colombia no estaba dispuesta a perdonar.
En las zonas en las que ganó Óscar Iván Zuluaga, actual director del Centro Democrático y ex candidato a la presidencia junto con Santos en 2002, también ganó el No, lo que refleja la vinculación del voto a una medición de popularidad entre Uribe y Santos. Lamentablemente, la popularidad de Santos estaba ya muy venida a menos por varias razones. Para empezar, la desaceleración de la economía, que cobra factura a los mandatarios como si estos manejase los precios internacionales de los hidrocarburos y las materias primas. Además, el rechazo a su figura está también vinculado a una suerte de debilidad ante la guerrilla, lo cual habla muy mal del electorado latinoamericano que todavía busca en un líder a un macho alfa, autoritario e implacable, y miran la búsqueda de conciliación como debilidad. ¡Qué tristes pueblos!
Uribe recobró su importancia en la palestra pública con un rol poco claro. Ahora tiene voz y voto en la supuesta renegociación de los acuerdos que nadie tiene idea de cómo funcionará porque nadie esperaba los resultados del domingo, ni él mismo. La renegociación, que fue uno de los pilares más atractivos de su campaña, fue al mismo tiempo una de las trampas. Es muy poco probable que las FARC accedan a someterse a pagar cárcel y renunciar a la participación política. Si bien tienen a su haber crímenes atroces y delitos de narcotráfico, su gen primigenio es político, y al no haber sido vencidos en armas, es comprensible su aspiración a la participación política. Pero mucha gente, desde la comodidad urbana, aspira a rigideces aún mayores que la participación política, como negar el apoyo a la reincorporación a la vida civil para los rebeldes. Que sufran. Que paguen. Con creces. O tal vez mejor, que se esfumen de mapa –como si fuese posible–, y que vuelvan políticos como Uribe, matando al que es y al que no, en las afueras de su zona de confort. La guerra es tan poco palpable para la mayoría de colombianos que asimismo han votado –los que se molestaron en votar–, desapegados de la realidad y de las posibilidades serias de paz.
Es muy poco probable que las FARC accedan a someterse a pagar cárcel y renunciar a la participación política. Si bien tienen a su haber crímenes atroces y delitos de narcotráfico, su gen primigenio es político
Otra de las trampas de Uribe fue vincular a los acuerdos con la izquierda. En sus discursos atacó la ayuda de La Habana, las reformas agrarias, la reforma tributaria que el gobierno buscaba lanzar –no como parte de la agenda de la paz, sino como parte de la política económica para enfrentar la recesión–, entre otras medidas, reales y fantasiosas. Uribe usó los lugares comunes que convocan normalmente a la élite conservadora. Amalgamó el rechazo a Santos con la posibilidad de la implantación del castro-chavismo en Colombia, además de aterrorizar a los colombianos con una potencial candidatura presidencial de Timochenko –como si la escasa popularidad de las FARC pudiese lograr su exitosa participación política–, también se apeló a lo más pacato de la sociedad colombiana. Grupos religiosos que rechazaban los materiales distribuidos por el gobierno para impartir educación sexual se sumaron a las marchas por el No, en contra de la macabra ideología de género que vulnera la institución de la familia.
Para completar el panorama desolador, parece que la paz no convenció al electorado clientelista acostumbrado a vender su voto al mejor oferente. En este caso, el beneficio no era claro para ciertos sectores que prefirieron abstenerse de votar. En la edición del 3 de octubre, la revista Semana indicó que las maquinarias políticas de diversa índole que estaban a favor del Sí, además de no tener un mensaje contundente a favor de la paz sino más bien haciendo énfasis en el perdón que no agradaba a los colombianos, no logró movilizar a la gente, principalmente, porque no había nada tangible que ofrecer a los electores. Los actores políticos a favor del Sí se molestaron en movilizar a sus bases, al no haber intercambios de favores ni candidatos en juego, y por lo tanto, al no tener regalos ni dádivas que ofrecer. Para colmo, el huracán Mathew se sintió el día de las elecciones en la zona del Caribe, en donde las lluvias y los vientos provocaron un ausentismo sin precedentes del 73%.
Para completar el panorama desolador, parece que la paz no convenció al electorado clientelista acostumbrado a vender su voto al mejor oferente. En este caso, el beneficio no era claro para ciertos sectores que prefirieron abstenerse de votar.
En resumen, como en todo proceso electoral, miedos y trampas afectaron los resultados. El panorama es todavía incierto y el cese al fuego corre peligro en la medida en la que no se den pasos claros hacia la continuidad del procesos de paz.
El galardón del Nobel de la Paz para Juan Manuel Santos llega en un momento en el que la legitimidad política interna del presidente está gravemente afectada. La desconexión de las expectativas de la comunidad internacional, de la élite intelectual y de los hacedores de opinión es evidente. Poco puede servir para el electorado colombiano el reconocimiento, en la medida en la que no se ha visto a la paz con la importancia y la seriedad necesarias. Ojalá el espaldarazo internacional del premio sirva para que la iniciativa no se diluya por la inflexibilidad las FARC, la lluvia, por influencia de los curas y los pastores, y por la importante cruzada para salvaguardar “los más altos valores de la sociedad colombiana”.